Mar. Mar 19th, 2024

La ópera prima de Xacio Baño es una herida abierta aun sin cicatrizar, un vaciado de silencios, que hablan del pasado.

Entre el dolor por la pérdida y otras heridas que no han cicatrizado, entre viejos rencores y la tradición de “Rapa das Bestas”, una fiesta que plantea un diálogo entre la reflexión y el instinto, entre lo racional y lo salvaje. Este es el contexto de “Trote” (2018), la ópera prima de Xacio Baño (Xove – Lugo, 1983), coproducción entre España y Lituania (Frida Films & Ciobreliai Films), estrenada en la sección Cineasti del Presente del Festival de Locarno que, tras su paso por la sección Zabaltegi del Festival de San Sebastián, y antes de su estreno en salas comerciales, fue proyectada en la sección escáner del Festival Márgenes. El cine de Xacio Baño, además de hablarnos de la memoria, nos transporta en este caso en un viaje que se adentra en el interior de relaciones familiares obstruidas. Carme (María Vázquez) vive en una aldea en el interior de Galicia, entre montañas, con su padre Ramón (Celso Bugallo) y su madre enferma. Por otra parte, el hermano mayor de Carme, Luis (Diego Anido), vuelve a casa durante la semana que transcurre el filme, preludio de la citada fiesta (“Rapa das Bestas”), y lo hace junto con su pareja María (Tamara Canosa).

Rapa da Bestas” es una fiesta de interés turístico nacional que concentra tradición y salvajismo. Tiene su origen en la necesidad de los ganaderos de cortar las crines de los caballos, arreglarlos y desparasitarlos. Con esta idea de fondo insinuada a lo largo de todo el filme, “Trote” se muestra como un inmenso trabajo de contención en cuanto a la interpretación de María Vázquez y Diego Anido. Una película donde las ideas se acumulan, sin exponerse de una forma abierta debido al sobrio trabajo de represión al que se someten los personajes por su situación, guardando la verdadera dimensión de los problemas a los que se enfrentan debajo de la piel. Este efecto de acumulación interior retrata a personas tan distantes entre sí que el espectador podría pensar que carecen de alma, y tanto es así que esta distancia se aumenta en una proporción equivalente a una progresión exponencial en el transcurso de la historia.

El tono general de contención provoca un efecto de vaciado en “Trote”. Su resultado es una historia que se va poblando de silencios, los cuales hablan del pasado, de la ausencia, de heridas, de la incomunicación y de la dificultad de restablecer una relación resquebrajada. Los personajes se enfrentan a un reto, un terreno hostil y, a la misma vez, estéril. Una superficie en apariencia improductiva que, a pesar de ello, permite vislumbrar, como si fuese un espejismo, la existencia de dos momentos en que los personajes se disponen extrañamente cercanos. Esos dos instantes, se subrayan por la fotografía de Lucía C. Pan, habitual colaboradora de Xacio Baño. La iluminación en estos momentos estará presidida por tonalidades cálidas o, incluso, por una iluminación en clave baja que, en cualquiera de los casos, vienen a subrayar una posición de singular cercanía de los personajes, accesibles entre sí, mientras recuperan fotografías o deciden qué hacer con las medicinas de su madre. En esta relación se revela como fundamental la figura de María, pareja de Luis. Su figura es la de alguien que ejerce de contrapeso a todo lo expuesto, alguien que anima a Luis a luchar contra la incomunicación.

Uno de los cimientos que constituyen “Trote” reside en el montaje del filme, el cual se encuentra basado en una estrategia que destierra aquellas imágenes que no muestren una unidad mínima del puzzle considerada imprescindible, lo cual lleva a la idea de montaje “productivo”. Si para los teóricos franceses esta idea tiene que ver con “la asociación, arbitraria o no, de dos imágenes que, relacionadas la una con la otra, determinan en la conciencia que las percibe, una idea, una emoción, un sentimiento, extraños a cada una de ellas aisladamente” (Jean Mitry). En realidad, cualquier tipo de montaje es, a priori, una técnica de producción. Sin embargo, Xacio Baño partiendo de esta idea e interiorizándola en “Trote”, propone un artefacto que va a la contra de ella. Las imágenes nunca dejan de sumar a la historia que se narra, sin embargo, al conjunto global de la historia se la ha restado, en un proceso de depuración consistente en desterrar imágenes que no fuesen consideradas unidades mínimas imprescindibles. En este proceso la escritura de guion tuvo su influencia, pero en menor medida, para conformar esta historia áspera sobre relaciones familiares. Así, de todo ello, el propio Xacio Baño ya apuntó en “Limonero”, proyecto cuyo origen se debe al descarte de material no incluido en “Ser e Voltar”. Así, un cartel indica: “Vivimos de descartes” y esa fue la filosofía que este director gallego se propuso seguir en “Trote” llevándola hasta el extremo.

Trote” es un retrato familiar de personajes que guardan silencio en busca de una vía de escape, mientras enfrentan una asfixia intolerable que los envuelve, de origen desconocido para el espectador, lo que convirte el relato en algo críptico. Es una brecha, la que se abre entre el ser humano y los caballos; y aquella que se abre también entre los propios protagonistas. Una herida todavía abierta, sin cicatrizar, y sin que tampoco haya expectativas de ello. Solo se llegará a ver la luz al final del túnel en la medida en que se respire en otro lugar diferente.

Tráiler de «Trote»:

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