«Red Army» retrata las andanzas de los jugadores de Hockey más famosos a la par que nos muestra las claves de la ideología soviética en tiempos de Guerra Fría.
Retrato ideológico de la Guerra Fría
Grandilocuencia narrativa, magnéticos personajes más irreales que de este mundo, un potente archivo de recursos visuales y el poseer, gracias a los materiales recogidos, la capacidad de trasmitir eso que llamamos un relato. Estos, que son los cuatro acordes que debe tocar el documental actual para convertirse en garantía de éxito entre el público masivo, es lo que tiene entre sus manos Gabe Polsky, el norteamericano cineasta de origen ruso que ya debutó previamente en la ficción con «The Motel Life» y que decide aquí virar sus pretensiones fílmicas hacia este no poco ambicioso acercamiento al retrato ideológico del patriotismo en tiempos de la Guerra Fría.
Y así este repaso a la memorabilia propagandística soviética toma como excusa las andanzas del famoso Ejército rojo, el selecto equipo del hockey nacional que conmocionó el panorama deportivo en los ochenta y causó sus buenos quebraderos de cabeza a los estadounidenses, tan poco acostumbrados a perder pero que, como cuentan en el documental, reconocían no poder hacer otra cosa que aceptar derrota tras derrota ante aquel que fuese el equipo más extraordinario de la historia de este deporte. De entre esos cinco titanes del stick, hombres rudos y curtidos por la exigente vida de despóticos entrenamientos por una Unión Soviética (que dependía en exceso de ellos para lanzar sus consignas), orquesta el resto de intervenciones Slava Fetisov, jugador que sería el capitán del equipo y héroe nacional por un tiempo pero que decidiría dar el primer paso en pos de la justicia social (y el lucro personal), saliéndose de la formación y comenzando así la espiral de decadencia en la que se sumiría el equipo, que tras adquirir la ansiada libertad de movimientos ficharían por equipos privados yankis de la NHL y serían vistos traidores de la patria.
La retórica del deporte
Porque muchas son las cosas que, nos cuentan, se movían entre bambalinas para mover esa máquina soviética. Había una innovadora fórmula de entrenamiento ideada por Anatoli Tarasov, el muy querido primer entrenador del equipo que fomentó la compenetración entre los jugadores y la querencia por el pase. Había ilusión por parte de la mitad del proletariado ruso de salir de una vida miserable y ser los héroes en donde se podía: la pista de hielo. Y había, también, una sumisión al abuso, más tiránico a medida que el régimen iba perdiéndole batallas progresivamente al capitalismo americano y los políticos enviciaban las cúpulas de poder en perjuicio del interés nacional.
En «Red Army» lo deportivo trabaja la retórica visual mientras el subtexto lo ocupa la visión de la identidad nacional soviética, reflejada en las vivencias personales de los entrevistados y logrando un prisma de miradas en el que, como era de esperar, faltan las declaraciones de los villanos de la historia. Hay espacio para la nostalgia, tan bien armada gracias a ese hiperbólico bombardeo de imágenes de los combates y cuya guinda será la competición de las Olimpiadas de los 80, pero también para la puesta en duda de esta leyenda, engrandecida hoy gracias al siempre rutilante paso del tiempo. Al final, el destino de los jugadores, con sus fracasos, traiciones y contradicciones, no hace más que constatar esa visión de cuento clásico y moral que emanaba del tema elegido. Y es que parece poco casual, viendo el estilo del director y la fuerza visual de sus personajes, que el mismo Gabe Polsky fuese productor previamente del documental «Teniente Corrupto» de Werner Herzog, quién ahora se pasa al otro lado en la faceta de productor de «Red Army». Pero seamos sinceros: lo que más se le agradece a «Red Army» no es sólo el trasmitirnos esta historia de poéticas conclusiones, sino el humor y la ironía con que equilibra el tono épico y apolíneo del resto de la historia. Potencia letal y carácter son los dos ingredientes esenciales, nos dicen, para entender qué se esconde dentro del frío corazón soviético.