Mar. Mar 19th, 2024

Michael Moore irrumpió el pasado 18 de octubre en la campaña presidencial estadounidense con el estreno de su último largometraje pidiendo a voz en grito el voto por Clinton.

Propaganda demócrata en formato comedia

“Michael Moore in Trumpland” es el décimo largometraje del oscarizado cineasta de Michigan. Hemos visionado este filme en un cine pequeño de Iowa City llamado Film Scene dedicado al cine de autor. Se trata de la primera cooperativa de exhibición cinematográfica de Estados Unidos. La sesión casi cuelga el cartel de todo el aforo vendido. La audiencia estaba integrada por fieles votantes demócratas, que pasaron un buen rato. Pero lo cierto es que lejos quedan aquellos “Bowling for Columbine”, por el que se llevó inesperadamente el Oscar, o “Fahrenheit 9/11” donde se vislumbraban sus aciertos y grandes defectos. En este caso, decir que este filme es un documental resulta ser una gran osadía, aceptamos mejor el término comedia propagandística. Y como herramienta de propaganda funciona como un reloj, a la vista de la manera en cómo reaccionaba la audiencia. Este filme es un show al más puro estilo stand-up comedy, por ese motivo Moore ha alquilado un teatro para recitar su monólogo de una hora y quince minutos de duración a una audiencia donde se mezclan demócratas y republicanos. El objetivo es convencer a los votantes pro Trump y a los que reniegan de Hillary para que cambien de parecer y metan en la urna el 8 de noviembre la papeleta de Clinton.

El monólogo se estructura en torno a tres partes claramente diferenciadas. Para ello, introduce dos vídeos cortos que funcionan como breves interludios, en uno nos plantea cómo sería el primer día de Trump en la Casa Blanca, y el segundo, es el último anuncio de campaña. Durante el primer acto, el objetivo de Moore es ganarse los respetos de la audiencia republicana dejando claro que votó a Obama y que es partidario de Sanders, y dice con la boca pequeña que no votaría nunca a Hillary. Para ello no duda en elogiar a los votantes republicanos, porque al igual que los seguidores del Partido Popular en España, son fieles votantes, no dejan escapar ninguna cita electoral y están bien organizados. El mensaje final para ambos es que en estas elecciones lo mejor para el país es votar a Hillary aunque sea con la nariz tapada. Por ese motivo en el segundo acto hace un repaso a los mejores momentos que nos ha dejado para el recuerdo el magnate durante este año de campaña, donde inciden en la misoginia, racismo, etc. Para finalizar con una elegía en toda regla sobre la figura de Clinton, hasta el punto que llega a desmelenarse y compara a la estadista estadounidense con el Papa Francisco.

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En ningún momento se plantea hablar de los grandes hechos de la actualidad estadounidense, y en los que pocos medios inciden. Moore a pesar de que define al posible votante de Trump y Clinton, lo hace con las gafas de lejos. Habla del voto de castigo, pero no los pone bajo el microscopio sociológico para contarnos que son votantes de raza blanca, que muchos de ellos tiempo atrás pertenecieron a la clase media, y ahora, a pesar de que trabajan en mini-jobs son pobres y consideran que pagan muchos impuestos. Es ahí donde arraiga profundamente el populismo del candidato republicano. Tampoco se atreve a adentrarse en las políticas económicas de ambos candidatos. Nos ofrece realmente un análisis burdo y grueso de la realidad estadounidense. Pasa de puntillas, con algún chistecillo, sombra la idea de una clara sociedad dividida. Apela directamente al feminismo para pedir el voto por Clinton, pasando muy por encima de la mala prensa que tiene entre sus votantes. Deja muy claro que la candidata demócrata se arraiga en una generación de mujeres que ha sido criada por mujeres que comenzaron trabajando duramente por sostener un país inmerso en la II Guerra Mundial, que las obligaron a regresar a sus hogares tras el regreso de los hombres que estaban en el frente, y que ahora tratan de insertarse con pleno derecho en el mercado laboral y político. Por todos estos motivos, nos negamos radicalmente a considerarlo un documental, porque en ningún momento ese patio de butacas o entresuelo refleja la sociedad o sus problemáticas desde una perspectiva electoral. Nos vomita en la cara su opinión tratando de esbozar una sonrisa en el espectador.

