Mar. Mar 19th, 2024
Director y guionista de la pelicula "10.000 noches en ninguna parte"

Entrevistamos a Ramón Salazar director de «10000 noches en ninguna parte» y hemos hablado sobre su elaborada trama, Najwa Nimri, Lola Dueñas y Andrés Gertrúdix.

Ramón Salazar es uno de nuestros grandes talentos del panorama cinematográfico español. Con 29 años realizó «Piedras» y  compitió en la Sección Oficial de la Berlinale 2002 junto a directores de la talla de Robert Altman, Costa-Gavras, Wes Anderson, François Ozon o Kim-Ki Duk. Para su segundo largometraje decidió dar un giro de ciento ochenta grados y exploró el genero musical con “20 centímetros”. Posteriormente triunfó comercialmente con las adaptaciones de las novelas del escritor italiano Federico Moccia, demostrándonos que sabe moverse con soltura entre proyectos sumamente personales con otros de gran comercialidad. Esta semana nos ha presentado a los medios su nuevo trabajo «10.000 noches en ninguna parte», que se ha convertido en nuestro estreno destacado. Por eso no hemos dudado un instante en entrevistar a este joven talento…

Director y Guionista de "10.000 noches en ninguna parte"

Ocho años desde tu última película como director. Realmente, ¿cuánto tiempo te ha llevado levantar estas “10.000 noches en ninguna parte”? y ¿cómo se originó el proyecto?

Ramón Salazar: Yo había estado más de dos años impartiendo cursos a actores, en los que escribía para cada alumno una biografía personal e intransferible de un personaje. Luego, jugando con sus secretos, sus pasado y sus deseos, los actores debían desarrollar su biografía completa a través de improvisaciones en las que interactuaban con los otros, sin saber cuáles eran los objetivos de los demás. El resultado era tan espectacular, que me hice la pregunta de rigor. ¿Y si este fuese el planteamiento de mi siguiente película?

Llevaba muchos años con la idea de la coexistencia, de cómo cada vez que tomamos una decisión importante en nuestras vidas siempre hay una parte de nosotros que toma justo la contraria, de las líneas temporales paralelas.

Pensé en un personaje principal –un hombre, estaba harto de que se me asociara a un cine meramente femenino-, un viaje, los personajes que dejaba atrás y los que iba a conocer, y una necesidad para ese viaje. Así surgió el primer boceto de “10.000 noches en ninguna parte”:

Un joven de 27 años (=10.000 noches) al que le robaron parte de su infancia y adolescencia y emprende un viaje para recuperar su MEMORIA a través de los lugares a los que nunca se atrevió a ir.

Por supuesto, televisiones, entidades, productores, todos coincidían en una cosa: un planteamiento interesante, pero demasiado arriesgado y demasiado ambiguo. Y una respuesta unánime: “Vuelve cuando tengas algo, a ser posible la película entera”. El único que se atrevió con esta aventura, con este viaje –el del personaje y el que ha sido para el equipo- fue Roberto Butragueño, el que confió de manera ciega en mí y se lanzó a un proceso de cuatro años de mi mano.

Y ahora, ¿cómo empezamos con esto? A estas alturas, lo único que tenía claro era que el personaje se haría más ligero, que iría perdiendo peso emocional y vital a medida que su viaje avanzara y se acercara al final. Así que la decisión fue comenzar por el final del viaje, irnos a rodar al lugar donde el viaje termina y el personaje se libera de toda carga. Y sobre todo, no contarle a Andrés Gertrúdix cuál era esa carga emocional para que rodara con verdadera libertad el final.

Decisión tomada, nos vamos a Berlín a rodar el final de una película cuyo comienzo y final aún están por crear.

Verdaderamente nos interesa saber las herencias cinematográficas y literarias del filme ¿Cuáles son? Porque una cosa es lo que vemos nosotros (como críticos) otra la voluntad real del creador

Ramón Salazar: Como en otras películas, intenté comenzar elaborando una gran paleta de referencias con las que poder trabajar visualmente durante el proceso de producción. Fotografías, citas, recortes, pinturas, música… todo fue desvaneciéndose a favor de una sola imagen. Sólo una que definiría la emoción de la película entera.

