Aproximación realista y cercana a las problemáticas afroamericanas del norte de Florida desde la historia de una madre que debe sacar adelante dos hijos
Si a principios de año nos conmocionamos con la vibrante historia de un niño/adolescente/adulto afroamericano homosexual en un ambiente de drogadicción y bullying como la que vimos en la oscarizada «Moonlight» (Barry Jenkins), en poco se diferencia temáticamente el filme que abordamos hoy, «La vida y nada más». Y es que esta película producida, escrita y dirigida por el madrileño Antonio Méndez Esparza, se introduce en esa realidad pero desde un prisma más social. También ambientada en Florida, se acerca a la maternidad y la problemática de un carácter rebelde y delincuente de un adolescente cuyo padre está en prisión. Pero mientras Jenkins apostaba por un estética cromática y metafórica, muy al estilo de Wong Kar-wai en su intento de dilatar espacialmente el tiempo, Méndez Esparza opta por un efoque más realista, pegado al presente, buscando la pureza de la cotidianidad de la vida.
La vida y nada más
Resulta extremadamente complicado construir una película que aborde los problemas de la desigualdad social y la decadencia del sistema del bien estar sin caer en maniqueísmos, subrayados u obviedades. En ese aspecto, esta cinta discurre sanamente por todo este ambiente de dejadez y abandono sin perderse en una sola escena por terrenos pantanosos que le hagan perder un ápice de verosimilitud. El filme del español, ubicado temporalmente entre la camapaña electoral de Hillary Clinton y Donald Trump y el momento actual, demuestra con inteligencia como el estadounidense medio deja de lado la reflexión política, y en este caso no por otros motivos que la extrema necesidad de preocuparse por el microclima interno que existe dentro del círculo de amigos, trabajo y familia que envuelve a sus protagonistas. Y es que estos personajes no tienen un respiro, se ven obligados a luchar a veces con más errores que aciertos con la complejidad de una vida en un lugar que no ofrece las posibilidades mínimas para prosperar.
Se vive de manera agradecidamente auténtica la actitud de la madre, una Reggina Williams que sabe plasmar en pantalla con lucidez a su personaje, en el proceso de romance que vive con uno de los clientes de su trabajo. El recelo continuo hacia el sexo masculino en lugar de infundado se entiende como efecto natural dada la experiencia acumulada a lo largo de su vida. Un cortejo este al que nos referimos tratado mediante elipsis con total pulcritud, pincelando retazos de los instantes de una vida, abriendo las distintas posibilidades y fases que puede acarrear una relación de estas características. Por su lado, la trama de su hijo Andrew, se torna mucho más instrospectiva. El director y guionista obliga al espectador a ver y escuchar todo lo que se encuentra a su alrededor, a ser los ojos y oídos de un muchacho retraído, perdido, solitario. El peso de un adolescente dolido por la encarcelación de su padre, descontento con el sistema en el que le ha tocado vivir, desencantado con quienes insisten en que quieren ayudarle. Un estudio de la violencia psicológica del ambiente que acaba por maltrechar la mente de un joven desatendido.
El cineasta madrileño confecciona con mimo, lentitud y una mirada objetiva un nucleo familiar desestructurado que, a manera casi neorrealista, representa un ejemplo que se esconde dentro de una inmensa multitud. Como si estos personajes fuesen vecinos de los de «Moonlight», y el intento de esta película fuese el de reflejar las muchas tragedias y pocas alegrías que reciben quienes tan solo tienen tiempo de preocuparse de enfrentarse a la vida y nada más.
Frases destacadas:
- «Al final del día puedes acabar libre, muerto o en la cárcel. Esas son las tres únicas consecuencias. Mi labor aquí es que acabes en la correcta»
- «Que les jodan a los hombres»
- «No quiero que lo de esta noche se vuelva a repetir»
Tráiler de «La vida y nada más»: