Esta semana se estrena «Sparrows (Gorriones)», ganadora de la Concha de Oro de la pasada edición del Festival de San Sebastián. dirigida por Rúnnar Rúnarsson.
Los silencios
Su director estrenó su ópera prima, «Volcano» (2011), en la Quincena de realizadores de Cannes y consiguió una nominación al mejor corto en los Óscar por «The last farm» (2005). Rúnarsson narra en su segundo largometraje la historia de Ari (Atli Oskar Fjalarsson), un adolescente de 16 años, que ha estado viviendo con su madre en Reykiavik durante un largo tiempo. Cuando es enviado de vuelta a la zona de los fiordos occidentales para vivir con su padre, Gunnar (Ingvar Eggert Sigurðsson), se verá obligado a retomar su relación con él. Esto no será fácil, ya que la distancia ha terminado generando un desapego entre ambos que deberán solucionar.
En «Sparrows» están presentes temas como la iniciación o el despertar a la vida, la fractura del seno familiar o la angustia por la pérdida del ser querido, los cuales Rúnarsson viene tratando desde sus primeros cortometrajes. Nos encontramos así con una película cuyas ideas emergen de los silencios de sus personajes. Silencios que se prolongan con el fin de digerir la palabra reprimida y mantener una imagen de entereza ante los demás. Un film construido con personajes que, aunque no lo estén, se sienten solos, deambulan llenos de desesperanza y rodeados, a la vez, de un halo de pesimismo.
Además de los temas recurrentes ya citados de la obra de Rúnarsson, con «Sparrows» se pone de manifiesto también la fijación por la filmación de planos prácticamente idénticos en diferentes películas. Es curioso encontrar en el cortometraje Anna –2009-, un plano en el que la protagonista se baña en la piscina, mientras que observamos cómo mujeres de avanzada edad hacen ejercicios moviendo los pies debajo del agua, plano que se repite en «Sparrows«, en este caso con los dos protagonistas bajo el agua, riéndose de los ejercicios que hacen aquellas.
Sin embargo, «Sparrows» padece el lastre de abundar en exceso en ese pesimismo con el que Rúnnarsson retrata a sus personajes. Así, por ejemplo, se ve excesivo el pasaje de la pérdida de la abuela, ya que no hace más que redundar en esa idea, restando fuerza al conjunto del relato y a la idea del despertar a la vida que hay de fondo en esta historia, así como a su final, suficientemente duro como para que sea innecesario maltratar al personaje el resto de la historia y mostrarlo en tantas ocasiones golpeado por la vida.
El compromiso por encima de todo
Esta forma de abundar en este aspecto no apoya lo suficiente las ideas principales del film, ni consiguen generar por ello una mayor empatía del personaje con el espectador. Del mismo modo, tampoco ayuda la interpretación de los actores, que se ven en algunos momentos incapaces de mantener el tipo en planos muy cerrados y se encuentran distantes de conseguir la idea que intentan representar.
Ari es un personaje invadido por la sensación de extrañeza que produce el reencuentro con alguien con el que se ha compartido parte de la infancia. El joven se vuelve a encontrar con Lara (Rakel Björk Björnsdóttir) y la relación entre ambos está presidida por la idea de la mella ocasionada por el paso del tiempo y el entorno que cada uno ha forjado de forma independiente. Hay una cuestión vital en el cine de Rúnnar Rúnarsson y es que las declaraciones de amor nunca son directas. ¿Acaso el final de «The last farm» no es representativo de esta idea? Su cine es, por tanto, una cuestión de fe, en donde el compromiso está por encima de cualquier otro valor.
El análisis de la construcción del personaje de Ari, hace pensar con detenimiento en la situación desencadenada a raíz del reproche que éste le hace a su padre, cuando le llama perdedor, por no haber sabido mantener a su madre. Pero teniendo en cuenta lo que sucede en la fiesta, ¿en qué situación se encuentra Ari con respecto a su padre? La diferencia entre uno y otro, es el modo de afrontar lo que les viene mal dado. Ari parece haber aprendido de esta forma la lección que la vida le ha puesto delante a través de su padre.
«Sparrows» es el retrato, falto de brío, de alguien que se mueve entre el despertar a la vida y el agotamiento por ver a sus padres separados. De ahí la necesidad del personaje de entender otros aspectos de la vida. Así, madurar implicará para él conocer la emergencia de guardarse lo que sabe puede empañar la relación. El personaje de Ari comprenderá entonces que alguien vale más por lo que calla que por lo que dice o reprocha a los demás, postura ésta que, en un contexto así, Rúnnarson convierte en una de la más bonitas declaraciones de amor que se hayan visto en el cine.