En nuestro tercer texto sobre el Atlántida Film Fest, abordamos una nueva sección, la de Memoria.
Alemania es uno de los países europeos cuyo pasado reciente mayor interés despierta (tanto a nivel histórico como cinematográfico). Concretamente, su implicación en la Segunda Guerra Mundial ha sido tratada en numerosísimas ocasiones dentro del campo audiovisual desde muy diferentes puntos de vista. La sección Memoria del Atlántida Film Fest nos vuelve a ofrecer nuevos ejemplos de ello: los documentales «Austerlitz» y «A German Life» observan el ayer desde un presente grisáceo afectado irremediablemente, a través de sentimientos tan diferentes como la culpa, el egoísmo, la altivez, el exotismo, la curiosidad malsana o la desconsideración.
«Austerlitz»: El horror y la falta de empatía
El cineasta ucraniano de origen bieloruso Sergei Loznitsa vuelve a estar presente dentro de la sección Memoria histórica del Atlántida Film Fest tras su participación el pasado año. «El último imperio» (2015) suposo una mirada al pasado, un estudio realizado a partir de imágenes de archivo de un último intento de golpe de Estado que supondría el declive final de la Unión Soviética. Desde la manipulación de imágenes y música, la irónica partitura de Tchaikovski «El lago de las cisnes» que se pudo oír en la radio dejando de informar sobre los eventos ocurridos en la ciudad, Loznitsa nos habló del pasado desde las herramientas del presente. En esta ocasión, el cineasta parece querer ir más allá. Las imágenes utilizadas serán totalmente contemporáneas y obtenidas por él mismo. Utilizando planos fijos de larga duración, colocará la cámara en el campo de exterminio nazi de Austerlitz. Su apuesta será la de filmar a los miles de turistas internacionales que visitan el terrorífico lugar. De nuevo encontramos la dualidad temporal en el cineasta, la idea hermenéutica de rememorar el pasado a partir del presente, pero esta vez no bajo la manipulación posterior del material fílmico, sino estudiando la reacción de las personas captadas por el ojo del director. El contraste, objetivo último del filme, que genera la realización de diversos selfies, la continua ingestión de bocadillos y las sonrisas y diversión que parecen demostrar gran parte de los filmados con el horror allí vivido, y que además los guias se encargan de explicar a los allí presentes, nos deja cierta reflexión acerca de la falta de empatía y la desvirtuación del sentido principal que tiene salvaguardar un lugar así en nuestros tiempos. – LUIS SUÑER
«A German Life»: ¿Quiénes son los culpables?
Se podría decir que la esencia más pura del documental es la del testimonio director de sus protagonistas, puesto ante la cámara y exponiendo el tema a tratar, sin necesidad de más añadidos o florituras. En este sentido, «A German Life», dirigida a 8 manos por Christian Krönes, Olaf S. Müller, Roland Schrotthofer y Florian Weigensamer recoge las confesiones de Brunhilde Pomsel, secretaria del ministro de propaganda del Tercer Reich Joseph Goebbels entre 1942 y 1945, solamente acompañadas por documentos gráficos, visuales y sonoros, algunos especialmente crudos, como la película propagándistica en la que podemos ver la manera en que se deshacían de los cadáveres de los judíos, materiales estos mostrado por primera vez en «Noche y niebla» (1955) de Alain Resnais. Como su título ya índica, Pomsel, con 103 años durante el rodaje de la cinta y fallecida a principios de este 2016, nos narra cómo era la vida en Alemania en primera persona, sin ficcionar ni emotividad, desde su niñez, pasando por su entrada en el Partido Nazi (totalmente funcional, ya que era un requisito necesario para un puesto que le interesaba) y su trabajo en el ministerio de Propaganda, hasta el hundimiento del régimen y su final con la pérdida de la guerra y el suicidio de Hitler (y del propio Goebbels y toda su familia). Pomsel aporta lucidísimas reflexiones en torno a la educación prusiana de deber y acatamiento de reglas que se les remarcaba a los niños en la primeras décadas del siglo XX. Esto llevó a que, cuando comenzó a expandirse el nazismo, no hubiera una oposición abiertamente clara al mismo, especialmente por parte de los jóvenes (con excepciones como el grupo de resistencia Rosa Blanca, al que pertenecían los hermanos Sophie y Hans Scholl). Más bien todo lo contrario, enseguida consiguieron ganarse de manera incondicional a gran parte de la población. ¿Y las atrocidades cometidas? Pomsel, que tenía amigos y conocidos judíos, apela categóricamente a su desconocimiento y al de gran parte de la sociedad alemana, sobre todo la mujer, ya que se consideraba que ésta no tenía interés en la política. Le corresponde ya al espectador decidir si cree en esta afirmación o no.
El intenso contenido no hace que el filme olvide su interés estético: presentado en un elegante blanco y negro (relacionado con esa escala de grises a la que se refiere Pomsel en todos los aspectos de la vida), los directores optan por primeros planos que inciden en las arrugas, como representaciones del inevitable paso del tiempo y marcas de un pasado imborrable en el cuerpo y la memoria. Pero lo que parece durante casi todo el metraje un ejercicio de autoconciencia por parte de una narradora excepcional, que aún se sorprendía de una frivolidad y una ingenuidad que le impidieron darse cuenta de que había algo más allá de lo bonito de una época que estaba a punto de desaparecer, acaba manifestando aún una arrogancia en la exposición final de Pomsel, tan arraigada en el carácter germano que el debate sobre la responsabilidad y la culpabilidad de los crímenes cometidos queda siempre en un terreno ambiguo – SOFIA PÉREZ DELGADO