Acercamiento a la delgada línea que separa y a la vez unifica la obra artística de Rodin y sus pasiones amorosas
En El mundo de ayer: Memorias de un europeo, el escritor austríaco Stefan Zweig nos narra en una de sus anécdotas acaecidas en Francia el largo instante de inspiración que apreció al poder ver a un ya anciano Auguste Rodin totalmente abstraído en la remodelación de su propia obra. Un lapso de tiempo mágico en el que se olvidó de su invitado y perdió la noción del tiempo en el acabado de su pieza. Y en los primeros compases de esta «Rodin», filme de Jacques Doillon presentado en la sección oficial de Cannes de 2017, nos vemos de lleno sumergidos en esta espiral de trabajo genuino. Sin embargo, el filme se abre inteligentemente con la relación de guarda el artista con su alumna y posteriormente también escultora Camille Claudel. Con la primera obra encargada en la madurez creativa del escultor, la puerta inspirada en La divina comedia de Dante para el Museo de Artes Decorativas, podemos observar como el acto de inspiración gira entorno a la vida emocional y sobre todo sentimental de Rodin.
Una madurez que no es emocional
Es gracias a este pórtico que nacen los primeros bocetos de obras magnas como El pensador o El beso. Y es en la segunda en la que incide la primera mitad del filme. Rodin, preocupado por la recepción de su obra, ubica en mitad de la distorsión corporal del infierno dantesco el tierno y auténtico beso de Paolo y Francesca, personajes icónicos por excelencia del Canto V, y cuya irrupción en un entorno oscuro y grisáceo sirve de metáfora para la relación del propio protagonista con Camille. Porque ambos disfrutan de los brotes de su enamoramiento, un romance que se fragua en el taller, pero que se exterioriza en los momentos de paz en los que se olvidan del trabajo. No obstante, no tardarán en surgir roces, problemáticas relacionadas con la actitud dejada del él para con las mujeres. Una inestabilidad que se traduce también en la recepción de sus creaciones. La película nos mostrará con elegancia el encuentro entre Rodin y Monet de la mano del polemista Octave Mirabeau, anticipando la posterior exposición conjunta ubicada en un tiempo futuro ajeno a lo narrado, al igual que la inclusión del consejo dado a Cézanne. Una conjura entre rechazados que muestra las flaquezas pasadas, presentes y futuras de unos artistas incomprendidos por el público y la prensa más conservadora de finales del siglo XIX.
El peso de la falta de reconocimiento y las rencillas que esto provoca en el ego de un autor se exterioriza a la perfección hacia finales del filme. Rodin intenta suplir sus frustraciones oficializando su estado civil, pero solo de cara a la galería, por otro lado se rinde a las flaquezas corporales y se aprovecha de su posición autoritaria dentro del taller para seducir a mujeres jóvenes. Por su parte, Camille vive la continua condescencia con la que se le trata atribuyendo su originalidad y personalidad propia a la influencia del que fue su maestro. Siendo un bonito gesto por parte del filme el reconocimiento que observamos en la mirada de un Rodin satisfecho con el trabajo y el éxito tardío de la que fue su alumna.
Por último, la película, que aborda de manera episódica, seca y directa la evolución psicológica y artística del protagonista en un periodo determinado, se deja llevar por la mera admiración hacia el famoso Balzac de Rodin. Cerrando el filme con un ingenioso guiño a los deseos del propio artista hacia su propia obra.
Frases destacadas:
- «Dante es también como un escultor. Solo que esculpe con palabras»
- «Quiero a Camille, odio a Claudel»
- «¡Nuestros hijos salen de la arcilla para convertirse en mármol!»