La controversia como herramienta publicitaria

Lo más evidente es que Moore no es Louis C.K., y su monólogo a pesar de tener una férrea planificación, sus chistes no poseen un ritmo adecuado, sobre todo cuando se deja poseer por el espíritu de telepredicador barato, momento ciertamente bochornoso, todo sea dicho. Hay que reconocer que de cien chistes alguno acaba resultando ingenioso y sumamente irónico, pero la gran mayoría son realmente de brocha gorda, al igual que le ocurría en su último trabajo Qué invadimos ahora. Nos referimos al momento en que pone un muro a los latinos situados en el entresuelo del teatro, en el que graba con un dron a los musulmanes que estaban a su lado o el vídeo de lo que sería el primer día de gobierno de Trump.

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Este proyecto ya nació con cierta controversia en las redes sociales. En un principio, el realizador tenía previsto hacerlo en el Midland Theatre de Newark (Ohio). Moore colgó en su muro de Facebook un mensaje diciendo que cambiaba la localización porque no le dejaban hacer la representación, alegando que el manager tenía miedo a que afectara negativamente al teatro. En cambio, la posición pública de Nancy Anderson es que nunca se alcanzó un acuerdo formal, y que el director debía entender que no es un espacio público, y que su programación depende de parámetros como disponibilidad, audiencia y beneficios. Finalmente, la representación se hizo en el Murphy Theatre de Wilmington, también localizado en el estado de Ohio. La elección del teatro no es arbitraria. Ambos están en el Condado de Clinton, eso le facilita hacer algún chiste facilón que otro. Además, están en una de las principales canteras de votantes republicanos. Es muy evidente el objetivo del cineasta de buscar la polémica a cualquier precio, tanto como herramienta para dar a conocer su nuevo trabajo, como para buscar el voto para Clinton. El filme se estrenó con un pase gratuito en el IFC Center. El filme, en términos globales, no es para nada controvertido, ni ha generado aquí la menor problemática.

Obviamente, la representación teatral transcurre sin el menor incidente. Lo más interesante es ver algunas reacciones del patio de butacas, sobre todo las caras serias ante algún comentario irónico del cineasta. “Michael Moore in Trumpland” lo que pone de manifiesto es que está muy sobrevalorado como realizador y creador. Este telefilme, porque no llega a la altura de trabajo cinematográfico, es un burdo ejercicio de propaganda demócrata en clave de comedia, con momentos donde Moore se deja llevar por una egolatría desmesurada, sólo apta para los fieles seguidores del cineasta de Michigan.

Frases destacadas:

  • Michael Moore: “All here, we have a conservative in the family
  • Michael Moore: “We have drones just to check what you’re doing
  • Michael Moore: (Dirigiéndose a los republicanos) “We have more things in common than you think
  • Michael Moore: “I know there is a rule: Don’t believe in Michael Moore
  • Michael Moore: “If you don’t support gay marriage then don’t get gay married
  • Michael Moore: “They forget legalize gay divorce
  • Michael Moore: “The women are coming. It’s all over
  • Michael Moore: “Women don’t shut you, unless you deserve it
  • Michael Moore: “You used the ballot as an anger machine
  • Michael Moore: “Can anyone say something nice about Hillary?
  • Michael Moore: “She can be our Pope Francis. May be!

Trailer de la película

Por Alfredo Manteca

Periodismo UCM. Cinéfilo y cinefago compulsivo. Crecí con Kubrick, Hitchcock y Cronenberg.

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