El último trabajo del realizador luso Pedro Costa es una arrolladora propuesta formal que reflexiona sobre el luto, el sacrificio y la recriminación.
Uno de las anécdotas divertidas que nos dejó el último y atípico certamen del Festival de San Sebastián aquella columna de opinión del veterano crítico de cine Carlos Boyero donde aludía a lo aburrido que le resultaba las propuestas más vanguardistas que se proyectaban en los festivales de cine hoy en día. Lo gracioso fue que, una de las 4 cintas que empleó como ejemplos para que sustentasen su pataleta, “Beginning” (Dea Kulumbegashvili, 2020), se llevó tanto la Concha de Oro como otros 3 premios más. Película que además se atrevía a valorar a pesar de abandonar la sala de cine donde se proyectaba a los 10 minutos de proyección. Dentro de este cesto también podría caer fácilmente el nuevo trabajo del director portugués Pedro Costa, “Vitalina Varela”. Es cierto que es difícil encontrar este tipo de propuestas en los círculos comerciales y los nichos donde son estimados por su valor artístico son bastante reducidos, pero el hastío que aparentemente pudieran despertar estos filmes no hace más que encubrir un goce que es accesible para todos pero que requiere de una participación activa de la mente del espectador, algo que parece que solo estamos dispuestos a realizar si se trata de una cinta de Nolan.
“Vitalina Varela” nos cuenta la historia real de Vitalina Varela, a la que da vida Vitalina Varela. Y sobre su magnética presencia Costa nos sumerge en una pesadilla visual para rascar en el interior del alma de una mujer que ha tenido que vivir durante años lejos de su marido y que fallece 3 días antes de poder reunirse con él. Una historia desgraciadamente reconocible para millones de emigrantes que se ven obligados a abandonar a sus familias para ganar dinero en otro país. En este caso es el caso de los caboverdianos que emigran a Portugal, pero para Costa esto es solo anecdótico porque él quiere reflexionar sobre algo más universal: las cicatrices del alma. Odio, resentimiento, impotencia, obediencia, sacrificio y dolor, mucho dolor, son sentimientos que afloran en la piel de Vitalina a través de monólogos y diálogos con el pastor que ofició el funeral de su marido y que está sufriendo una profunda crisis de fe y, sobre todo, a través de una puesta en escena radical capaz de escarbar mucho más profundo de lo que las palabras son capaces de alcanzar. Allá donde la dimensión abstracta de los sentimientos solo puede ser expuesta a través del lenguaje de la imagen en movimiento.
Costa en estado puro
La película es una evolución lógica de la obra de Pedro Costa. Aquellos elementos característicos de su cine se repiten aquí pero simplificados, buscando su esencia. Una involución aparentemente minimalista pero que no es más que una limpieza de los excesos. Los planos fijos pasan a acaparar la totalidad del metraje. El caravaggismo ha invadido a Costa por completo y la luz se abre paso a duras penas pero con fuerza reduciendo al mínimo la paleta de colores presentes y desnudando de todo realismo a la sucesión de cuadros que nos presenta. Las composiciones son cada vez más complejas y bellas. El trabajo de Leonardo Simões es magistral. Los personajes ya no entran a cuadro, emergen de las sombras en esta pesadilla visceral que embellece el viaje hacia el interior del alma vapuleada de Vitalina. El fuera de campo que Costa tanto habitúa a emplear ya se ha llevado la historia completa a otro plano para dejarnos solo las consecuencias de una vida de penurias, aquello en lo que el luso quiere indagar. Y por último el montaje, que tanta presencia ha tenido en su cine desde “¿Dónde yace tu sonrisa escondida?” (2001), lleva aquello conocido como el Montaje de Atracciones de Einsestein hasta sus últimas consecuencias para poder transmitirnos esa verdad que rezuma su filme.
La aproximación formal de Costa y las interpretaciones hieráticas tanto de Vitalina como del resto de elenco son esenciales para llegar hasta donde llega el filme, pero también juegan en su contra. La fluidez se ve muy lastrada y resuena quizá demasiado teatral, artificial. Te saca con facilidad de la película y exige una capacidad de atención muy alta y, aunque parezca increíble por su tempo tan lento, perderse alguna de sus partes afecta a la comprensión de su conjunto. Y es que “Vitalina Varela”, como otras muchas cintas que a priori parecen invitarte a salir de la sala de cine a los 10 minutos, es tan exigente consigo misma como con su espectador. Pero si estás dispuesto a prestar atención y a entablar una conversación con una cinta que a veces se resiste a hablarte claro, la recompensa es grande.
Frases destacadas:
- Vendedor:“¿Siete latas de atún por cinco euros? Disculpe. La acompaño en el sentimiento.”
- Vitalina Varela: “Ni en la hora de tu muerte me querías a tu lado.”
- Vitalina Varela: “Tu muerte no borra todo el mal que hiciste. No puedes huir más.”
- Vitalina Varela: “Si hay amor, las cosas salen adelante.”
Tráiler de “Vitalina Varela”: