Lucrecia Martel nos ofrece una visión colonial española desde la degradación social y locura subjetiva
Basada en una novela existencialista del mismo nombre publicada en 1956 y escrita por Antonio Di Benedetto, «Zama», dirigida por Lucrecia Martel, quien regresa a los cines tras nueve años de ausencia, es sin duda un viaje sensorial a lo más auténtico de la naturaleza humana. Un estudio exhaustivo de la decadencia ligado con acierto el subjetivismo del hombre con la presión social que lo deshumaniza.
Nos encontramos ante una cinta cuyo poderío visual resulta apabullante. Lo consigue gracias a la pulcritud de sus siempre perfilados planos, un trabajo de la puesta en escena siempre constante en la carrera de la directora argentina. En este su último trabajo la imagen se antoja como un lienzo que ilustra la pérdida de la identidad del ser humano surgido en el caos del mundo. Las letras de Di Benedetto se tornan imágenes, frescos de impresionante factura técnica, de una hermosura imparable. Vuelca con sus herramientas cinematográficas la novela en la que se basa, pero también la idea del sublime que rodea el aura del pintor Caspar David Friederich. Así pues, como en las obras del artista alemán su protagonista se encuentra superado por la inmensidad del espacio. Pero mientras que en la obra pictórica se debe al estado natural del mundo, en el del filme se trata de su desubicación existencial ante un mundo natural transformado por el hombre. Porque de esto último trata en última (y primera) instancia «Zama», la cual narra las desventuras de un funcionario español venido a menos perdido en una pequeña zona de la América colonial cuyo sueño de ser traspasado a la capital se torna un imposible. Sus sueños se pierden irremediablemente ante la inmovilidad que le rodea, lo cual acaba por agraviar un carácter que ya lucía agrio y desagradable desde hacía tiempo.
Es «Zama» además un filme de continúa evolución temática. Así pues, pese a que su esencia radica en lo explayado en el párrafo anterior, seguimos de cerca este viaje delirante y agorero de Diego de Zama atravesando distintos tonos y texturas. En sus inicios se hace hincapié en su vergonzante sentido de la sexualidad, regalando escenas grotescas, dignas de una persona inadaptada. Algo que llega a su punto álgido en las escenas coprotagonizadas por Lola Dueñas, las cuales juegan al contraste con la refinación europea del siglo XVII y el ambiente rural y exótico del lugar donde se encuentra. Un primer indicio del humor que destilará el filme. Porque como es habitual en la literarura hispanoamericana que relata este tipo de sucesos, la soledad y el desajuste social que provoca en la jerarquía estatal española o europea, les llevará a un estado delirante de semilocura. Retazos que muestran la normalización de lo extravagante, como esa irrupción naturalista de una llama en la despacho del gobernador o la ridícula vestimenta sin calcetines del negro sin pantalones que lleva los mensajes (este último personaje jugando un rol parecido a la desconcertante camarera de habitación del spray en «La niña santa» de 2004). No obstante, a medida que avanza el filme, el realto adquiere un encaramiento más tormentoso. El deterioro físico y mental de Zama se muestra sin contemplaciones. Su frustración por la incapacidad burocrática de ascender en su carrera le llevará a una aventura final que nos muestra la cara no colonizada de América. Una lucha entre autóctonos, bandidos y colonizadores que lleva la locura al estado de la violencia. Una manera certera de mostrar la incomprensión y la deshumaniación de un momento, pero también para reflexionar sobre la esperanza, adherida a la niñez y al lado natural del ser humano. Y es que el último plano, tan reposado como bello, nos deja una puerta abierta a la cordura, remando sin manos en unos compases amables que redime tanto a los personajes como a los espectadores. Ya que la intención de Martel no es otra que la de identificarnos con la tragicómica, y muchas veces inexplicable, existencia del género humano.
Frases destacadas:
- «Traidor.»
- «Guardemos las apariencias.»
- «Si no revelas mi nombre conservarás tu vida.»
- «Esto es una pocilga.»
- «Dentro de un año o dos enviaremos la segunda carta. La primera nunca se lee.»
Tráiler de «Zama»: