Cinta de animación japonesa de Hiromasa Yonebayashi que suple sus carencias inventivas en la narración con su poderosísima originalidad visual.
Hiromasa Yonebayashi fue el director más joven en dirigir una película en el mítico estudio de animación japonesa Ghibli. Con solo 35 años, estrenó la taquillera «Arrietty y el mundo de los diminutos» (2010), la que quizás sea su mejor película hasta la fecha, consolidándose con su ópera prima como un cineasta volcado en agradar al público infantil. Con «El recuerdo de Marnie» (2014), la cosa se tornó más seria y el peso del sello Ghibli acabó por restarle personalidad a su propia creación. Tras el cierre del estudio, junto con otros profesionales, Yonebayashi fundó el suyo propio, Ponoc, siendo esta «Mary y la flor de la bruja» (2017) el pistoletazo de salida de esta nueva compañía.
Como el cine de Hayao Miyazaki, Yonebayashi logra aúnar en su propia obra elementos fantasiosos que unen las técnicas de animación niponas con la literatura fantástica infantil británica. En este caso, «Mary y la flor de la bruja» se erige sobre la novela La pequeña escoba de palo de Mary Stewart. Es por eso que quizás a nivel temático no estemos ante una obra que abra nuevas vías que resulten algo novedosas. Las citas a Alicia en el país de las maravillas y Alicia a través del espejo de Lewis Carroll son casi explícitas dentro de la película. Además, una niña aburrida en una casa de campo que vive con adultos, se relaciona con un chico del pueblo cuyo primer encontronazo resulta chocante y que acaba sin quererlo ni beberlo en un mundo fantasioso alejado de la realidad es algo ya muy tratado dentro de Ghibli. Personas castigadas y convertidas en animales antropomórficos o una bruja que provoca pavor en nuestra protagonista también son elementos ya explorados en películas como «El viaje de Chihiro» (2001) (donde Yonebayashi trabajó en el campo de la animación, todo hay que decirlo). Por su lado, los primeros compases del filme con la joven niña montada a su escoba nos puede rememorar visualmente a «Nicky, la aprendiz de bruja», también de Miyazaki. A su vez, el final del filme, en el que se advierte de los peligros de la experimentación y de las ansias de poder nos rememora, desde una perspectiva mucho más infantil, a «Akira» (1988) de Katsuhiro Otomo o «Metrópolis» (2000) de Rintaro.
No obstante, no piense el lector que el hecho de carecer de ideas propias estamos ante un filme desdeñable. Todo lo que le falta de inventiva propia, «Mary y la flor de la bruja» lo suple y con creces en su acabado visual. Pero no sólo a nivel técnico con una animación exquisita, sino a la hora de volcar toda su originalidad en el impacto que nos provocan sus imágenes. La pericia de esta película no reside en la simpleza de su entretenida historia infantil, sino en la capacidad de Yonebayashi para dejar que las imágenes hablen por si solas, desarrollando secuencias que suponen un derrroche de genialidad que abruma al espectador sumergiéndole de lleno en este trepidante mundo de fantasía. Yonebayashi se libra en última instancia de la trascendencia de su última película para regalar a niños y adultos un viaje audiovisual a un mundo mágico genuinamente salido de su talento creador.
Frases destacadas de «Mary y la flor de la bruja»:
- «No serás una impostora, ¿no?»
- «Lo siento Peter, ha sido culpa mía»
- «Oh, ¡eres una persona! Pensaba que eras un mono rojo»
Tráiler de «Mary y la flor de la bruja»: