Tras su paso por el Festival de San Sebastian esta semana se estrena La herida, la ópera prima de uno de los grandes montadores de nuestro país, Fernando Franco.
El estigma de la enfermedad mental, el menosprecio a sus efectos, es el lujo de aquellos que no se han topado con alguna persona cuyo diagnóstico clínico comporta agresividad. Cuando alguien en nuestro entorno está deprimido tendemos a apartarnos del camino, a recetarle ánimos, a proferir convencionalismos vacíos en un acto de pura egolatría de suponer que a la otra persona no se le habría ocurrido semejante simpleza. Les culpamos de sus penas, les condenamos al ostracismo temporal porque «no son lo bastante fuertes», confiando que en algún momento recuperen la buena senda. Sin embargo, cuando se trata de una persona con tics violentos se nos disparan las alarmas. Esa persona tiene un problema real en tu vida porque es peligrosa. Y entonces, más que ponerle en barbecho, preferimos alejarlos todo lo posible. Cuando se trata de alguien demasiado cercano, cuando es alguien de tu propia familia, entonces estás perdido. Anita tiene trastorno límite de la personalidad y su vida es un caos, así como sus relaciones con los demás. Sabemos que es autoconsciente de sus villanías, pero también que su dolor es real. Que está en su naturaleza. Y el irremediable debate sobre si ella hace todo lo posible por cambiar (sí, debería dejar de ser ella misma por el bien de la comunidad) o si se siente verdaderamente cómoda en sus dinámicas borderline, que disfruta y siente como un acto de autodeterminación ante un mundo demasiado ajeno a sí misma. Cuando Franco hinca su cámara durante esos larguísimos planos secuencia en la cabeza de Anita (la cámara siempre pegada a su rostro en algo que va más allá del odio al plano-contraplano y del ejercicio de cine-cuerpo) no está haciendo un juicio psicológico, sino un análisis profundo, así como interesado, desde el autoconvencimiento de que es imposible marcar una línea ética o generar un posicionamiento sobre el otro. Ana es así. Ana es.
Ante esta historia de vaivenes flagelantes que acaba de causar sensación en el Festival de San Sebastián uno de los comentarios que más se repetirán como reproche es que es aburrida. Que los hábitos de la protagonista, la sequedad de la cinta, la sensación de rutina cíclica bajo este tono arisco crea aversión entre los espectadores más acomodados. Si bien nadie se atrevería a acusar en este caso de falta de talento o de recursos esta producción (de intachable excelencia en multitud de ámbitos) esto no deja de ser cierto. La herida aburrirá, pero no será un aburrimiento cualquiera: es el agobio de la vida misma. Y que esta mortal saturación que nos causa la malograda vida de una chica que lo tiene todo consigue anular toda posibilidad de empatía ante su sufrimiento puede ser tan cierto como es real, y como problema real que es, un tema tan interesante como necesario.
En uno de los momentos más impactantes del filme, en ese cénit formal y narrativo que es la boda del padre, escuchamos cómo la tóxica Anita le susurra al mismo: “Eres un hijo de puta”, mientras una línea de sangre le brota de una de sus fosas nasales. Esta herida que le brota es, por primera vez, una llaga involuntaria. Por mucho que la protagonista haya intentado hasta el momento reprimir sus instintos algo ha tocado fondo y reventado desde dentro. Podría ser (de nuevo, especulaciones) que la raíz del problema venga del pasado, en su relación con sus progenitores, pero nada nos hace indicar que no haya podido simplemente ser el momento pertinente, el momento justo en el que ella percibió con clareza la intrascendencia del ritual (la sociedad es un fuera de campo), e intentó expresarlo a su manera. El realizador de cortos como Room o Mensajes de amor nos pringa introduciéndonos en los vicios de sus protagonistas, en sus malas prácticas (otra vez con una reflexión sobre las nuevas tecnologías como foro de fomento de taras), y, en este caso, en su constante egocentrismo y falta de consideración con esas personas de las que tanto ansía contesten a sus llamadas de socorro. Pero esto no hace que odiemos a Ana, tan sólo nos demuestra la impotencia que, al igual que ella siente con su incapacidad para lidiar con su ambiente, podemos sentir nosotros hacia un alma eternamente condenada. Una cosa más: cualquier duda sobre si La herida merece la pena se esfuma automáticamente cuando sabemos que en la película podremos ver la increible, magnífica, mayúscula actuación de Marian Álvarez. Ella se lleva la Concha de Plata, pero nosotros el verdadero premio.
Frases de La herida:
– Eres un mierda, Alex, que lo sepas.
– Tú tampoco me haces ningún bien con esa actitud de cobarde que tienes, y aquí estamos.
– Que te vengas un rato a la boda, tampoco te pido tanto. Lo que pasa es que te importo una puta mierda.
– Papá: eres un hijo de puta.
– Alex, que soy yo, que ayer se me fue la pinza. Llámame, anda. Te quiero.
“Capone” La Celebrity
«Crock of Gold: Bebiendo con Shane McGowan»: Una (triste pero cierta) vida llena de excesos
«Vigilados», cómo no irse de vacaciones
Deja tu opinión Cancelar respuesta
Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.
menudo truño de peli
Mujer, creo que truño no es el calificativo adecuado, puede que a lo mejor te apreciera aburrida, pero algo te aportaría ¿no?