“La madre”, cine social que renuncia a permanecer en la superficie para mostrarnos directamente el fondo, el camino a la desesperanza de toda una generación.
La carrera de Morais cambia de camino para seguir en la misma dirección
Alberto Morais, en el que es su tercer largometraje de ficción tras “Las olas” (2011) y “Los chicos del puerto” (2013), se aleja de las referencias a la memoria y a la herida de la guerra civil para mirar hacia el presente y cuestionarnos acerca de las marcas imborrables que este tiempo nos deparará en un futuro.
“La madre” narra la historia de Miguel (omnipresente Javier Mendo), un joven de catorce años cuya situación familiar le mantiene vigilado constantemente por los servicios sociales. Sin padre y con una madre rendida ante su insostenible situación (la galardonada con tres Premios Goya, Laia Marull), Miguel lucha para no tener que volver al centro de menores y continuar en libertad con su madre aunque para ello tenga que trabajar, huir, robar o, simplemente, vender pañuelos en los semáforos.
En su anterior largometraje, Morais también situaba como protagonista a un preadolescente llamado Miguel con una misión de adulto, cerrar las heridas heredadas de su abuelo en forma de entrega de una chaqueta militar. Ese niño sufridor ha evolucionado en “La madre” hasta convertirse en estandarte de sus propias y múltiples luchas. La situación de Miguel se expande como denuncia social en dos direcciones, la primera es el daño que la situación socio-económica provocará en la sociedad del futuro (recordemos las cifras de pobreza infantil que sonrojan a este país), la segunda es la del retrato pesimista de una lucha imposible.
La madre NO luchadora
Respecto a esto último, se podría establecer una serie de paralelismos contradictorios entre “Techo y comida” (2015, Juan Miguel del Castillo) y este último trabajo de Morais por tratarse de dos maneras de enfocar un asunto similar, la primera desde una negatividad forzada y llamativamente dramatizada y, la segunda, cuyo pesimismo es más profundo y apolítico. Mientras Natalia de Molina ganaba el Goya con una encendida encarnación de una madre coraje que, inútilmente, lucha contra el mundo por su hijo, la madre que da nombre a la película de Morais y a la que da cuerpo Laia Marull está rendida, ausente, desinteresada y pasiva.
Se encuentra aquí el principal interés de esta nueva posición de protesta social en nuestro cine nacional, algo siempre tan necesario como escaso. Y es que “La madre” no es el retrato de una denuncia unidireccional en donde unas bellísimas personas, valientes, luchadoras y trabajadoras son castigadas por la mala suerte y el despiadado mundo cruel contra el que luchan sin éxito alguno, sino un retrato donde la podredumbre social se manifiesta también en los cimientos más perjudicados de esta sociedad; en donde esas personas maltratadas también son antihéroes Por ello, la madre de Miguel no lucha con fe o con ganas, porque ni siquiera se atreve a luchar consigo misma. Con semejante perspectiva, aquella que retrata a un joven (que contiene dentro de sí a muchos otros) en su camino de capitulación ante el mundo, resulta necesaria la inclusión de algo de luz para dotar a esta negritud de claroscuros. Así se entiende la acertada aparición de Mara (Nieve de Medina), el único personaje positivo, intachable e inmaculado de toda la película, cuyas acciones resultarían empalagosas y forzadas si no fuese el único matiz positivo que tanto el espectador como Miguel se encuentran a lo largo de su viaje.
Centrado el atributo principal del interés del filme en su fondo, su acertado, reflexivo y estimulante enfoque del drama social, hay que resaltar también las principales características de su forma. Respecto a ello, cabe resaltar que Morais parece alejarse ahora de Kiarostami en favor de lo que podríamos llamar la escuela de los hermanos Dardenne, posicionando su cámara en un continuo movimiento tras su protagonista. Aunque este cambio propicia un ritmo más ágil que en sus anteriores trabajos, donde la lentitud (soporífera o fascinante según el espectador) era evidente, se ha de resaltar que el director de “Las olas” sigue sin caer en los “pecados” sentimentalistas que una trama semejante invita a provocar. Sin embargo, esta dificultad parece incomodar al cineasta, especialmente en los instantes que ha de coquetear como director con el melodrama contenido en su propio guion. Y es que la postura de la película en los momentos donde la ficción narrativa contiene los sucesos más sobresalientes y poderosos de su historia son afrontados por Morais con una postura tibia, entre la frialdad y el melodramatismo que, pese a dejarlo libre de pecado, hace que ninguna de estas escenas cumbre llegue a brillar con particular fuerza concluyendo en que la digestión del relato por parte del espectador sea más mental que visceral.
Pese a que “La madre” es, como decíamos, una obra cuyo principal defecto está en evitar caer en otros errores sin posicionarse, es también esta indecisión la que confirma y conlleva la evolución autoral de un cineasta lleno de interés que muta con personalidad entre sus referencias y varia con ambición sus anclajes, cometiendo errores por el camino. Y, aunque “La madre” lidie seseante con su propia identidad, entre gritona y silenciosa, su sedimento final sigue brillando como el oro de una mina de la que aún no se ha encontrado el principal filón.
Frases destacadas de «La madre»
- Miguel – «¿Dónde estabas?»
- Carmen (madre) – «Por ahí, creo que he encontrado algo, de camarera, necesitan refuerzos».
- Miguel – «No quiero volver al centro».
- Carmen – «No vas a volver«.