Aunque Berberian Sound Studio decepciona por las esperanzas puestas en ella, Compliance ha resultado ser una sorpresa más que agradable.
Es curioso como en un festival algunas veces las películas se relacionan entre sí. En el Atlántida Film Fest ya se han visto ejemplos de exploración de la memoria y los recuerdos como Your lost memories y Stories we tell o de existencialismo juvenil del tipo de Dollhouse y L´Age atomique. Pues bien, el turno en la jornada de hoy ha sido para Compliance, que se emparejaría directamente con la ya reseñada Otelo debido a que ambas analizan en profundidad los conceptos de autoridad y obediencia. Si la primera utilizaba la dirección teatral en forma de falso documental como excusa, esta se sirve de un hecho real para diseccionar de forma escalofriante la sociedad norteamericana y, de nuevo, plantear una serie de interrogantes al espectador avezado que estimulan el debate y promueven la reflexión post-visionado que cualquier película que tenga la pretensión de postularse como algo más que simple entretenimiento debería ofrecer.
Compliance, que en castellano significa sumisión, lo cual resume de forma atinada su concepto esencial, es el segundo largo del director norteamericano Craig Zobel y, aunque no es conveniente conocer detalles demasiado precisos de la trama, cuenta la historia de una joven que trabaja en un restaurante de comida rápida y tras una llamada es detenida por robar dinero del bolso de un cliente. Sin concretar mucho más el argumento, simplemente es preceptivo comentar que la película funciona en dos frentes, o mejor dicho, ante dos cuestiones fundamentales como son: ¿hasta dónde estás dispuesto a acatar órdenes de lo que consideras la autoridad competente? y otra que subyace tras la anterior que iría encaminada a dilucidar en qué punto la seguridad prevalece sobre la intimidad o viceversa.
La primera hora es un ejercicio magistral en el que el suspense es máximo y se respira una sensación de que algo verdaderamente extraño está sucediendo, algo que recuerda a la incómoda tensión que en muchos de sus trabajos creaba Polanski. Ese presentimiento que, por ejemplo, en Cuchillo en el agua o la más reciente El inquilino escenificaban una serie de personajes que alteraban al espectador dando la impresión de llevar el juego, o algo que parecía serlo, demasiado lejos.
Lo que separa al director polaco del norteamericano en este caso, y a pesar de que Compliance es una película notable, son quizá los dos errores significativos que tiene la segunda cinta. En primer lugar, el director no gestiona con brillantez el secreto que tiene entre manos y es posible que lo desvele demasiado rápido, en concreto a los cuarenta minutos de metraje. Por otra parte, a pesar de ser una película basada en hechos reales, llega un momento en el que se hace exagerada, incluso inverosímil y además acusa una pérdida de ritmo que desemboca en un final un tanto precipitado que no ahonda en las consecuencias ofreciendo simplemente cuatro planos cortos que sirven como desmayado prólogo. Ahora, que la simple comparación con el mejor Polanski eleva Compliance a la categoría de film que uno no debería perderse y solo eso ya es suficiente como inmejorable carta de presentación.
Berberian sound studio: Aburrida aproximación al giallo
En cuanto al bueno de Peter Strickland y Berberian Sound Studio, una de las películas que aparecían en la programación como indispensables por su contenido cercano a lo lynchiano, debo mostrar mi decepción ante un proyecto cuya puesta en escena puede denominarse como sensacional pero no cuenta con un guión excesivamente trabajado y termina resultando tan tediosa como aparentemente vacua.
Se trata de un homenaje al giallo italiano de los años 70 (algo así como un género que mezcla el terror y el thriller con violencia más o menos explícita) en el que su protagonista, un magnífico Toby Jones, es un técnico de sonido que llega a uno de los estudios más sórdidos del país transalpino y se ve atrapado en un mundo completamente ajeno a su cultura inglesa.
La atmósfera resulta opresiva y la ambientación es excepcional tanto en la estética setentera como en todo lo relacionado con el sonido (desde los efectos hasta la banda sonora compuesta por el grupo Broadcast). El problema es que la historia no acaba de arrancar, el prólogo se extiende en demasía, el nudo es tremendamente aburrido y el final se enreda en alucinaciones oníricas que no aportan prácticamente nada.
Carne de perro: Pretensiones autorales
Para terminar esta undécima jornada, Carne de perro, de Fernando Guzzoni, premiada en el festival de San Sebastián con el galardón al mejor nuevo director. Y supongo que habrá recibido tal distinción por su alejamiento de las normas clásicas del cine (entre ellas el plano-contraplano que hoy en día el cine de autor desprecia optando por largos planos con excesivo movimiento) y por su extraña forma de no contar nada e insinuar una sutil crítica de la dictadura de Pinochet. Pero no es creíble, ni debería ser premiada, ni mucho menos resulta loable en su empeño de resultar sugestiva.
Por lo visto narra las tribulaciones de un ex-militar con ataques de ansiedad que tiene una hija a la que no ve y un perro al que en un momento dado arroja una olla de agua hirviendo. En ese punto uno está cerca de apagar el monitor. Pero si se es paciente el director aún es capaz de deleitar al personal con el intento de justificar semejante fruslería con un par de guiños a los totalitarismos y la religión acompañados de un bautismo físico y metafórico que ostentan una supuesta sensibilidad que no aparece por ningún lado.