Mar. Mar 19th, 2024

Cinta histórica que apela a la épica para enfrentar religión y razón desde la perspectiva de la fe

Es sabido que el escritor ruso Fiodor Dostievski, tras visualizar el Cristo muerto en el sepulcro (1520-22) del pintor Hans Holbein el Joven en Basilea, acostumbrado a la representación heterodoxa de la temática católica, le dijo a su mujer: «un cuadro así te puede hacer perder la fe». Un impacto tan grande que incluso llegó a recuperar en su novela El idiota poniendo en la boca del protagonista la misma sentencia que realizó él mismo. Un cuadro que aborda y explora más adelante en la misma obra literaria. ¿Cómo esa figura desvalida, patética, inherte y acabada puede ser recogida y resucitar?

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Algo parecido parece abarcar la nueva película de Martin Scorsese, «Silencio», una adaptación de la novela del católico japonés Shusaku Endo y que ya llevó a la gran pantalla en 1971 Masahiro Shinoda. Una nueva incursión religiosa del veterano director quien ya abordó desde una perspectiva muy diferente la figura de Jesús en «La última tentación de Cristo».

La pasión

Scorsese nos lleva a mediados del siglo XVII para presentarnos la fe de los jesuitas portugueses, quienes no dudan en embarcarse hasta Japón con tal de difundar el cristianismo. Un destino complejo debido a la prohibición expresa del país nipón de procesar la fe, ejecutando a cuantos misioneros encuentren con tal de asustar a la población que decida abrazar esta nueva religión. A partir de esta premisa, el filme abordará la fe del Padre Rodrigues, quien partirá acompañado del Padre Garrpe en la búsqueda del desaparecido Padre Ferreira, maestro y mentor religioso de ambos.  Una camino arduo que iniciarán con la compañía de un autóctono que encarna el papel más rastrero y a la vez humano del filme, una criatura que protagonizará los valores más débiles y cuestionará la fe de los religiosos, quienes se llegarán a preguntar si merece la pena emprender esa misión con tal de convertir y salvar a personas como esa. No obstante, cabe destacar que la reiteración en las acciones que emprende este personaje se antojan repetitivas y obvias, sobre todo en la necesidad de establecer un paralelismo con Judas. Un mal el de establecer relaciones directas que resta dinamismo y seriedad a la propuesta. Y es que también se viven demasiadas secuencias en las que se trata de personificar la pasión de Cristo en las carnes de su protagonista, desde el sufrimiento y la traición al rechazo de los aldeanos que lo alabaron. Algo que además tiende a verbalizarse o subrayarse con imágenes subjetivas y mentales del mesías.

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La razón

En un filme de estas características hubiese sido fácil abordar el carácter japonés intolerante desde la sinrazón y el odio. No obstante, es meritorio el reflejo que el filme ofrece del punto de vista nipón. Porque si bien sus formas son crueles e inhumanas, la manera en la que aborda sus ideas y reflexiones no pueden ser más serenas y razonadas. Es en ese  aspecto donde la película, que tiene sus clímax trágicos en las secuencias más cruentas, ofrece también tensión dramática de calidad en las discusiones que se originan sobre el choque de religiones. De hecho, acaba por ofrecer el aspecto intelectual más suculento, la manera en que ambas culturas entienden a la otra, el papel que juegan en su país de origen y el impacto que supone extrapolarlas a una tierra extranjera. Y de hecho, acaba por ser el nipón el discurso más elaborado y tolerante, pues defiende las ideas cristianas en sus lugares de origen, pero la imposibilidad de convertir un pueblo budista a la nueva religión del mismo modo que no tratan de predicar fuera de sus dominios. Pues una sociedad cuya idiosincrasia se vale en la acumulación de méritos familiares, no puede abrazar una doctrina de pensamiento que les deje ver que lo importante se encuentra después de la muerte. El objetivo del budista es encontrar esta iluminación esforzándose y mejorando individualmente durante toda su vida. Por su lado, los jesuitas tan solo se atienen a la fé y la universalidad de su verdad. Nace aquí un conflicto irresoluble que los japoneses deciden tratar desde una violencia que, como hemos indicado, resulta paradójica con la frialdad y seriedad con la que piensan las cosas.

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El silencio de Dios

La cinta de Scorsese puede parecer decantarse hacia cierta ambigüedad cerca de sus compases finales, sobre todo debido al respeto en el que trata a los personajes antagonistas que adaptan uno u otro comportamiento ante el conflicto irresoluble en el que se encuentran. Y quizás sea el punto más interesante del filme, ese descubrimiento de un mundo nuevo que desbarajuste ciertos dogmas y principios establecidos. Al Padre Rodrigues se le abre un nuevo camino difícil de aceptar. Un lugar recóndito que parece escaparse de la voluntad de Dios. Un via crucis físico y mental que acaba por asemejarlo a Dostoievski, preguntándose si un país así, creado por Dios, no puede hacerle perder la fe. Se abre a partir de aquí, aunque ya se muestra desde mitad de la película, una preocupación por el silencio de Dios y cuya irrupción se adquiere a un plano subjetivo y mental dejando ciertas dudas en el espectador sobre los designios del religioso. No obstante, ante una reflexión tan interesante, la ambigüedad se pierde a medida que se suceden los últimos planos de la cinta, dejándonos un discurso de lo más concluyente.

Frases destacadas:

  • Kichijiro: «¿Hay sitio para un débil en un mundo como este?»
  • Padre Rodrigues: «No lo entiendes, es la Verdad. Y la verdad es universal».

Tráiler de «Silencio»:

 

Por Luis Suñer

Graduado en Humanidades, crítico de cine y muerto de hambre en general.

2 comentarios en ««Silencio» Un país así te puede hacer perder la fe»

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