«Silencio en la nieve», entre otras cosas, tiene ya valor histórico. La última película de Gerardo Herrero puede enarbolar con orgullo el estandarte de cine arriesgado porque sin ninguna duda se trata de una apuesta valiente y original, dos virtudes que se agradecen siempre. Con Juan Diego Botto y Carmelo Gómez en el papel de voluntarios de la División Azul como protagonistas Herrero dirige este thriller ambientado en el Frente Oriental que si bien no es redondo es al menos un digno intento de llevar a la gran pantalla algo refrescante.
La historia nos sitúa en el infierno en la tierra, como llamaban el libro de Torcuato Luca de Tena y la película de Jose María Forqué a la Rusia por la que marchaba el ejército nazi con ansias de conquista durante la Segunda Guerra Mundial. Pero que no tiemblen los enemigos del cine politizado: esto no es ningún panfleto, ni de un lado ni del otro. El tema de la afinidad política está magistralmente tratado para que quede como contexto y no como elemento de importancia capital en la aventura detectivesca. Allí, en el infierno helado, los soldados españoles de la División Azul combaten al enemigo rojo tanto como al frío, la soledad y las dudas que florecen en tan terribles condicones. La acción comienza cuando grupo de voluntarios españoles descubren un grupo de caballos congelados cerca de los cuales yace el cuerpo sin vida de un compatriota acuchillado y con la frase “mira que te mira Dios” grabada a cuchillo en su cuerpo desnudo.
Y es aquí cuando empieza el thriller, la columna vertebral de la cinta; desgraciadamente, y a pesar de que la peripecia tiene todos los elementos necesarios para enganchar al espectador, le falla el pulso, y las pesquisas de la pareja parecen resolverse sin apenas emoción. En la primera hora, además, es hasta complicado seguir la trama porque en ciertos pasajes los actores son ininteligibles; y no solo Adolfo Fernández, recuperado de un cáncer que afecta a su dicción, sino los propios protagonistas, lo que hace pensar en rodaje apresurado o problemas técnicos irresolubles.
Pero todo se hace llevadero gracias la magnífica dirección artística que ha cuidado casi hasta el último detalle; no en vano el equipo técnico se desplazó hasta Lituania (país que co-produce) y se nota en los exteriores, se nota en los palacetes y se nota en los actores lituanos que más tarde fueron doblados por actores alemanes con líneas de diálogo real. Y no solo ahí, sino en el vestuario, en el atrezzo, en las armas, en los vehículos; todos los elementos ideales para transportar al espectador a otro mundo están ahí y están fantásticamente utilizados.
En la segunda hora todo va a mejor, sobre todo gracias a la maravillosa ambientación pero también porque la pareja protagonista ha evolucionado y se ha enriquecido mejorando la identificación que el espectador podría tener con ella. Además, un par de escenas de gran potencia salpican aquí y allá la trama en el momento menos esperado para alegría del respetable pero al final y en líneas generales la narración, tal vez condicionada tal vez por el ritmo del libro en el que se basa y por esas casi dos horas de metraje, llega a hacerse tediosa.
Como apuntaba en el primer párrafo, Silencio en la nieve tiene ya valor histórico. Se ha convertido en la primera cinta española (¿mundial?) de ficción en tocar la División Azul después de más de medio siglo de Embajadores en el infierno sentando precedente para que, por qué no, el cine español explore la historia de España de formas originales. La cantidad de eventos, procesos y personajes históricos con potencial cinematográfico acotados solo a este país es tan inmensa que solo queda esperar a que todo, especialmente el factor económico, vaya viento en popa. Si está permitido soñar, la próxima cinta de la División Azul no será un thriller: será puramente bélica como apuntan esos últimos minutos de Silencio en la nieve.
Frases destacadas «Silencio en la nieve»:
- «Mira que te mira Dios, mira que te está mirando, mira que te has de morir, mira que no sabes cuándo» Repetida a lo largo de la trama
- «Los crímenes están relacionados con la masonería» Andrade
- «Estamos más jodidos que nadie» Espinosa
Calificación: 6
Coincido con tu reflexión: mientras el cine español no sepa mirar y utilizar su propia historia con madurez, hablaremos pernamentemente de un cine subdesarrollado (bueno, por eso y por haber tenido en el paro técnico a Víctor Erice prácticamente toda su vida). Fíjate sólo la riqueza que tiene el siglo XIX: Fernando VII, el carlismo, Cuba, Marruecos, la Vicalvarada, la Gloriosa, el turnismo de partidos (bueno, esto nunca lo veremos porque recordaría demasiado a la actualidad; al menos nunca lo veremos mientras haya que mendigar las ayudas a los partidos políticos que controlan las ayudas de los gobiernos y de las teles), el cantonalismo, las revueltas catalanas y vascas a favor de un rey -español, paradójicamente, cosa que ahora prefieren no recordar- absolutista, católico y dictatorial, el desastre del 98… Costa, Galdós, Echegaray… Lo más parecido que hemos tenido ha sido a Garci (líbrennos de «Sangre de mayo») y «El maestro de esgrima» de Pedro Olea…
De Gerardo Herrero a mí me gusta especialmente «El caso Galíndez»; me gusta que utilice la política no para vomitar eslóganes y discursos idealistas sino para retratar la miseria de los inocentes que se convierten en víctimas de ella.
Tú lo has dicho, 39escalones, y apuntas a algo muy interesante que dejó caer Carmelo Gómez cuando hablamos con él el día del pase de prensa: que hay temas intocables por culpa de la política y la dependencia económica que tiene el cine de ella.
Y tú hablas del siglo XIX pero yo me moriría a gusto si de aquí a 50 años a alguien se le ocurre y puede hacer un biopic (bien bélico) sobre Blas de Lezo http://es.wikipedia.org/wiki/Blas_de_Lezo (acabaría siendo una trilogía).