Mar. Mar 19th, 2024
M Night Shymalan regresa al cine por todo lo alto con su cuento de terror en una paradisiaca playa sobre un paso del tiempo voraz y desolador.

Shymalan es ese Dios del cine que con su varita mágica tocó un largometraje que estaba predestinado a cambiar el concepto de thriller dramático y de terror «El sexto sentido» y que después de él ha intentado repetir éxito con algunas películas estupendas como «El bosque» o «Señales», con otras mucho más comerciales de las que sería mejor renegar como «The last airbender» o «After Earth». Además se ha atrevido con el mundo de los cómics y de los superhéroes con una trilogía con sus peros pero muy reivindicable: «El protegido», «Múltiple» y «Glass». Y entre medias alguna serie como «Wayward Pines», la más reciente y recomendable para Apple Tv «Servant», que ya cuenta con dos temporadas, alguna película comercial con buena premisa y pobre desarrollo como «El incidente» y otras más independientes como «La visita»
Y en todo este tiempo, Shymalan lo único que ha buscado es contentarles/nos a todos. Y no es fácil. El tiempo pasa, las formas, los trucajes, los agujeros de guion, los golpes de efecto y los puntos de giro exacerbados ya son de sobra conocidos. Para que me entiendan: Ya no nos la cuela, o al menos no tan fácilmente.
Que una película que se llama «Old» desde hace año y medio que se puso en funcionamiento llegue a España y se llame «Tiempo», en vez de viejos o envejecer o vejez, no nos extraña. De hecho, lo que nos extraña es el atino de los distribuidores o publicistas en conseguir venderla como una película sobre el tiempo que pasa, sobre la caducidad de la vida, sobre el saber aprovechar los momentos. Y aunque no soporte la idea de que cambien los títulos de una forma tan descarada, he de reconocer que esta vez, y sin que sirva de precedente, han estado atinados, porque cuando envejecemos, sin duda, el tiempo se nos agota.Entiéndase esta estrategia de márketing como lo que de un tiempo a esta parte pretende conseguir el cineasta indio, llevar al máximo número de personas a las salas, acrecentar su leyenda. Seguir la estela del cineasta de los finales sorpresa pero lo cierto es que las costuras ya se van haciendo costra y su esquemática forma de presentar a los personajes, que quedan mil veces desdibujados, se convierte en uno de sus peores defectos. Lejos de ser obviados o corregirse con unos movimientos de cámara increibles, con un dinamismo visual y sonoro portentoso, en esta ocasión «Tiempo» no llega a despegar, porque cada punto de giro, cada personaje mal construido, cada escena ridícula o exagerada (y prescindible) está además subrayada. Como si mantener al espectador impactado o espectante se consiguiera más a través de un mal guion. Y puede que no se equivoque.
«Tiempo» es una adaptación libre del cómic ‘Castillo de arena’ de Frederik Peeters y Pierre Oscar Lévy, con una premisa inquietante, tenebrosa y fascinante a partes iguales.  La cinta nos traslada a una idílica playa, en unas vacaciones donde una familia aparentemente perfecta encarnada por Gael García Bernal, Vicky krieps y sus dos hijos confrontan sus propios tiempos enfrascados en el pasado (ella) y en el futuro (él) sabiendo que lo que se pierde en cada segundo en esa isla es el presente.   Una playa de la que no se puede salir aparentemente y donde el tiempo pasa a una velocidad vertiginosa: media hora equivale a un año de vida. La vida y la muerte por tanto se suceden en cuestión de horas, los cambios vitales, las etapas resbalan entre los puñados de arena donde se juntan dos familias disfuncionales y otra pareja más. En esa fugacidad de la vida, donde nos permitimos desperdiciar los momentos felices, donde discutimos por chorradas o donde el dolor gana muchas veces al amor; el saber que el tiempo pasa incluso más deprisa, nos hace valorar las pequeñas cosas. Es a la vez una metáfora del tiempo post covid, los tiempos de cuarentena, esos encierros donde no se podía vivir y sin embargo los niños seguían creciendo, los viejos envejeciendo, las inseguridades incrementándose y los enamorados, que no podían estar juntos, queriéndose más si cabe. Un tiempo que pasaba sin poder disfrutarlo. Tiempo perdido, tiempo cautivo de nosotros mismos.

Apoyándose en la técnica cada vez más pulcra, pero a la vez más exhibicionista, el cineasta/realizador de origen indio estadounidense filma una historia con un poderío visual inusual y acompañado por un diseño sonoro de verdadera altura. Utilizando el fuera de campo y el sonido ambiente, consigue algunas escenas escalofrientes que recuerdan, en cierta manera a lo que Ari Aster hacía en «Midssomar».

Un experimento intenso, que tiene guiños a grandes clásicos de la historia del cine como «El ángel exterminador» o «Tiburón»; la primera por un lugar físico que es imposible de traspasar y la segunda por el miedo casi irracional a todo lo que pueda venir mar abierto, un peligro latente ante la inmensidad del océano, que rápidamente , con un inicio casi hipnótico que aboca al espectador a lanzarse al abismo de la sorpresa constante, hasta que tantos estímulos le sobrepasan y acaba renunciando al mecanismo y analizando cada giro argumental más desde la comedia que desde la progresión de un thriller.

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