El pasado 18 de mayo la plataforma digital Netflix ha estrenado la segunda parte de “Por trece razones”, que se convirtió en todo un fenómeno convirtiéndose en uno de los grandes éxitos inesperados de Netflix.
Regresamos al instituto Liberty
Parecía que el suicidio de Hannah Baker era una historia autoconclusiva, pero sus productores entre los que se encuentra la cantante Selena, han decidido continuar esta triste historia protagonizada por una adolescente. Brian Yorkey y el equipo de guionistas han vertebrado estos trece nuevos capítulos con el juicio que entabla la Sra. Baker contra el Instituto por negligencia, dado que los profesores sabían perfectamente que sufría acoso escolar. Así se abre toda una galería de villanos. Tenemos desde la abogada del instituto que se dedica a destrozar la imagen pública de Hannah, pasando por Bryce, el capitán del equipo de beisbol, su padre que teje todas las relaciones del pueblo y finalmente el director del instituto. Durante la celebración del juicio, Clay Jensen recibe esta vez una serie de polaroids donde aparecen compañeras y en ellas hay escrito un mensaje: “Hannah no era la única”. Por ese motivo, decide investigar quién y por qué le manda las fotos, a la par que busca a Justin Foley, que no supera lo ocurrido y se entrega a la heroína, con el fin de que le ayude a resolver el enigma. Mientras tanto Jessica intenta superar todo y acude a un grupo de autoayuda, y Alex lucha por recuperar la memoria tras su intento de suicidio. Así, el espectador irá explorando las consecuencias del suicidio de Hannah y cómo afectó este hecho al resto de personajes, y la forma en que tratan de cerrar sus heridas.
En líneas generales este es el punto de partida de una segunda temporada que mantiene el tono, e incluso eleva un poco el nivel de violencia psicológica y sexual con respecto de la primera temporada, por ese motivo seguimos recomendando a los jóvenes evitar visionar solos esta serie, consideramos que los adolescentes deben verla en compañía de un adulto. Cuando uno acaba de ver todos los capítulos comprende los motivos por los que los adolescentes se sienten atraídos por esta serie. Hay una gran amalgama de tendencias sexuales y tribus urbanas con los que el espectador potencial puede sentirse identificado. Los guionistas hacen un gran esfuerzo en que los diálogos suenen verosímiles a oídos de un adolescente. Además, se aprecia un gran nivel de compenetración entre los distintos actores que integran el reparto. De todos ellos destacamos a Alisha Boe, que da vida a Jessica, y a David Druin, que interpreta a Tyler. Ambos hacen un excelente trabajo y sus actuaciones son las que rebosan verdad. Por su parte, Justin Prestince sigue creando un villano competente y eficaz, que dinamiza la trama, porque Bryce se convierte en el principal motor dramatúrgico de esta temporada. Y finalmente, Kate Walsh, se convierte en esta nueva entrega en toda una madre coraje, que sabe tocar la fibra sensible. Del resto de actores y personajes, consideramos que su labor es más normalita, incluso algunos pueden resultar de lo más empalagoso para el público adulto, como por ejemplo Clay Jensen.
Repitiendo la fórmula
Interesante, a priori, es el desarrollo argumental planteado por Brian Yorkey, porque está creando un tríptico sobre los graves problemas del adolescente medio estadounidense. La primera temporada se centraba en el acoso escolar y el suicidio. La segunda temporada sobre las violaciones que se cometen en los campus tanto de los institutos como de las universidades en Estados Unidos por parte de algunos miembros de los equipos de fútbol y beisbol. Y poco a poco, han ido planteando la tercera temporada, que versará sobre las armas en los institutos y la violencia. El desarrollo de las líneas argumentales en esta segunda entrega ha resultado ser un poco más irregular que la primera entrega, sobre todo para el público más adulto, que la encontrará ciertamente reiterativa. El espectador podrá apreciar que hay historias desarrolladas en exceso, por ejemplo el personaje de Hannah ya estaba amortizado y carece de sentido alguno seguir explorándolo, de tal forma que ese juicio paralelo en torno a su memoria parece del todo excesivo. En esta nueva temporada a falta de cintas tenemos polaroids, lo malo es que este recurso no funciona igual de bien, convirtiéndose en un gancho de suspense un tanto limitado. Y finalmente, la convergencia de las distintas historias en el baile final queda articulada de una manera poco sutil. En cuanto a los personajes los tenemos mejor y peor desarrollados. Entre los mejores están el matrimonio Baker, que reflejan muy bien el duelo y las posibles consecuencias de la perdida de una hija. Jessica que nos muestra las consecuencias de una violación y Tyler la lucha contra el acoso escolar y el sistema. Y llegados a este punto, es inevitable hablar del último capítulo, porque Tyler es el protagonista central de las escenas más duras de toda la temporada, al igual que pasaba con Hannah en la primera. De esta forma los guionistas vuelven a repetir la misma fórmula al milímetro, sólo que cambiamos el sexo del personaje.
De nuevo son realizadores y guionistas pertenecientes al marco del cine indie estadounidense los encargados de dirigir esta nueva tanda de trece capítulos. Lidera el grupo Gregg Araki, seguido de Karen Moncrieff, Eliza Hittman, Michael Morris, Kat Candler y Jessica Yu dirigen dos capítulos cada uno. Kyle Patrick Alvarez famoso en Estados Unidos por haber escrito y producido esa joyita titulada “C.O.G”, se encarga de poner el punto y seguido a los avatares de los alumnos del instituto Liberty, porque estamos totalmente convencidos de que habrá tercera temporada. Otro tema es si es necesaria, o va a aportar algo nuevo. Lo que está claro es que los escritores de los guiones no han sido valientes y se han limitado a repetir el esquema. Ahora queda ver si en este año serán capaces de introducir nuevos elementos narrativos, porque el tema de las armas y las matanzas en institutos, más candente en Estados Unidos no puede ser, y es un tema que para ellos es de obligada reflexión.