Una película sobre el proceso de transformación de una sociedad abandonada que se rinde a las promesas del avance del fanatismo religioso terrorista.
Ciudad de Dios, pero sin Dios
Las primeras secuencias de la Espiga de oro en Valladolid de 2012, la cual llega desde Marruecos a las salas españolas tres años más tarde, nos introducen con su grúa en los suburbios de Casablanca donde un grupo de niños campea a sus anchas sufriendo el poco respeto de los adultos y conociendo de primera mano los males de un entorno abandonado y dañino donde predomina la ley del más fuerte. Durante todo su prólogo, se explora en el desarrollo de la infancia dentro de este submundo alejado de la mano de Dios (nunca mejor dicho). En su segunda etapa, focalizada en la adolescencia, volvemos a encontrar las mismas reiteraciones, copiando escenas intercambiando a los actores por los que les representan siendo más mayores y dejando clara cual es la tendencia en el eslabón criminal de una población donde el tráfico de drogas y la corrupción policial imperan sin miedo alguno a la legalidad vigente ausente.
Con el Islam hemos topado
Toda la realidad decadente del Marruecos de extrarradio de la década de los noventa y principios del siglo XXI, apuntalado por escasas noticias sobre la sucesión monárquica, cambia de prisma cuando tras el 11S, uno de los hermanos protagonistas de esta historia, tras pasar por prisión, es convertido al islamismo radical. Las promesas de una vida mejor en el Paraíso acaban por impulsarle tanto a él mismo como a sus amigos y familiares unas ideas de justicia divina en la que ellos serán los caballos de Dios encargados de ocupar el puesto que se merecen y enviando a los infiernos a los que gracias a los lujos han podido llevar una vida feliz alejada del averno constante que son los barrios de chabolas donde han malvivido durante toda su existencia. Los ecos de los inmigrantes que triunfan en Europa se oirán en algún momento de la película, sin embargo, las motivaciones de nuestros personajes parecen ir por otros lares, llegando incluso a repudiar sus propios deseos, rehuyendo de cualquier duda de homosexualidad o rechazando las posibilidades del amor. Sin embargo, adolecerá y mucho a todo este proceso de transformación las innumerables reiteraciones y subrayados en la dirección y el montaje, reincidiendo en la imposibilidad amorosa de una manera tan tosca como la yuxtaposición de la represión social con la muestra escapista que se vive en las telenovelas que mira la madre poniendo énfasis en la exageración de los fantasioso en un mundo como el marroquí. Igualmente obvio y repetitivo es el uso del hermano loco para dejar constancia de que el único obsesionado por tener información del exterior es un elemento aislado en la sociedad y mucho más contundente será cuando uno de sus hermanos le diga claramente que informarse es una tontería y que la única palabra cierta es la de Dios. Poca sutileza tendremos también a la hora de que se presente el islamista radical capaz de transformar los ideales de una juventud estancada con promesas de mejoría, valiéndose del artificio y de la música con tal de lograr un tono que escapa de cualquier naturalismo en una película que busca intencionadamente serlo.
Las comparaciones son odiosas
El hecho de tratar las causas que provocan un fenómeno tan inconcebible y chocante como es el suicidio en el yihadismo, la búsqueda de convertirse en mártir, no puede sino ser digno de halago por parte del cineasta valiente que se emprenden en tal andadura. Sin embargo, pese a las buenas intenciones y a la seriedad del hecho real en el que se basa, formalmente acaba por volverse en una película que abusa continuamente de artificios varios para subvertir el tono y las emociones del espectador. La misma historia sobre dos yihadistas que quieren inmolarse pero esta vez en Palestina, fue infinitamente mejor llevada por Hany Abu-Assad en “Paradise Now” (2005). En ella, se profundizaba de una manera, tanto hablada como mediante el uso de las imágenes, en las diferentes motivaciones de los terroristas así como las influencias de la tierra en la que han nacido como su relación con el enemigo. Todo tiene muchas más meditación y el acompañamiento por la psique de los protagonistas resulta mucho más profunda. Por funcionar, lo hace también sabiendo jugar con astucia las claves del thriller. El resultado de todo esto es una visión más global y certera de una realidad alarmante y además sin valerse de distorsiones que se empeñen en acompañar correctamente el visionado del espectador. Por otro lado, la reciente “Timbuktú” de Abderrahmane Sissako, esta vez ubicada en Malí, trata de acercarnos a la figura del yihadista desde un prisma naturalista (aunque no se privará de las fantasías y ensoñaciones, pero solo cuando se trate de sus víctimas), humanizando y demostrando el sin sentido mediante la exposición de los hechos y no marcando las pautas y dejando tan poca libertad a la libre interpretación y, por ende, razonamiento crítico del espectador, como lo hace el director marroquí a cuya película le dedicamos hoy estas líneas.
Frases destacadas de «Los caballos de Dios»:
- Yachine: “Tarek, no lo hagas, no te vueles en pedazos”.
- Todos los yihadistas: “Dios es grande, quien teme a Dios no teme a los hombres”.
- Tarek: “Paso de trabajar para ti. Métete el trabajo por el culo. Te voy a matar gilipollas”.
- Amigo: “En Medina se vive mejor, incluso la droga es mejor”.
[…] 2012 con el (mal narrado) estudio del surgimiento del yihadismo en la Espiga de Oro de la SEMINCI “Los caballos de Dios”. Y de nuevo en su nueva película, “Much Loved”, vuelve a mostrar una mirada, esta vez […]
[…] europeo. Se aleja pues en su contexto geográfico de filmes de temáticas similares como vimos en “Los caballos de Dios” (2012) del marroquí Nabil Ayouch, con quien comparte la culpabilización de la cárcel como […]