Clautrofóbica cinta que narra el encierro domiciliario de un perseguido durante la guerra civil y el franquismo
Renunciar a la libertad por amor puede ser un caldo de cultivo muy llamativo para elaborar un típico y melodramático romance. Y aunque es verdad que el amor es algo primordial en nuestras vidas, existe también un instinto de supervivencia que nos obliga a permancer vivos y burlar la muerte. Un tema menos glamouroso a la hora de trasladarlo a la gran pantalla, pero mucho más cercano y certero que el cine de evasión que narra tormentosas historias de amor. Porque «La trinchera infinita» es una historia de amor, pero una historia de amor lastrada por la cruda realidad de un momento, ubicada en un pueblo perdido de Andalucía, un lugar gobernado por el abandono y la desidia. Un filme que nos habla de la imperfecciones humanas, de las relaciones que hacen del romanticismo un desafío de lealtad, una prisión y en ocasiones un seguido de improperios y desprecios.
Jon Garaño y José Mari Goneaga nos desangelaron el alma en 2014 con la excelente «Loreak», tres años más tarde, el primero de ellos junto a Aitor Arregi se inmiscuyó en el pasado y las guerras carlistas para presentar la fantasiosa «Handia». Ahora se reunen los tres para mostrar la que parece su película más ambiciosa, atrincherándose para realizar una epopeya histórica desde una zona rural desconocida, un falso muro de pequeñas dimensiones donde se desarrolla la vida de un hombre condenado por los infortunios del destino.
El filme, dividido en pequeños capítulos iniciados con definiciones de las acciones que condicionan las acciones del protagonista, se abre en 1936. Higinio (Antonio De La Torre), huye de su propia casa cuando llegan los nacionales a su localidad, alcanzado por Gonzalo, un vecino enemistado con sus ideas políticas, es reclutado por los militares aunque logra escapar a los pocos minutos. En este instante, Higinio se torna un fugitivo a ojos de quienes han ocupado el pueblo. Sin embargo, él se esconde en su casa, junto a su esposa Rosa (Belén Cuesta), con quien se acaba de casar. El filme buceará a partir de entonces con elipsis temporales, ubicando la relación de ambos cada vez más hacia adelante en el tiempo. Dichos saltos temporales, pecarán en ocasiones de poca entereza, sobre todo a la hora de reflejar el perfil psicológico de los personajes. Si bien es cierto que hacia los compases finales, la película se torna mucho más psicológica, por fin se adentra en las preocupaciones paranoicas de su protagonista. No resulta pues verosimil que durante los primeros años su comportamiento no se haya desquiciado lo más mínimo. Tampoco será de ayuda lo forzado que resulta la constante aparición de Gonzalo, como el alma rencorosa que rompe con la tranquilidad de quien se cree olvidado y muerto por sus vecinos.
«La trinchera infinita» destaca por la gran actuación de su pareja protagonista, también por su tercio final, en ocasiones casi hitchockiano, donde entendemos las carencias afectivas y humanas de sus personajes. Comprendiendo la frustración de ambas partes, el entendimiento de una familia soterrada y escondida, hundida en la mentira y el secretismo. Un sufrimiento constante, con elaboradas escenas de tensión y con un final emotivo que, pese algún cabo suelto en el engranaje final, libera una tensión emocional que puede resultar satisfactoria en el espectador.
Frases destacadas:
- «¿Es verdad eso que dicen?»
- «Gonzalo por favor, tú sabes que el Higinio nunca le ha hecho mal a nadie»
- «Que te calientas mucho la boca, que si disparar a los curas y los caciques»
- «Quiero que tengamos un hijo»
- «¡Que no hables con extraños! ¡Que matan a tu padre!»