Afortunadamente, las productoras Caballo Films, Tourmalet Films y Morituri, han prestado su nombre al proyecto de Rodrigo Sorogoyen y Stockholm saldrá del limbo de la incertidumbre para ver la luz en Octubre.
«No te lo vas a creer, me he cruzado contigo y me he enamorado de ti». Así reza el comienzo del film que marca la pauta de todo lo demás. La historia en apariencia es sencilla y natural, chico conoce chica, chico queda prendado e intenta conquistarla como sea mientras ella no le pone el camino fácil. Stockholm se divide en dos realidades: noche y día, hombre y mujer. Esta dualidad avanza de la mano del síndrome homónimo de su título, que arrasa las emociones del personaje de Aura Garrido.
Todos los acontecimientos se suceden de manera orquestada hasta que la noche sucumbe, llega el día y todo lo que adoptaba una forma en la oscuridad parece cambiar inexorablemente con la luz del sol. Los roles toman el mando del guión dando polaridad a los rasgos de género que pueden hacer identificarse a los espectadores con uno u otro, aunque estas cualidades oscilan de bando a lo largo del metraje. Una característica interesante y a mi parecer poderosa, es su carácter teatral, la puesta en escena parece sacada de las tablas de un escenario y le otorga una faceta distinta a otras películas que, teniendo en cuenta el bajo presupuesto que cuenta la obra de Sorogoyen y que fue destinatario de crowdfunding, es muy de valorar.
Una segunda oportunidad
Nuestro redactor Arturo M. Antolín ya estuvo en el visionado de la película en El Matadero de Madrid en junio, donde nos deleitó con una entrevista a su director que nos contaba que «Stockholm es una película generacional, pero creo que a gente de otra generación le puede interesar igualmente». Reconozco que a mi el factor generacional no me llamó especialmente la atención, ciertamente no reúne los protocolos sociales de otras épocas pero sí el espíritu elemental de la atracción amorosa.
Precisamente para mi el aspecto más destacado es el que da título al largometraje y que mueve los hilos de toda la trama, el Síndrome de Estocolmo. Todo parece encaminado a un fin desde el principio hasta que al amenacer da un giro de 180 grados y es ahí donde ella da sentido a todo, provocado por este trastorno emocional que te hace empatizar con tu «secuestrador». Durante el día los roles se cambian y todo se vuelve bastante incomprensible, incluso con tintes cómicos ya que no entiendes cómo los sucesos han podido bipolarizarse tanto.
El festival de Málaga de este año dio el beneplácito de la Biznaga de Plata a mejor director, mejor actriz y mejor guionista novel a este sencillísimo pero más que merecido proyecto que no tiene nada que envidiar a competidores de mayor presupuesto. Somos afortunados de tener en una cartelera (aunque escasa) este film.