Encontré esta foto de Alexander Gronsky años atrás y la tenía guardada en uno de mis cuadernos esperando su ocasión, su momento. La recordé una noche de insomnio mientras repasaba una secuencia de ‘El Hijo’ que acababa de escribir; en ella estaba sentado en un sofá, comiendo una tortilla francesa de dos huevos, en silencio, tremendamente ausente.

Alexander Gronsky

De esa imagen que no mostraba casi nada y lo sugería todo surgió toda la imagen de la película. Madrid sería esto, tal cual, un escenario y una luz que son la abstracción de lo que el personaje siente.

10000 noches en ninguna parte

Todo lo demás, el resto de su viaje sería simplemente una consecuencia inversamente proporcional a esa foto: la oscuridad hacia la luz; la abstracción hacia lo concreto; la definición hacia lo desdibujado; lo anónimo hacia lo conocido. Y esto se aplica a todos los elementos de la historia: desde los visuales (la película pierde nitidez poco a poco y los colores se desdibujan como los de unas revistas al sol); hasta los personales (los personajes no tienen nombre -ni siquiera el protagonista- se definen por lo que son con respecto a él –La Madre, La Hermana, Su Amiga-, excepto cuando encuentra a su nueva familia en Berlín, allí todos tienen nombre propio).

«10.000 noches en ninguna parte» no es una película mascada, exije la implicación del espectador

En esta historia donde se mezcla  realidad y ficción, a la hora de la edición ¿no tenía miedo que la gente se acabara perdiendo? ¿Cómo abordársete el problema?

Ramón Salazar: En una primera fase de montaje, la película se construyó de manera más lineal, es decir; primero Madrid, después París y finalmente Berlín. No funcionaba. Plantear una historia sobre la coexistencia, las bifurcaciones o las decisiones no tomadas de manera lineal resultaba tremendamente contradictorio. Y aburrido.  Pensé entonces que el punto de vista debía ser el de una persona en su lecho de muerte recordando su vida, por ráfagas, como lo hacemos en una eunión de amigos recordando hazañas del pasado, con el único nexo de unión de la emoción. A partir de ahí comencé a buscar miradas, suspiros, frases, emociones que pudiesen trazar puentes entre las tres realidades.

Esquema del guión: líneas argumentales

Personalemente creo que no es una película mascada, exije la implicación del espectador; también entiendo que eso puede cabrear o apasionar a partes iguales. Si nos dejaran dos horas frente a veinte monitores en los que pudieramos ver pasado, presente y futuro; no lo haríamos de forma lineal, lo haríamos guiados por la emoción y la curiosidad, jamás por la lógica. En los viajes hay que dejarse llevar (como lo hacíamos con 17 años de Interrail) en vez de llevarlo todo programado en hotel con pulserita.

Te has encargado personalmente del casting ¿en virtud de qué criterios los seleccionaste a los actores? ¿Escribiste algún personaje pensando en actores concretos? ¿Cuántos pasaron por el papel de hijo y cómo seleccionaste a Gertrúdix?

Ramón Salazar: Yo ya había trabajado con Andrés Gertrúdix en “Piedras” y lo tenía todo para este personaje: esa imagen de hombre que se niega a rechazar a su niño; y de niño tozudamente adulto; el espíritu aventurero para embarcarse en un proyecto que se presentaba largo; y confiaba en mí cuando le dije que tenía que rodar el final de la película sin saber sus antecedentes. Efectivamente, ha estado cuatro años en proyecto, desde el primer al último día; su ilusión por el proyecto estuvo siempre ahí incluso en los momentos en los que dudábamos que aquello terminase saliendo adelante; y lo más importante para un director, su confianza en mí ha sido impecable, robusta, no sé si yo mismo habría confiado en mí como él lo ha hecho.

