Mar. Mar 19th, 2024

El cineasta francés Bernard Tavernier navega durante tres horas por el cine galo que le conquistó desde su niñez hasta su ingreso en la industria

«Voyage à travers le cinéma français», título original de la cinta que hoy reseñamos, no sería quizás el nombre más completo para el filme que queremos abordar. Por su lado, su traducción, «Las películas de mi vida», unido al original, nos ayuda a enfrentarnos mejor ante el largometraje que nos presenta el veterano cineasta galo Bernad Tavernier. Homenajeado en Filmoteca de Catalunya en 2016 y el I Barcelona Film Festival que os cubrimos hace unas semanas, el director de películas como «La vida y nada más» (1989) o «Crónicas diplomáticas» (2013), nos deja una obra muy personal que nos permite conocer de dónde surgen sus referencias cinéfilas más importantes.

Un viaje a través del cine francés en la vida de Tavernier

«Las películas de mi vida» no es un documental al uso que quiere abarcar la evolución del cine francés. Más cerca en esencia a «Cien años de cine japonés» (1995) de Nagisa Oshima, pero de una calidad muy superior al polémico trabajo del nipón (no olvidemos que obvió gran parte de la filmografía de Akira Kurosawa, Yasujiro Ozu y Kenji Mizoguchi mientras incluyó varias de sus propias películas), la cinta de Tavernier fluye a través de los pensamientos de su autor. No se analiza la trayectoria de la cinematografía gala desde la objetividad sino que el trabajo nace de un amor subjetivo hacia ésta. Es por eso que pueden sorprender ausencias notorias, que más tarde analizaremos, no sin dejar de estar totalmente justificadas por la propia esencia del proyecto.

El filme de 190 minutos no se inicia pues con los hermanos Lumière, aunque se haga un inteligente guiño en el epílogo a modo de anuncio de la continuación del documental en formato televisivo. «Las películas de mi vida» se abre con Jacques Becker, y lo hace por un simple y fundamental motivo, el primer largometraje visto en cine que recuerda Tavernier es obra del autor. Algo que no conocería hasta años después. Es por ello que a partir de esta anécdota, donde se plasma la admiración expresa que le causaron algunas de las escenas, Tavernier inicia un estudio riguroso a partir de su memoria de las habilidades técnicas en favor de las virtudes temáticas de gran parte de su filmografía. Realiza entonces un análisis que aun surgiendo de su propia devoción, no se deja llevar en el momento de diseccionar con la mente de un director de cine la obra de quien tanto admira. Algo similar sucede a la hora de observar desde el sabio punto de vista de Tavernier la obra francesa de Jean Renoir. Tramo de la cinta que además explora la personalidad del controvertido hijo del impresionista Auguste Renoir. «A Renoir hay que perdonárselo todo» se llega a escuchar en el filme. No obstante, el director, amparándose en el carácter personal de su documental, decide hablar del pilar del realismo poético francés más allá de su valía cinematográfica, la cual, todo sea dicho, es explicada con elegancia y acierto al superponer sus comentarios sobre los ejemplos fílmicos que aborda.

Bertrand Tavernier muestra de una forma entretenida y anti-académica que las grandes películas seguirán emocionando siempre.

El impacto de la filmografía francesa no solo embriaga al joven y futuro cineasta en la figura de los directores. Es por ello que se habla largo y tendido de un actor tan relevante desde los años 30 como es el caso de Jean Gabin. Rostro visible de filmes de Renoir, Duvivier, Delannoy, Grangier, Becker o Carné, entre otros, Tavernier dibuja un hermoso homenaje que narra no solo su técnica como actor sino el papel que jugó la guerra en su aspecto físico y talante moral. Inspirado resulta además el mimo con el que el cineasta aborda las bandas sonoras de los años 30 a los 60, admirando su uso alejado del paradigma hollywoodiense y entendiendo las composiciones como obras que deben casar con las imágenes del relato. Momento el cual también hablará de la inclusión de Mozart en «Un condenado a muerte se ha escapado» (1956), el filme de Robert Bresson, quien sería una de esas ausencias notorias que comentábamos anteriormente. Aunque haya aunciado que hablará de él en la extensión televisiva de 10 horas, se nota que aunque le pueda admirar objetivamente, no es el cine en el que él, como autor, está interesado.

Volviendo a poner el punto de vista en la dirección analizando a Jean-Pierre Melville, resultan de lo más veraces los últimos compases de la cinta. En ellos explora su ingreso en la industria tras haber sido un hijo de la Cinematèque francesa. Como ayudante de dirección o representante de prensa, analiza los filmes donde trabajó. Momento el cual en el que irrumpe la modernidad de los largometrajes de Godard que le tocó defender. Un fragmento que sirve de documento para acreditar los primeros pasos de Tavernier y que desde su experiencia personal nos ayuda a comprender mejor la gestación de unas películas que nacían en el periodo de experimentalización más potente que se había vivido hasta el momento.

«Las películas de mi vida» acaba siendo  en definitiva un viaje por aquellas facetas del séptimo arte galo que confeccionaron la personalidad de un cineasta hoy consolidado, una clase magistral en la cual el espectador tan solo debe acomodarse y disfrutar de una lección de cine tan dinámica como sorprendente que aúna el análisis crítico objetivo con la subjetividad de quien firma el proyecto.

Tráiler de «Las películas de mi vida»:

 

Por Luis Suñer

Graduado en Humanidades, crítico de cine y muerto de hambre en general.

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