Segunda entrega de la exploración surrealista y alegórica de la crisis portuguesa por Miguel Gomes
Continuación de «Las mil y una noches: Vol.1 El inquieto».
Rebeldía y obediencia
El segundo volumen de “Las mil y una noches” se inicia con una curiosa historia, la de Simao el sin tripas. Un anciano en cuya soledad alberga el peso de una locura arraigada en el ruralismo portugués y que se mueve en medio de una narración que alterna lo metafórico con lo real. Su desarrollo se antoja confuso, contagiando al espectador de esa sensación desubicada fuera de lugar. Algo que termina por ironizar y arremeter con acidez contra el estamento policial, a quien culpa de glorificar al rebelde con su conducta chulesca. La figura del inmoral alejado del sistema, pese a las maldades que acarree a sus espaldas, se erige como una voz indomable que se enfrenta a un sistema represor (el cual no deje de ser el eje sobre el que gira el filme) protegido por quien se vanagloria de unos éxitos casi inexistentes.
Aunque más incesante es su segunda historia, la cual concentra un grado de denuncia desde el humor más surrealista que ataca sin contemplaciones de manera circular el mal endémico que castiga a las clases populares lusas. Un juicio cargado de un áurea fantasiosa y absurda, acaba por juzgar de manera correlativa un seguido de ilegalidades cargadas de dardos envenenados hacia aquellos culpables de la crisis económica actual. La relación existente entre los favores de los banqueros, quienes literalmente se follan a la Justicia para acabar valiéndose de los servicios de los más desfavorecidos, acaba por protagonizar un episodio donde se atiza duramente al egoísmo y las ilegalidades de los poderosos. Todo ello acompañado de una tensión bien llevada en la agilidad de sus ingeniosos e hilarantes diálogos y una construcción estética donde el contraste de los colores acaba por dejarnos una de las secuencias más resplandecientes de la trilogía.
El desolado
Quizás la última trama de esta entrega de la obra de Miguel Gomes sea la que logra generar cierta desolación en el espectador. De nuevo, tras inmiscuirse en lo rural y en los grandes dirigentes del sistema, se regresa al entorno urbano. Vivimos el acecho de la situación vivida por unos vecinos que, con el perro Dixie figurándose como una especie de macguffin, acaban por representar de manera algo caleidoscópica el sufrimiento de una sociedad empobrecida y las vicisitudes con las que se deben enfrentar. El dinamismo de sus grafismos intercalados en las imágenes nos mostrará con inteligencia, algún atisbo de humor y con sequedad, la realidad de millones de personas. La dura aparición de la enfermedad, la necesidad de recoger comida de las entidades sociales, la huida de la drogadicción, el conflicto que nace de los prejuicios, se aparecerá como un humo que enturbia constantemente lo reflejado. Una pesadumbre que reflejará el carácter melancólico y triste de unos seres humanos que son capaces de amar y olvidar a pasos agigantados.
Melancolía y mala baba
De nuevo, como su antecesora, esta segunda entrega cuenta con una mirada lúcida, valiente y directa que ataja con fuerza los puntos débiles de un gobierno que ha propiciado la aparición de esta película. Sin embargo, en esta ocasión, se adentra más de lleno en lo abarcado al final del primer volumen, analizando con detalle la decadencia moral de su gente, las consecuencias anímicas de las penalidades económicas.
Frases destacadas:
- «Simao, Simao. Tu desgracia empezó al irte de aquí»
- «Cada cosa tiene su tiempo, y el tiempo de Dixie ya pasó»
- «Pero me dejará acabar de contar lo que quiero contar, porque el Genio quiere oírme»