Randau firma un brillante y ameno ejercicio de recreación lingüística, sociológica y antropológica, que posee un McGuffin que invita a la reflexión.
La historia de un asesinato
Felix Randau reconstruye en este largometraje el drama de un hombre del neolítico que vivió en los Alpes de Ötztal, hace más de 5300 años, que falleció abatido por una flecha. Su momia fue encontrada por dos alpinistas. Su estado de conservación ha sido excelente gracias a que se congeló y permaneció sepultado entre las nieves perpetuas. Se estima que el Hombre de Hauslabjoch falleció a la edad de 46 años. El realizador y guionista nos cuenta sus últimos días. Kelab vive en un poblado asentado cerca de un arroyo. Su principal responsabilidad, como líder espiritual del grupo, es custodiar el santo sagrario, Tineka. Un día, mientras está cazando, miembros de una tribu rival lo roban y matan a todos los miembros a excepción de un recién nacido. Kelab inicia una persecución para vengar la muerte de sus congéneres, y además, tendrá que luchar por mantener con vida al bebé.
Este drama resulta ser más una simple historia arcaica más. Es un asesinato sin resolver, esto ayuda Randau a plantearnos un relato universal sobre la humanidad. Puede que resulte ser un tanto pesimista, pero es la verdad. El filme versa sobre la espiral de la violencia, como esta acaba perpetuándose porque ambas tribus se sienten totalmente legitimadas a ejercerla. El detonante es lo de menos, porque toda sociedad tiene su fetiche, nos da igual el Tineka, el petróleo, etc. La tesis de este autor es que la violencia desde tiempos ancestrales, en términos generales, siempre ha sido ejercida por el género masculino. Este es más violento que el femenino. Jürgen Vogel que da vida a Kelab hace un estupendo trabajo interpretando a este líder tribal. Sabe transmitir tanto la delicadeza del lado espiritual, esa conexión con lo que no comprende, la naturaleza, como esa gran agresividad que despierta al ver a toda la tribu muerta. El actor y su capacidad para hacer verosímil este increíble personaje se convierte en una pieza fundamental del equipo.
Magnífica recreación del neolítico
Como siempre, en este tipo de largometrajes, uno de los aspectos más delicados es la forma en que se comunican los personajes. Randau ha contado con la ayuda de Chasper Pult para crear un lenguaje que encuentra sus raíces en la lengua rética. Otro gran acierto del realizador es evitar que Beat Solèr, compositor de la banda sonora, sobreescriba su relato. Hace un estupendo trabajo usando instrumentos de cuerda básicamente. Ayuda al espectador a conectar con este hombre primitivo, a mostrar su rutina, su conexión con el cosmos, etc.
Randau firma una magnífica historia de ficción de un hombre que apareció muerto, que se erige como un reflejo de nuestra realidad, de ahí que la ultima secuencia se pueda leer como el mito de la cueva de Platón, te invierte la cámara, para conectar ese relato del pasado con nuestro presente, porque la tesis final de este autor es que el hombre no ha cambiado nada a pesar del paso del tiempo. Ahí es cuando se descubren las cartas, porque el objetivo final es invitar al espectador a una reflexión sobre la condición humana, porque él no toma ningún partido, sólo expone hechos o ideas.