Tras dieciséis años viendo películas de Paul Laverty y Ken Loach uno cuando se sienta en la sala oscura sabe que esperar de ellos, tanto en calidad como en tono. Llevan conmoviéndonos desde “La canción de Carla” hasta los más hondo de nuestro corazón. Es inevitable que cuando uno entra en el cine a ver lo nuevo de esta pareja saca las agujas de tejerse las venas y cuando comienza los títulos de crédito comienza a pensar, ¿esta vez será en punto de cruz? Pues bien, sirva esta atípica introducción para ilustrar lo curioso que es La parte de los ángeles, porque hay que reconocer que no los podemos catalogar como la alegría de la fiesta, y en este caso ellos se encargan de romper ese estereotipo.
El filme nos lleva hasta la ciudad de Glasgow, donde vive el joven Robbie, un bala perdida reincidente que da tumbos por la ciudad hasta que es detenido y un juez le castiga a trabajos comunitarios. Leonie, su chica, le da un ultimátum para que cambie de estilo de vida porque va a tener un hijo de él. En los servicios a la comunidad, Robbie conoce a Rhino, Albert y Mo, para los cuales, al igual que en su caso, el trabajo es poco más que un sueño lejano. Harry, el educador que se les ha asignado, se convierte para todos ellos en su nuevo mentor para iniciarles en secreto en el arte del whisky. Robbie descubre que tiene un verdadero talento de degustador, y muy pronto es capaz de identificar las barricas de los destilados más singulares, los más caros.
Esta sinopsis que bien podría haber pertenecido a una enorme tragedia escocesa, y realmente es lo más cercano a lo que esta pareja estará nunca de hacer una comedia, abandonando en cierta medida el sentido trágico al que nos tienen tan acostumbrados, y se agradece en estos momentos en los que la tristeza nos rodea en la vida cotidiana. Eso sí, en La parte de los ángeles ambos se esfuerzan por mantener sus constantes dramáticas, porque hay tres escenas realmente crudas y descarnadas, pero gracias a la introducción de personajes como Rhino, Albert y Mo, estos se convierten en los elementos cómicos que diluyen las desdichas y avatares de estos seres desarraigados con lo que el resultado queda más comercial, edulcorado y sobre todo muy digestivo. Brillante es la presentación de los personajes del filme, resumida en la secuencia de los títulos de crédito, está muy bien resuelta. A medida que avanza el metraje uno aprecia el mimo con el que sus creadores tratan a estos curiosos protagonistas, e incluso puede llegar a recordar a las creaciones de Stephen Frears, sólo que cambiamos Irlanda por Escocia, pero nos siguen hablando de familias desestructuradas y socialmente excluidas a las que la sociedad no da nunca una segunda oportunidad.
La parte de los ángeles es sin duda, una tragicomedia muy recomendable, sin grandes pretensiones, que busca seguir denunciando una realidad social pero con el gran objetivo de que el espectador salga de la sala con un buen sabor de boca y una sonrisa, habiendo pasado un rato más que agradable, para ello no dudan usar el mítico tema de los escoceses Proclaimers “I’m gonna be (500 miles)” Como el buen whiskey este filme respira y saben darle el oxigeno necesario al espectador, y nos demuestran que con los años esta pareja de creadores se muestran más esperanzados hacia la raza humana y saben dibujar muy bien las relaciones humanas.
The Proclaimers – I’m Gonna Be (500 Miles)
Frases destacadas:
Harry: Eso es el Dream Team.
La madre de Anthony: ¿Te das cuenta del dolor y del daño que has causado?
Marini: Un 2% del licor se evapora al año, es lo que llamamos la parte de los ángeles.
Calificación: 7