Aproximación a uno de los artistas más peculiares de Rusia
Pocos meses después de la muerte de Oleg Karavaychuk, llega a nuestras salas el documental de Andrés Duque sobre el excéntrico artista que tantas expectativas levantó tras su paso por el Festival Punto de Vista de Pamplona y el D’A de Barcelona, siendo premiado en ambos certámenes.
La muerte
Nacido en 1927 y siendo considerado un niño prodigio, Oleg Karavaychuk tocó el piano real de Nicolás II para Stalin, utilizando posteriormente su talento musical en la composición de piezas que acompañarían distintos filmes y obras de teatro a lo largo de su extensa carrera. Resulta curioso que durante el documental, el octogenario ruso divague sobre su propia muerte, dando a entender que su esencia vital se compone de la experiencia adquirida en su alma artística, siendo este su legado con él mismo y con el mundo, y resultando esta cinta un testamento personal, un diario íntimo en el que (in)voluntariamente, el público pueda navegar por la información difusa que desprende una personalidad de sus características.
La mirada de Duque
“Oleg y las raras artes” se abre en el Hermitage, en un plano fijo donde Oleg se acerca a la cámara y se abre con el espectador y con el mundo, hablando de lo que realmente le interesa, marchándose y retomando el monólogo en cuanto piensa que aun no ha terminado con lo que quería transmitir. Andrés Duque parece darle total libertad al objeto de su cinta, quien rememora la historia de Rusia, algo que a los más cinéfilos les retrotraerá a lo mostrado en “El arca rusa” (2003) de Sokurov. No obstante, tras el final de la exposición del único protagonista del filme, el director español juega con el montaje, deja a su personaje alejarse de la cámara mientras cambia el espacio que le envuelve. Duque parece querer indicarnos que pese a la libertad otorgada a la figura retratada, la mirada posterior es la suya propia, quien decide la puesta en escena, el artificio de su trabajo. Algo también reflejado en la escena donde Oleg parece dormir, o meditar, o en todo caso, mantenerse ensimismado alejado del punto de vista de la cámara y del exterior; una ocasión perfecta para que el cineasta español introduzca una música extradiegética a modo de comentario del autor, de reflexión o sentimiento sobre la materia que aborda.
Oleg
A través de largos planos, algunos de más diez minutos de dirección, seguimos las pasiones de Oleg. Observamos a un hombre evocar tiempos pasados, retazos de la historia de su país siempre encarados desde su propia perspectiva. A su vez, la relación que estos hechos guardan con el arte, la música. El espectador debe aventurarse a sumergirse de lleno en los recuerdos idealizados de una mente peculiar y ser consciente de ello. Unas reflexiones y una vocación que se sienten a la perfección en las escenas donde el propio pianista se expresa casi con violencia a través de la música, interpretado con pura pasión aquello que más le motiva y finalizando su arrebato artístico en el momento en el que cree que ya ha sido suficiente tan solo diciendo “basta”.
Frases destacadas de “Oleg y las raras artes”:
- Oleg: “Por eso mi vida está iluminada por Catalina. La quiero”.
- Oleg: “Con el Hermitage tengo una relación de más de 30 años”.
- Oleg: “Cuanto toco por supuesto yo siento”