Como nos hubiese gustado ser leyendas del Rock en la antigua URSS
En una escena de «Leto», mientras nuestros protagonistas, unos jóvenes rockeros, están en un tren, un pasajero les increpa por su estilo y actitud. Un hombre que simboliza el acomodamiento reaccionario de la clase obrera afín a la URSS, les acusa de traicionar a un Estado que les ha educado acercándose a la cultura occidental. Lo que este hombre parece ignorar, es que si por algo se caracteriza el rock o el punk, es por su subversión contra el sistema. En última instancia, esta persona les cree afines al régimen capitalista, cuando lo que realmente debería temer, es el poder antisistema que transmiten las letras de sus composiciones. Se genera pues un debate esteril, sin sentido alguno. Momento el cual el cineasta ruso Kirill Serebrennikov decide introducir por primera vez un personaje irreal (el mismo se encarga de subrayarlo cada vez que aparece), un alterego, que cosigue trastocar la realidad para convertirla en lucha e idealización. El blanco y negro ya de por si esteticista, se torna más plástico, dejando que la imagen sea rasgada, añadiendo elementos visuales, convirtiendo las secencias en videoclips. Un muestrario de la capacidad y del significado que el nacimiento de un estilo musical puede suponer dentro del contexto en el que se encuentra.
Rock en la URSS
¿Es posible dar la visibilidad que se merece al rock en Leningrado en 1983? «Leto», como hemos dicho, es una idealización. Un buceo en el pasado en el que se trata de hallar el amor, la paz, la lucha, la grandeza de componer música. Combatir una censura absurda que trata de ponerle puertas al campo. En ese contexto, la cinta nos narra la historia real de Viktor Tsoï (el último héroe del rock) en sus inicios y su acercamiento al ya consagrada Mike Naumenko. Entre ambos, la figura de la bella Natacha, esposa del segundo, amante del primero. Entre ellos se establecerá un triángulo amoroso que, mal nos pese, poco aportará al valor fílmico de la cinta. La cual destaca en sus arranques de irrealidad, en su fusión de imagen y sonido, de sentimiento y musicalidad. Pero cuyo entramado amoroso se antojará en ocasiones farragoso y repetitivo, a parte de no apelar sentimentalmente al espectador del mismo modo que sí logran dentro del apartado musical. Además, la cinta irá perdiendo fuelle a medida que avanza, faltándole incluso intensidad a las canciones, cada vez más melódicas y contenidas, abandonando el lado más salvaje para acomodarse a la situación.
Por suerte, la frescura del apartado visual y lo que este significa no perderá vigencia. La apuesta formal de la propuesta casará a la perfección con esta primera etapa de los personajes a los que homenajea, centrándose en su creación musical, en su manera de afrontar la vida en e lugar que las ha tocado vivir y huyendo del trágico final de los años noventa. En ese aspecto, la cinta se mantiene fiel a sus principios, antojándose casi como una ensoñación, como una celebración de lo que el rock representa y de lo que siempre debería ser. Independientemente de quien se oponga a que las nuevas juventudes se dejen influenciar por él.
Frases destacadas:
- «No somos rock, ni punk, ¿qué somos?»
- «No son letras cómicas»
- «Quiero besar a Viktor»