Los hermanos Tavianni ofrecen una sublime plasmación fílmica de diversas novelas del Decamerón de Boccaccio
Prólogo
La abertura de la nueva adaptación del Decamerón de Giovanni Boccaccio, obra magna de la literatura escrita en lengua vulgar en Florencia finalizada en 1353, se diferencia enormemente de la que nos ofreció Pier Paolo Pasolini en 1971 con «El Decamerón». Y es que mientras el polémico cineasta obvió el prólogo de la novela de las cien novelas, no lo hacen así los octogenarios Paolo y Vittorio Taviani. Lo cual se debe a que el izquierdista iniciaba con este filme su trilogía de la vida, la cual complementaría con «Los cuentos de Canterbury» en 1972 (basada en el libro que a su vez nació gracias a la influencia del Decamerón de Boccaccio) y «Las mil y una noches» (1974). Los hermanos Taviani sin embargo, sin obviar el lado más erótico o jocoso en uno de sus cinco cuentos escogidos, ofrecen una visión mucho más lúgubre, visceral y trágica. Lo cual se denota a la hora de plasmar el fatídico pasaje de la novela donde se narra las desgracias ocasionadas en la población florentina la irrupción de la peste bubónica. Los cineastas logran traspasar al lenguaje de las imágenes el desolador panorama descrito por Boccaccio. Un estudio no solo de la muerte de personas y bestias, sino también de las reacciones humanas ante la pérdida de seres queridos y el miedo hacia el contagio. Pasajes de locura colectiva y supersticiones, como en la escena donde algunas mujeres huelen flores con tal de ahuyentar la enfermedad, aunque obviando a los más hedonistas, una reacción que bien mostró Werner Herzog en «Nosferatu» (1979). Por otro lado, el entierro en fosas comunes y la falta de empatía de quien no le importa enterrar vivo a un hombre desesperado nos puede rememorar en su angustia y desasosiego a una de las más duras secuencias de «La balada de Narayama» de Shoei Imamura, Palma de Oro en 1983.
Los hermanos Taviani lograron el Oso de oro en 2012 con la aclamada «César debe morir». En ella, filmaron a unos presos recitar el texto de Shakespeare recreando en la cárcel los hechos acontecidos en la obra. En esta ocasión, no se trata de citar el escrito original, sino de originar una creación propia a través de la fuente literaria. Así pues, en el primer encuentro de las siete mujeres que, junto a los tres hombres que más tarde aparecerán, contarán estas cien historias refugiados en una mansión alejados de la ciudad, no se aprecia el machismo que el autor original puso en boca de sus propios personajes femeninos. Sí se vive, cabe decir, la atracción sexual juvenil propia de muchachos de esa edad. Aunque las pasiones más humanas y profundas, afrontadas desde distintoss géneros, serán abordadas a modo de catarsis colectiva escuchando las historias que ellos mismos narrarán. Los Taviani configuran una selección de cinco, apelando a distintos sentimientos universales y entregándonos, en cierta medida, una nueva obra shakespeariana.
Las cien novelas
A la hora de introducir la ficción dentro de la misma, los hermanos Taviani realizan un interesante juego donde primero intercalan al personaje principal de la historia entre la conversación de los jóvenes para después lanzarse a plasmar cinematográficamente el relato abandonando la voz en off del narrador. Para evidenciar los lapsos de tiempo utilizan una transición mediante el montaje de la iluminación, la cual dominan con una maestría que nos recuerda a otra obra italiana reciente como «Felices sueños» (Marco Bellocchio, 2016). Hacen gala además de un poderío formal abrumador, ayudado de una banda sonora que mide su melodía en función del marco emocional donde se encuadra la acción dramática. El entorno natural toscano, las construcciones medievales y el colorido del vestuario nos sumergen dentro de una estética previa al Renacimiento, con Giotto o Boticcelli como referentes.
Las historias narradas, nos conducen por un laberinto de pasiones humanas reprimidas obligadas a estallar ante la sucesión de acontecimientos. La primera de ellas y una de las más hermosas, nos interpela moralmente sobre el descuido de los seres amados, el miedo a la restricción materna y la fuerza del amor como motor que puede devolver a la vida al ser querido. Una lección además de moralidad que se resuelve con destreza en su banquete final. Por su lado, el segundo de ellos, que se inicia desde la mofa hacia el zopenco, acaba por desvelarse como algo más que una historia cómica. Observamos como el mal existe entre quien se aprovecha del inferior, para encontrarnos en el efecto que causa la ausencia de restricción legal contra quien descubre que puede obrar con pura perversidad sin ser reprendido por ello. La tercera de ellas, una de las más trágicas, nos muestra los celos irracionales de un padre, el castigo hacia quien trató como a un hijo, y a su vez, desprecio hacia los naturales sentimientos de su hija. Un estudio de una moral perversa embrutecida por unos pensamientos que navegan por el más egoísta de los finales. Ya en la cuarta, encontramos el relato más pasoliniano, un canto a la libertad sexual y a la hipocresía de la Iglesia ubicada en un convento. Por último, los Taviani dejan la más potente de sus historias, una novela de amor y amistad, de vida y muerte. Logran impregnar al relato un halo depresivo, de dolorosa tristeza, de apesadrumbrado sacrificio. Una pincelada de los más poderosos sentimientos humanos, englobando lo bueno y lo malo, evidenciando la diferenciación de clases e igualando el corazón de los seres humanos más puros. Un triunfo ciematográfico que utiliza el cuento original para desplegar en lenguaje fílmico un festival universal de emociones poniendo el broche de oro a uno de los mejores estrenos del año.
Frases destacadas:
- «No deberíamos hacer nada para no levantar envidias en los demás»
- «La has tocado. He perdido a un hija. No pienso perder a los otros»
- «Yo no tengo ningún halcón»
Tráiler de «Maravilloso Boccaccio»: