«Lucky», el filme con el que Harry Dean Stanton finalizó su carrera como actor tras su muerte el pasado año, llega para ofrecernos una experiencia realista.
Hacia una narración realista
Las primeras imágenes de «Lucky» nos muestran la rutina matinal de un anciano mediante una configuración de imágenes que, con un orden detallado, se antojan como un ritual que refleja con precisión la vida del protagonista del filme. Lucky es un hombre solitario de noventa años cuya vida está organizada de forma tan meticulosa que impregna la pantalla de imágenes que se repiten constantemente, transmitiendo una sensación de monotonía que, desde el primer fotograma, advierten al espectador de que lo que está a punto de ver no es una historia extraordinaria. Un arranque claro y conciso sobre quién es Lucky y de qué forma su psicología se apoderará del relato, culminando finalmente con una escena en la que él mismo recitará –en voz alta y dirigiéndose al espectador en cierto sentido– la definición de “realismo”: La forma de ver las cosas tal y como son, sin alteración alguna, y de estar preparado para ello. En definitiva, una declaración de intenciones por parte del personaje, así como del director, sobre la temática del filme y su entramado reflexivo.
«Lucky» es un largometraje sobre aceptar la vejez y la proximidad de la muerte, una reflexión sobre cómo, de repente, nos encontramos con aquello que durante años habíamos ignorado. Y, de forma acertada, John Carroll Lynch construye un relato que se adapta a esa idea mediante la representación de situaciones cotidianas y repetitivas que hacen del visionado del filme una contemplación. Cuando Lucky sale de casa recorre las mismas calles y establecimientos, habla con las mismas personas y observa de qué forma ha cambiado el mundo. Desde un punto de vista iconográfico, Lucky simboliza las ascuas de lo que significa ser un hombre en clave de Western: Con su sombrero puesto, atraviesa el escaparate de una tienda llamada “Stagecoach” y pasea por el árido desierto repleto de cactus mientras una armónica suena de fondo de forma similar a como lo hacía en los filmes de John Ford. Pero lo hace de forma lenta y torpe porque ya no es el hombre joven y fuerte que fue tiempo atrás; esa imagen queda ahora relegada a una fotografía desgastada que observa con frecuencia de forma nostálgica.
La luz entre las sombras
Pero además de esta faceta realista, «Lucky» cuenta con un atisbo de simpatía que trata de arrancar cierta magia de lo que se expone en pantalla. A raíz de las situaciones con las que, de forma monótona, Lucky se topa día a día, se puede apreciar como el imaginario del filme apunta hacia la búsqueda de un sentido dentro del pesimismo que surge del ocaso vital del protagonista. Los encuentros con los parroquianos del bar que frecuenta (entre los cuales vemos a un David Lynch que sugiere una relación directa con «The Straight Story»), el cumpleaños de una familia mexicana que apenas conoce o la efímera relación que entabla con un veterano de guerra en un restaurante, nos muestran instantes de belleza repentinos e inesperados que contrastan con la invariabilidad característica de la vida de Lucky y nos sugieren que, a pesar de que éste no vaya a encontrar una revelación que le satisfaga, existen momentos en los que se puede vislumbrar la verdad.
Teniendo como telón de fondo el realismo en su máxima expresión, «Lucky» narra una historia sobre la vejez y la aceptación de esta con un tono pesimista que, no obstante, busca un sentido con el que cerrar el metraje a través de los momentos que surgen de forma inesperada para el espectador. Una reflexión, finalmente, sólida a pesar de jugar con los contrastes, que termina por dejar un sabor de boca agradable.
Frases destacadas:
- Doctor: «Te has portado bien. Toma una piruleta«.
- Lucky: «¿Y qué hago con ella? ¿Se la meto por el culo?«