Primer drama histórico del danés Nikolaj Arcel: óptima en su forma y su contenido. Una lección de historia para los tiempos amnésicos del presente.
Un asunto real
Este film recupera un episodio de la historia dieciochesca de la monarquía -y, por ende, del país- de Dinamarca, tal como el juego de palabras del título sutilmente sugiere. En plena ebullición del sentimiento ilustrado en las cortes europeas, a la danesa llega el alemán J.F. Struensee, el nuevo médico personal del rey Christian VII, de personalidad morbosamente histriónica. Pero Struensee lee a Rousseau, a Voltaire y escribe bajo pseudónimo panfletos incendiarios contra la tiranía que oprime a los hombres libres…¿Qué hace un hombre cómo él en un sitio como ése? Muy inteligentemente manejará los caprichosos cambios de humor del monarca, cual fantoche, para que el país se convierta en un lugar en el que vivir sea una tarea más digna. Esto caerá bien a muy pocos y muy mal a muchos. Struensee descubrirá cómo nace inesperadamente una deliciosa atracción intelectual entre él y la reina -la resignada y desdichada Caroline Mathilde-, paralela a la creciente animosidad contra su persona que le dispensa la nobleza y un pueblo al que le ocultan lo que le conviene.
Una servidora se reconoce, pudorosamente, ignorante de la Historia de Dinamarca pero afirma, tras hacer un acelerado cursillo sobre el tema, que el film es fiel y respetuoso con ella. Nikolaj Arcel no se recrea en los temas potencialmente comerciales; los trata, sin embargo, con una distancia equidistante a su pasión.
Storia, magistra vitae
Con todas las salvedades pertinentes, la película saca a colación un asunto extrapolable en el fondo -no en la forma- al tiempo presente. Las vilezas y la magnificiencia del ser humano transcienden el tiempo histórico. La insistente, categórica y absoluta negación del Consejo de Estado a todas las propuestas de Struensee cerradas homogéneamente con tres palabras (“No hay dinero”) hace más explícita de lo que se deseara ese paralelismo entre las monarquías absolutas y las democracias relativas.
El tempo de la narración es excelente. Su cronología pausada -pero sin ser pesante- asegura al espectador que cuando se llegue al cénit de la historia aquél estará plenamente involucrado en ella. Y se consigue desde la empatía emocional, algo que se debe en gran parte a la calidad de las interpretaciones (no en vano Mikkel Boe Følsgaard ha conseguido el Oso de Plata a mejor actor por su papel de Christian VII), y desde la empatía cognitiva: ni el más reaccionario político de nuestros días se atrevería a refutar a Struensee. En el maremágnum de sentimientos, de ideales, de traiciones, de destinos de individuos singulares y de países enteros, la solemnidad del relato se impone y consigue conmover al espectador
Motivo de esta fragua a fuego lento es la tardanza de la aparición del amor y, con él, el erotismo. Algo que, sin ponerse melodramático, se agradece. Amor que, por cierto, mostrado tan elegantemente, con tanta mesura pero sin un ápice de recato, que es obligado añadirle el apellido de “romance” a la etiqueta de drama histórico.
La Historia siempre se repite porque nunca se termina; porque es imperfecta; porque siempre está deshaciéndose y rehaciéndose con una semenjanza pavorosa. Y hasta aquí se puede leer, so pena de destripar el final. Un asunto real es, en definitiva, una película que puede estar satisfecha de sí misma.
Frases destacadas:
S. C. Rantzau a J.F. Struensee: Tenéis más ideas que trajes en vuestro armario
Caroline M. a J.F. Struensee: Tenéis unos libros muy interesantes. Algún día me diréis cómo los conseguistéis pasar al país
Caroline Mathilde: Queridos hijos, no me conocéis, pero soy vuestra madre
Uno de los miembros del Consejo de Estado hablando de J.F. Struensee: ¡El rey se deja adiestrar por un ilustrado!
Caroline M.: Una vez cumplido con mi deber de mujer, ya no hacía falta seguir con la farsa