La película comienza con una premisa: ¿Qué pasaría si se produce una revolución social en la que no intervenga el Estado? Un nuevo orden, creado a partir de una revolución mexicana, es lo que nos propone el sexto largometraje dirigido por el mexicano Michel Franco («Después de Lucía», «Las hijas de Abril»).
El film arranca en plena celebración de boda. Daniel (Diego Boneta), Marian (Naian González Norvind) y todos sus familiares se ven envueltos en una premisa que se sostiene durante una primera media hora cargada, en justa medida, de cálidas y sinceras imágenes (que podrían ser de archivo) de exótica farra; otra segunda con momentos de verdadera tensión y diálogos indirectamente sacados de retransmisiones (como la del locutor de radio o la presentadora del noticiario) en una declaración de intenciones bastante formal y un tercer acto final de aplomo, innecesaria crítica al poder ejecutivo y a un hipócrita General Oribe (Gustavo Sánchez Parra). Una Revolución que se produce en justa medida como el resultado efectista al cambio «necesario» en la estructura de carácter político y social, en beneficio del proletariado mexicano, entre el beneplácito de muchos y el tímido encomio de no pocos.
En un fragmento de Relámpagos de agosto, Jorge Ibargüengoitia define muy bien la idea de si es sostenible una sociedad en la que, cada vez más, la desigualdad económica está dibujada de una forma mucho más diáfana: «El dinero tiene que venir o de las arcas caudales de los ricos, o bien, de las del Gobierno de Estados Unidos. Como no contábamos, ni con el apoyo, ni con las simpatías de este último, nos fuimos sobre los primeros».
De la revolución al cinismo
En pos de lo irónico y lo trágico, nos gustaría quedarnos con una frase: «La desigualdad es el gran mal del mundo, combinado con la corrupción […] el común denominador es la insatisfacción: el mundo ha perdido la fe en los políticos y los gobernantes«, propia ejemplificación de la trama. El mundo es una utopía y, por ello las clases sociales más bajas debemos de hacer algo al respecto, el odio de una buena parte de la sociedad se encuentra reflejada, a grandes rasgos, en el celuloide. También se nota cierto recelo por la clase social dominante (en los Estados Unidos Mexicanos) que ha sido consecuencia de varios años de corrupción política y de la herencia de una cruenta guerra cvil.
La cámara de Franco se mueve de forma moralista, sugiriendo mezquindad en algunos personajes (las numerosas violaciones en prisión, el robo del reloj y el collar después del rescate) y mostrando (en ocasiones, explicitando) una violencia exacerbada. Un dilema aristotélico es puesto en balance: catarsis vs. mímesis. ¿Mostar o no la violencia? Para filmar la violencia tienes que, ser consecuente con el plano, evitar tratar al espectador como si fuera estúpido. Y esto, sin entrar en una postura moral como lo hacen Haneke o Tarantino. Ambos directores se han mostrado diametralmente opuestos y, a la vez, consecuentes con la filmación de la violencia explícita (en el fuera de plano) y la degustación por la sangre (haciendo uso de la estética).
La película, premiada (con el Gran Premio del Jurado) en el pasado festival de Venecia, es una conglomerado de asuntos sociales que remueven la conciencia social, la agitación de las masas puede estar justificada por pero no por la violencia concatenada en el mero hecho de ajusticiar el pasado y mantener un equilibrio en la balanza. En un futuro puede que los sociólogos incluyan «Nuevo Orden» en sus ensayos para analizar una sociedad perdida como la nuestra.
A efectos de coyuntura social, se aboga por una sociedad utópica y demacrada, algo que, a vida cuenta, es innecesario en nuestros días. Podría darse una lectura errónea por su deus ex machina final poco justificado.
Frases destacadas:
- Un locutor de la radio: «Estamos hablando de un nuevo orden mundial«
- Mujer Verde: «Te voy a sacar de aquí. Confía en mí«
Tráiler de «Nuevo Orden» (2020)