Hans-Christian Schmid nos ofrece las aventuras emocionales de una familia burguesa fría e impasible, mismas cualidades que, para su desgracia, manifiesta el filme.
Las aventuras emocionales de una familia burguesa
Bernd Lange (Réquiem, 2006) al guión y Hans-Christian Schmid (Crazy,2000) en la dirección integran en «¿Qué nos queda?» un mensaje sobre los diferentes distanciamientos entre los sujetos de una familia alemana. Los personajes, burgueses y pedantes, se encuentran conectados en las dinámicas del cuidado de una enferma madre cuya independencia está impedida por su depresión. Necesita la sobreprotección de un padre y unos hijos a quienes parece importarles más un status quo que niegue la independencia que una verdadera implicación emocional. Y mientras asistimos a un bombardeo de resentimientos y miradas oscuras ahí afuera, en una estoica zona rural indeterminada de Westfalia, es primavera y el sol brilla. También suena The Notwist.
El desmoronamiento de la realidad material
Si, como apeló Hegel, toda la realidad es un proceso histórico, lo que figura «¿Qué nos queda?» es el desmoronamiento de la realidad material para dejar paso al auge del espíritu. Allá donde el hermano menor monta una clínica dental acosada de deudas con el dinero de su padre el hermano mayor se ocupa de escribir una novela presumiblemente fermentada por la herencia intelectual del librero progenitor. Los hermanos son la correa de transmisión creada por Schmid y Lange que nos plantea el momento de cambio que vivimos, y nos advierte de que mientras en la cultura occidental continuemos alimentando la autoexploración de la más mínima neura espiritual conseguiremos que la clase media, sustentada en el colchón económico de nuestros padres, termine por desmoronarse. El comentario parece, no obstante, sereno, como abandonado a la irremediabilidad que a la acción, como fomentando el dulce destino de quienes se pueden dedicar a los mecanismos de autodestrucción interpersonales. Los paisajes resplandecientes, los espacios arquitectónicos blancos y diáfanos y la prístina fotografía teutónica con la que lo recoge Bogumil Godfrejow contribuyen al sentimiento de bastión sanatorio en el que los contados momentos en los que los personajes se dejan llevar por sus impulsos salvajes se nos presentan demasiado fuera de lugar.
Pero al final lo que transmite esta historia, cuyos miembros viven, por poner un par de ejemplos, el mismo lujo emocional que aquellos ancianos del «Amor« de Haneke o que la familia pudiente de «De tal padre tal hijo« de Koreeda, es un intento por lograr el estilo intimista, pero adoleciendo de la carga de profundidad necesaria para colmar este tipo de cine de tan altas pretensiones (¿por qué ese ritmo tan lento? ¿con qué fin esa ausencia de empatía?). Más moralina que autenticidad. Una jugada tan ambiciosa como fallida.
Frases destacadas de «¿Qué nos queda?»:
– Marko: «Gracias, pero pedagógicamete es usted un desastre».
– Günter: «¿Quién dijo que me vaya a retirar? Es mi momento de escribir mi libro sobre las estrategias narrativas de los asirios y los numerios…»
– Marko: «Ya conoces a papá, le gusta crear hechos consumados».
– Jakob: «Por una vez asume tu responsabilidad, yo ya tengo bastante con lo mío».
– Marko: «¿Acaso es culpa mía que mamá anuncie algo así?»
– Günter: «Distancia tenemos nosotros dos de lunes a viernes desde que vosotros érais niños».