Para Berlín necesitaba otros tres personajes que formasen el nuevo concepto de “familia” para el protagonista y le acogiesen allí. Quería mezclar a caras nuevas, actores jóvenes y frescos, con alguien con experiencia.

Entre daiquiris de fresa le hice firmar a Najwa Nimri que sería Claudia

Yo ya le había echado el ojo a dos alumnos en mis cursos, así que los llamé. Una era Paula Medina, una actriz a la que todo el mundo le había dicho que jamás se podría dedicar al cine porque se había pasado con una operación de labio superior y que llevaba siempre unas gafas como de secretaria de los años cincuenta. Pero detrás de toda esa parafernalia había una persona con una capacidad tan pura para la emoción que me dejó fascinado. Manuel Castillo, era un chico mitad chileno mitad alemán, con una belleza tan apabullante que seguro hubiera hecho las delicias de Pasolini, asilvestrado, desprejuiciado y libre.

A estos dos actores sin apenas experiencia había que colocarle a una que les cogiera de la mano y les hiciera sentir seguros, que fuese el vértice de esa “familia” triangular a la que venía a unirse el protagonista. Siempre tuve en mente a Najwa Nimri cuando escribía. Era reacia a la experiencia y al peso emocional que tenía su personaje, no quería ni pensar que debía pasar por esa terrible circunstancia que marcaba a esa mujer. Así que la invité a cenar, la emborraché de daiquiris de fresa y allí, en el restaurante, hice algo que siempre me funciona con ella: hacerla llorar leyéndole una de sus partes de la película. Allí mismo le hice firmar en una servilleta que sería Claudia.

Siempre le dan a Lola Dueñas personajes de mucho carácter, grandes sufridoras, supervivientes, arrastradas, descarriadas. Y las borda. Por eso en esta película la quise ver en el papel de una amiga dependiente, que sólo existe si el protagonista quiere; frágil, infantil, como una niña perdida en unos grandes almacenes, sin carácter, volátil, dulce, literalmente invisible.

No fue fácil, Lola llegó al rodaje con una energía disparada, loca, empeñada en llevar al personaje por un lado cómico “almodovariano” –de hecho, venía de rodar Los Abrazos Rotos– que tardamos mucho en suavizar. Yo quería más como un cuento de los hermanos Grimm, tipo “Hansel Y Gretel”, dos niños abandonados deambulando por una ciudad de París hostil y desoladora; o la gran paradoja de cómo nos pasamos toda nuestra infancia jugando a ser mayores y cuando somos adultos buscamos desesperadamente algo, cualquier cosa, de cuando éramos niños, como “Les Enfants terribles”, de Cocteau.

Otra alumna de mis cursos sin apenas experiencia, Rut Santamaría, era perfecta para la hermana. Su cara angulosa y severa, junto con un aire de actriz de la década de los 40 (muy Lauren Bacall), aparte de un sorprendente parecido con Andrés Gertrúdix, la colocaron desde el principio en la piel de este personaje en mi cabeza.

El personaje de La Madre se había convertido irremediablemente en la “culpable” de todo; una suerte de antagonista que agarraba al hijo impidiéndole viajar a esos sitios que siempre había deseado, tanto los reales como los que estaban en su interior. La Madre es lo que el lobo a Caperucita, la bruja a Hansel y Gretel; a la vez que el hada madrina a la Cenicienta o Pepito Grillo a Pinocho. La dificultad estaba en que debía abarcar todo lo bueno y lo malo, desde los extremos. Y hacía falta pues una actriz sin prejuicios, sin miedo, decidida a lanzarse a una piscina de cabeza sin saber si lo está haciendo en la parte honda o está a punto de abrirse la cabeza.

Ya trabajamos juntos en “Piedras”, en un papel pequeño, pero siempre me había acordado de ella. De Susi Sánchez me gustaba su fuerza y su voz, su apariencia infranqueable, su altura (tiene unas piernas espectaculares, largas como un día sin pan), su expresión dura. Esas personas que te imponen pero de las que te quieres hacer amigo a toda costa. Recuerdo que me dijo que estaba dispuesta a hacer este personaje si no se abordaba con medias tintas, que había que poner todo lo bueno y lo malo en la misma balanza, sin concesiones, “abrazando con amor al ogro que había en ella”, me dijo. Y así lo hicimos.

