John Krasinski juega con las convenciones del cine de terror para construir un filme cuya tensión recae en el silencio.
Aunque en ocasiones pueda parecer que a los filmes de temática posapocalíptica les quedan pocos medios con los que sorprender al espectador, existen directores que a día de hoy trabajan con los recursos propios del cine de terror con el fin de llevar a cabo propuestas que den un nuevo aire al género. Este es el caso, precisamente, de «Un lugar tranquilo». Partiendo de una trama que sigue a una familia que lucha por sobrevivir en un mundo invadido por unas misteriosas criaturas, el filme de John Krasinski es un ejercicio que plantea cómo llevar al límite los recursos del género para extraer el máximo potencial atmosférico a la hora de generar sensación de pánico en el espectador.
Siguiendo el hilo de aquellas producciones que plantean escenarios posapocalípticos basados en la presencia de seres monstruosos, «Un lugar tranquilo» presenta un mundo invadido por depredadores (de naturaleza desconocida) que mantienen en jaque a la población mundial. Una propuesta, a simple vista, carente de originalidad dado el cuantioso número de filmes similares que se han llevado a cabo hasta la fecha (saga alien o subgénero zombi, sin ir más lejos). No obstante, Krasinski constituye un punto de partida interesante que mantiene conectados el imaginario de la película con su apartado técnico al establecer el silencio como base del filme.
El silencio, que en el cine de terror es utilizado por los directores como un generador de tensión momentánea, en el filme de Krasinski se antoja como un todo que impregna el metraje de una tensión constante. Dicho de otro modo, el director de «Un lugar tranquilo» no ha hecho uso del silencio a la hora de preparar al espectador para un sobresalto concreto, sino que ha extendido la presencia de éste a lo largo de toda la trama con el fin de no crear momentos de, por decirlo de algún modo, tranquilidad, contrastando de forma irónica con la idea que da su título. La tranquilidad que plantea Krasinski es en realidad una constante falta (en un sentido positivo) de sonoridad que mitiga aquella que, por el contrario, es proyectada con fuerza hacia el espectador por tal de potenciar los estímulos propios del género. Un ejercicio, en definitiva, que a la vez que funciona como entretenimiento audiovisual, reflexiona sobre el sonido en el cine de terror mediante un caso que ilustra cómo llevar al límite la tensión generada a través del medio auditivo.
Krasinski ha creado un imaginario cuyo planteamiento juega con las convenciones sonoras del género haciendo que, en esa ausencia sonora, la faceta visual del filme devenga un medio informativo de primer nivel: La interpretación de los actores adquiere la expresividad de un simulacro de cine mudo y el escenario se convierte, precisamente, en un lugar silencioso (el título original, «A Quiet Place», también podría interpretarse así) e inquietante en el que el espectador se siente incómodo dada la incertidumbre que la atmósfera provoca. Un planteamiento similar al que muestra el largometraje del pasado año «The Ritual» (David Bruckner, 2017), con la peculiaridad de llevar la sensación de amenaza constante a un nivel superior mediante su configuración sonora.
«Un lugar tranquilo» se presenta entonces como un filme de terror cargado de tensión, cuyos recursos construyen una trama que trata de mantener en vilo al espectador constantemente consiguiendo un relato que, por otro lado, se inserta en el “subgénero” en cuestión con un nuevo enfoque técnico con el que cautivar al público.
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