Tercer largometraje de Oliver Laxe que lo catapulta a lo más alto del cine español actual
«Lo que arde» se experimenta en dos tiempos, uno primero de introspección, haciendo referencia al fuero interno, y otro exteriorizando el odio y la enfermedad, aniquilando a quien no debe sufrir por ello. El tercer largometraje del joven cineasta Oliver Laxe, no solo mantiene el alto nivel de sus trabajos precedentes, sino que evoluciona y sofistica la labor atmosférica de su pericia técnica para fundirla a fuego lento con el entramado psicológico de lo que narra.
El filme, que se abre de manera estilizada, nos envuelve desde sus primeros compases gracias a la fotografía de Mauro Herce, habitual de Laxe y quien ya demostró un estilo consolidado dotando de belleza y personalidad al impacto de lo industrializado con el paraje natural en «Dead Slow Ahead» (2016). Con el paisaje rural continuamente nublado del interior de la provincia de Lugo, la ambientación refleja el carácter taciturno y gris de Amador. Recién salido de prisión, el pirómano regresa a la casa de su madre, a quien ayuda en las labores diarias de pastar a sus vacas. La madre, una mujer sufridora, acepta al hijo, quien demuestra problemas mentales y de socialización, encerrándose en si mismo y recelando de un vecindario cuya mirada acusadora le recuerda continuamente su pasado. Los verdes paisajes y el enfoque de la mirada de Laxe se antoja inmensa y libre, sin embargo, nuestro protagonista se siente obervado, castigado y enclaustrado en la prisión que supone él mismo. Los lienzos dibujados en pantalla que nos rememoran al sublime de las obras pictóricas de Friedrich contrastan con la escenas encerradas en el domicilio, con una iluminación que cita indirectamente a Vermeer. Un trabajo de estilo que no se sucede de manera exhibicionista sino que se mantienen acompasado con el pesar psicológico de su personaje principal y su evolución narrativa.
El filme habla con imágenes y entierra las palabras. Nada es explícito en metraje, todo se intuye de manera armónica y natural, desde la gestualidad hasta la desvastación más cruda del fuego en pantalla. Se divide en dos partes muy diferenciadas, la que se intuye de manera psicológica y la que se experimenta de manera puramente física. Ambas son amenazadoras y abrumadoramente potentes, golpeando al espectador y haciéndole consciente del deterioro mental y ambiental de lo que trata en última instancia de conscienciarnos Oliver Laxe. Un claro ejemplo de cómo la innovación en el estilo y la apuesta formal más esteta puede llegar a fusionarse con aronía con el contenido de lo narrado. Generando de esta manera un mayor impacto en el espectador, quien, como el bosque o como Amador, puede acabar desvastado tras visionar un filme de tales características.
Frases destacadas:
- «Es un buen tío. Tuvo una vida difícil»
- «¿Amancio, tienes fiego?
- «Ha cumplido dos tercios de condena, tiene derecho a la condicional»
- «Para vivir en el campo no hace falta estudiar una carrera»