Descosidos del alma de la sociedad moderna mostrados con mimo por el siempre inspirado Roy Andersson
La última cinta del inigualable Roy Andersson resulta en apariencia tan sencilla de realizar como complejo se respira el contenido que nos regala. Un muestrario de retazos del alma que no se cosen, un espejo de la sociedad occidental moderna, un artificio que nos enfrenta con nosotros mismos.
Tras finalizar su genial trilogía que reflexionaba sobre el absurdo de la existencia, culminando tras catorce años con la genial «Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia» (2014), la nueva cinta del director sueco toma un cariz distinto. Abandona ese humor constante de su última obra, sin apartarlo por completo, para apelar a sentimientos más serios, a realidades que nos envuelven y a las que muchas veces optamos por apartar la mirada. Es por ello que su apuesta formal resulta totalmente idonea para el filme que aborda. Y esto se debe a su marcado estilo visual, donde coloca con mimo la cámara en un plano fijo, rechazando cualquier movimiento y anulando el montaje dentro de la misma secuencia. Con ello nos obliga a mantener la mirada en lo mostrado, sin poder evadirnos de lo que allí se muestra. Y lo hace desde la irrealidad, la frialdad, mostrando los entresijos del engranaje, del decorado allí levantado. Pero es gracias a este ejercicio de artificio que cosigue potenciar su mensaje, lograr trascender más allá de lo verosímil, apelar directamente al pensamiento y a la emoción desde la sencillez y la frialdad.
En tan sol 76 minutos, el veterano director nos da una lección sobre la situación actual de la humanidad. Nos introduce de lleno en la reflexión moral del camino que está tomando el conjunto de la sociedad occidental y nórdica en particular.Lo articula a partir de pequeños capítulos, algunos conectados, otros terminados en su primera toma, algunos continuandos más adelante. Con ellos se enclava en el presente, pero también nos dirige hacía el pasado, el cual es el legado social del momento actual. Encontramos en estos pequeños retazos de vida innumerables cuestiones del alma humana. Y Andersson lo consigue intercalando emociones totalmente dispares, mostrando los distintos carices de la humanidad. Así pues, es capaz de, en cuestión de segundos, contrastar el pánico por la llegada inminente de la muerte, orquestada por el ser humano, el asesinato institucionalizado, con la presencia del estamento militar y eclesiástico, con la libertad veraniega de quien disfruta la vida, de la música, quien baila celebrando la amistad bajo la mirada cómplice de quienes allí les observan.
«Sobre lo infinito», abriéndose con una pareja volando de manera inverosímil por encima de una ciudad, una especie de cita a «El extraño caso de Angélica» (Manoel de Oliveira) o quizás más al surrealismo pictórico de Sobre la ciudad de Mark Chagall, acaba por hablarnos de multitud de emociones humanas desde una vista invisible. Nos habla de la envidia y el acoso, y también de la falta de empatía. Sobre el amor, la espera y la llegada, y a su vez sobre la desmotivación laboral de sus personajes. Es en definitiva una cinta sobre la que se pueden sustraer infinidad de lecturas. Un cuadro viviente que invita a la relfexión constante del espectador, que te muestra pero no te adoctrina, que te hace partícipe de la obra y que te invita a comprender el mundo mejor desde la reflexión interior. También a transformar aquellas cosas que no nos gustan de nosotros mismos y que necestamos verlas representadas para comprenderlas. Un ejercicio mayúsculo fruto de un director sin igual.

Sobre la ciudad – Mark Chagall

El extraño caso de Angélica – Manoel De Oliveira

Sobre lo infinito – Roy Andersson
Frases destacadas:
- «Que llore en su casa, no en el autobús»
- «¿Qué puedo hacer ahora que he perdido la fe?»