Mar. Mar 19th, 2024

Entrar en la última obra de Puiu es tarea ardua. Pero el desafío merece la pena, porque trasciende el medio y se circunscriben en el terreno de lo sublime.

Del teatro al cine y viceversa

Sé que es una cuestión difícil de justificar cuando, cinematográficamente, la obra es formalmente teatro filmado en una primera aproximación. No lo es, de hecho, es una de las mejores puestas de escena que he visto recientemente en el cine. Todo sirve exactamente al fin al que tanto Cristi Puiu como su mujer y su hija, en el guion, nos han querido mostrar: la difícil puesta en imágenes de una de las obras del filósofo ruso Vladimir Soloviov (teólogo, místico, poeta, ocultista, filósofo, escritor e influencia capital de autores como Lev Tolstoi, Fiodr Dostoievski, Boris Pasternak; o de filósofos como Bulgákov u ocultistas como Rudolf Steiner) «Los tres diálogos y el relato del Anticristo». Algo que vendría a ser como filmar los «Diálogos de Platón» o «Las eneadas» de Plotino.

El aparente quietismo de la cámara, no es más que la herramienta para acentuar los diálogos entre Nikolai (alter ego quizás de Soloviov y Puiu, por extensión), Olga, su mujer; Ingrida, Madeleine y Edouard, representantes todos de las diferentes posturas sobre el bien, el mal, la fe, la guerra, la política, Dios, la muerte, el existencialismo, el pragmatismo, el idealismo…El quietismo se rompe en momentos clave, sobre todo con la aparición de los criados, dirigidos por el severo Istvan, que están constantemente trabajando en sus quehaceres diarios y sin tiempo para el divagar mental como sí tienen los ociosos señores (con lo que aparece aquí una lectura en clave social sobre el ocio y el trabajo, harto interesante).

Las escenas se suceden mayoritariamente, sin planos contraplanos, con planos fijos estáticos sobre el que se mueven los personajes, que quedan en fuera de cámara o en escorzos antiformalistas, negándonos al espectador las reacciones o incidiendo únicamente en estas de varias ideas fuerza del relato, lo que rompe con la excesiva ilustración de la metáfora y de la figura de dos obras con las que se la ha comparado, “Ordet” de Dreyer y “El Ángel Exterminador” de Buñuel. Obras que, como esta o como Gritos y Susurrosde Bergman, están profundamente marcadas por el espacio de la Mansión, que actúa como un personaje más, en contraposición con un afuera que siempre es inhóspito, hostil y desafiante.

Una película llena de capas

Al ser diálogos de alta cultura, no aptos para un espectador sin formación académica o interés filosófico, expuestos casi en crudo, la película de 3 horas y 20 minutos puede ser vista como un brutal ejercicio de pedantería y así puede analizarse sin que por ello estemos ante un mal análisis (“Malmkrog”, es una película de múltiples capas). Cosa que se acentúa cuando el diálogo se ve bruscamente interrumpido antes de llegar a la parte del Anticristo, con una escena que permite seguir añadiendo capas de interpretación y de análisis a la obra (y no solo a la película sino a la de Soloviov). Es esta escena final, que parece totalmente alejada de lo anterior (es de noche, los personajes llevan ropas oscuras y hacen apelaciones a lo espiritual y a la resurrección de los muertos, con lo que quien quiera entender que entienda), la que da el sentido último a todos los diálogos anteriores y la que nos obliga a reflexionar, igual que hacen los personajes, sobre lo dicho y, sobre todo, sobre la futilidad del acto de dialogar o de pensar.

“Malmkrog o Una cierta experiencia de clase” es un largometraje, por lo tanto, arriesgadísimo, como también lo ha sido el haberle otorgado el premio a la mejor película del Festival de Sevilla. Es una obra sobre la que se va a escribir mucho más que lo que el breve espacio de una reseña nos permite y que nos va a permitir volver a preguntarnos y a cuestionarnos no ya sobre los temas de la misma, sino sobre el propio papel que tiene el cine como espacio de alta cultura en un tiempo en el que el blockbuster del presente continuo, en el que somos víctimas de una uniformización del producto en todos sus aspectos (formal, de narración, de consumo) no nos deja espacio y lo que es peor, no apela siquiera al consumidor de cine, para obras de esta índole y de este calado cultural. Entiéndaseme, esto no es una crítica al cine como producto sino a que no haya espacio para el cine que vaya más allá de lo popular, no porque este no sea necesario, sino porque ya ni educamos al espectador medio para que pueda entrar en los dos mundos a voluntad y sea capaz de disfrutarlo. Y en esto “Malmkrog” es sublime, porque ser capaces de disfrutar una obra así, nos permite dialogar con 3000 años de filosofía, religión, historia y cultura y profundizar en nosotros mismos, como individuos y como parte de una especie.

Por Jordi Copano

Estudié Audiovisuales e hice un Master en Estudios de Cine, algo que me sirvió para hacer name dropping de pelis cuando alguien menciona a Tarkovski. Descubrí, gracias a alguna experiencia en rodajes, que odio el Cine, pero amo las películas. Sobre todo las de Zucker, Abrams y Zucker.

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