Emotiva historia de amor maternofilial en un espacio fantasioso que derrocha imaginación y talento
Poderoso y sorprendente es el debut en la dirección de la japonesa Mari Okada con «Maquia. Una historia de amor inmortal». Una cinta de animación que hace gala de un despliegue visual envolvente acompañado de una banda sonora a la altura. Pero no estamos ante uno de los animes del año tan solo por su milagroso apartado técnico, sino que el filme destaca a la hora de abordar un espacio y un relato que demuestra las virtudes de la cineasta a la hora de confeccionar su obra.
La importancia del espacio
El primer derroche de originalidad lo encontramos en su mera premisa. En su prólogo, la película nos presenta a los lorph, una especie humanoide que deja de envejecer en la adolescencia y que vive de tejer telas, con las cuales además también diseñan un lenguaje con el que transmitir sus sentimientos. Un lugar idílico violentado por la llegada de los humanos del reino de Mezarte, quienes raptan a Leilia para conseguir desentrañar el misterio de la juventud. En ese altercado, la joven Maquia, de 15 años, acaba abandonada y decide adoptar por mera humanidad a un recién nacido mecido en las manos de su madre asesinada por la guerra. A medida que avancen los años, conoceremos, muchas veces en segundo plano, los entresijos de esta sociedad medieval y su ansia bélica, así como también las pequeñas operaciones rebeldes de los lorph supervivientes y la lucha por controlar criaturas fantásticas sumidas por la voluntad de los hombres. Pero será este también un lugar donde se hallen rasgos de humanidad, sobre todo en las zonas rurales más perdidas, y donde sucederán las primeras aventuras de Maquia y su pequeño Ariel.
El vínculo maternofilial
El primer acto de la cinta tras su prólogo, se disfruta gracias a la empatía que desprenden unos protagonistas tan adorables como pueden ser tanto Maquia como Ariel así como los personajes secundarios que les rodean. Secuencias tiernamente humanas que nos hablan de la maternidad temprana así como de la primera infancia. Retazos de auténtica realidad, sentimiento en estado puro, sublimación de los instintos. Todo ello desde una estética preciosista y dinámica, ahondando en el cine de la bondad del que hace gala la cinematografía nipona este 2018 con títulos como «Jesus» (Hiroshi Okuyama) o «Un asunto de familia» (Hirokazu Koreeda). No obstante, existe el drama, el componente trágico que marca la inevitable consecución del destino. Casi como si de una tragedia griega se tratara, Maquia es conocedora de un hecho tormentoso, y es que su longevidad le llevará a ver como todas las personas de su alrededor acabarán muertas, incluyendo Ariel. De hecho, su condición imperecedera le obligará a llevar una vida nómada mudándose cada cierto tiempo, observando en estos lapsos temporales el crecimiento de su hijo. La situación en cuanto a su relación emocional sufrirá pues algún que otro revés, siendo extraña la ausencia de senectud en Maquia. Un drama que protagonizará la esencia misma del filme y que se llevará hasta sus últimas consecuencias en el punto álgido de la narración. Escena magistralmente llevada por la directora donde acompasa los distintos tempos con un montaje dinámico y acertado que nos habla de la vida y la muerte, de la maternidad a diferentes niveles, del sentido de la protección y del amor maternal. Una catarsis liberadora que se sumergirá en lo sensitivo para perderse en distintos clímax y epílogos que pese a arriesgar a la hora de recrearse en lo emotivo, logra seducir y acompañar al espectador contagiándole e invitándole a disfrutar de un torbellino de sentimientos estupendamente expuesto.
Frases destacadas:
- «Ariel morirá mucho antes que tú»
- «A los diferentes siempre nos tratan igual. Primero con curiosidad, luego llega la burla y por último el exterminio»