Mar. Mar 19th, 2024

La complejidad psicológica de los silencios reside en  la polaca  «Tower. A Bright Day»  y en la suiza «Diario de mi mente»

«Diario de mi mente» Diario de un asesino

La escritora belga Amélie Nothomb en Diario de una golondrina (2008) nos mostraba la inquietante relación amorosa que nacia de un sicario al leer el diario de una adolescente que él mismo había asesinado. En esta perturbadora línea que une literatura y muerte se mueve «Diario de mi mente», último largometraje de ficción de Ursula Meier tras la aclamada «Sister» (2012). Un filme literario que aborda el intento de acercamiento de una profesora de francés con un alumno. Algo que ya se ha explorado en filmes como «En la casa» (2012) de François Ozon, pero en esta ocasión desde un tono y un enfoque radicalmente opuesto. El filme se abre de manera portentosa, con fuerza, golpeando frontalmente al espectador. Un inicio avasallador que nos induce en un cruento hecho real sucedido en 2009. Un adolescente se entrega a la policia tras asesinar con una pistola a sus padres. A raíz de este hecho traumático, la película girará entorno a la relación de su profesora, una mujer madura dedicada en cuerpo y alma a la literatura. Algo debido al hecho de que el joven parricida escribió un seguido folios en un principio destinados para ésta narrando los motivos que le llevaron a cometer el crimen así como su consecuión final. Un tour literario que nos rememorará en sus razonamientos al Raskólnikov de Crimen y castigo (1866) de Fiodor Dostoievski

Desgraciadamente, el pulso del filme desacelera su inquietante arrancada inicial a medida que corren los minutos de su escaso metraje. Las acusaciones tanto estatales como judiciales sobre la literatura se antojan como una pueril crítica de la cineasta hacia el desprecio que se acomete contra la cultura. Por su parte, en la relación de ambos personajes hacia los últimos compases, se respira cierto nerviosismo con tal de acercarse hacia su final. La sucesión de acontecimientos que nos llevan a su anticlímax nos dejan una historia poco cohesionada que no sabe muy bien donde desembocar, sin que ella acabe por malograr no obstante el buen hacer que se respira en la mayor parte del relato.

«Tower. A Bright Day» Algo huele ha podrido en Polonia

Ópera prima de Jagoda Szelc, nos encontramos en este Atlántida una nueva película dirigida por una cineasta primeriza que irradia ramalazos de talento. «Tower. A Bright Day», apostando por la fuerza de sus imágenes, se acerca a los rostros de sus personajes y los pierde en el entorno natural polaco para sumergir los paisajes dentro de su larga evolución psicológica. Una aproximación sin concesiones que nos introduce de lleno en el seno de una familia en un etnorno rural con muchas heridas abiertas imposibles de cicatrizar. Un drama fraternal y maternofilial que se extrapola y se extendiende a través y cada uno de los protagonistas de la cinta. Con una imposición católica restrictiva, las nuevas generaciones serán quienes experimentarán los primeros indicios de rebeldía ante un sistema predeterminado. Las rencillas y los secretos con los que viven las dos hermanas de la cinta, así como la relación de Kaja tanto como con su madre enferma y su hija no reconocida, serán el caldo de cultivo de una catarsis personal y psicológica que nos mostrará la cara más dura del ser humano. Y para ello, adentrándose y perdiéndose en la violencia física tanto para con uno mismo como para los demás, Szelc se valdrá de la estética visual de su propuesta. Desde luego, el punto álgido de la cinta, que se antoja algo irregular en su duración, se alcanzará en un final abierto y abstracto, atmósfericamente sugerente y magistralmente fimado.

 

Por Luis Suñer

Graduado en Humanidades, crítico de cine y muerto de hambre en general.

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