Najwa Nimri fue mi cómplice durante todo el proceso de rodaje

Alejandro Amenábar dijo de Najwa Nimri que es nuestra Jennifer Jason Leigh ¿estás de acuerdo?

Ramón Salazar: Para nada, es nuestra Juliette Binoche.

Además, Najwa Nimri ha creado la banda sonora del filme. ¿cómo fue el proceso creativo de la misma?

Ramón Salazar: Najwa rodó en verano del 2010 y terminó su parte en Berlín. Yo continué dos años pasando por París y Madrid (en dos estaciones diferentes). A principios del 2013 le enseñé un primer montaje y le sorprendió no recordar la mayoría de las cosas que había rodado. Al día siguiente me llamó y me dijo que quería volver al proyecto para hacer la música. Yo no lo vi claro, pero ella insistió mucho. Se unió a Iván Valdés y me presentaron unas maquetas que eran exactamente lo que yo quería. Najwa me conoce, sabe lo que quiero; nuestras emociones al trabajar juntos se compenetran, nos enamoramos al trabajar juntos. Ella fue mi cómplice todo el proceso de rodaje. Siento como un gran acierto que compusiera la música alguien que sabe por todo lo que yo había pasado para contruir y sacar adelante este proyecto.

Las adaptaciones que hice de las novelas de Moccia me ha permitido producir “10.000 noches en ninguna parte”

¿De quién fue idea de introducir en el score las canciones de Jeanette y The Cinematic Orchestra?

Ramón Salazar: En Berlín, la parte más sensorial y de piel de la historia, trabajamos mucho con música durante el rodaje. Cuando rodamos la orgía de despedida, Najwa puso aquella canción “To built a home” y mientras se abrazaban y besaban desnudos aquella letra adquirió todo el sentido de lo que quería contar en esta película. Durante dos años más que duró el rodaje, aquella canción me acompañó cada día. Y al llegar a montaje, una de las cosas más claras era que esa película que había ido de la mano desde el principio era la perfecta para cerrar las tres líneas temporales del protagonista. La melodía, la voz y la letra unía de manera precisa toda la emoción que el climax final requería. Nos costó la vida conseguirla y pagarla, pero no la podíamos dejar escapar.

El “Por qué te vas” de Jeanette ya la había usado en “Piedras” y me encanta que entre mis historias haya pequeños hilos que las unen. Además, la letra y la voz aniñada de la cantante definían a la perfección el anclaje del personaje de La Madre. Aparte, en Cría Cuervos(Carlos Saura, 1976) me parece que funciona como una de las canciones mejor introducidas en una película. La ves y nunca se te borra, en la vida.

¿Cine de autor o cine de masas? Ese es el dilema ¿En cuál te sientes más cómodo?

Ramón Salazar: El éxito en taquilla de las adaptaciones que hice de las novelas de Moccia me ha permitido producir “10.000 noches en ninguna parte”. Así que yo me paseo de uno a otro; de trabajar para una gran empresa a regentar un pequeño negocio familiar. Eso sí, no hay nada más satisfactorio que solucionar las adversidades con la creatividad libre del cine de autor.

En esta sociedad donde vales lo último que has hecho…¿No crees que es jugársela mucho haciendo cine de autor en estos momentos de crisis?

Ramón Salazar: Esta profesión es demasiado apasionante como para perder el tiempo intentando hacer lo que otros quieren que hagas.

Por Alfredo Manteca

Periodismo UCM. Cinéfilo y cinefago compulsivo. Crecí con Kubrick, Hitchcock y Cronenberg.

Un comentario en «Ramón Salazar sobre «10000 noches en ninguna parte»: «Najwa Nimri fue mi cómplice durante todo el proceso de rodaje»»

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