En la tercera jornada destacamos la críptica e inclasificable Post Tenebras Lux, el documental Los Invisibles y la ópera prima del español David Martín Porras.
La palabra genial lleva asociadas diferentes connotaciones que no siempre se traducen en un significado positivo. Genial es el genio y puede ser brillante, pretencioso, incomprensible o extraordinario. Y en algunas ocasiones es posible que todo esto suceda a la vez. En el cine hay infinidad de ejemplos en los que el genio acaba ebrio de sí mismo y uno no es capaz de averiguar si lo que ha visto en pantalla es una obra maestra o una tomadura de pelo. Ahí está El almuerzo desnudo como reinterpretación libre y excesiva de la novela homónima, el surrealismo alucinado del primer Lynch, las fantasías oníricas de Buñuel, el intelectualismo cargado de referencias de Godard o el cine de Reygadas que es lo que hoy nos ocupa.
Del mexicano sabemos que es un cineasta genial, y también que para acercarse a cualquiera de sus proyectos es necesaria una taza de café bien cargado. Ahora bien, al final ofrece sus recompensas y en algunas ocasiones es posible que se finalice el visionado teniendo la sensación de haber presenciado algo realmente significativo. Resumir el contenido de Post Tenebras Lux es una tarea ciertamente inane puesto que no existe un argumento como tal. Comienza con un time-lapse espectacular en el que observamos a una niña jugando con perros y vacas mientras la oscuridad engulle el colorido paisaje y aparecen los breves títulos de crédito.
A partir de ahí, y aunque las primeras sensaciones nos evoquen El árbol de la vida de Malick, la película se plantea como un reto, difícil, inclasificable y tedioso en muchos de sus tramos, necesitado de la paciencia que requiere una obra que oscila entre la excelencia y lo ridículo que es al fin y al cabo el terreno del genio. El del premiado como mejor director en Cannes y abucheado al término de la proyección de su película. Y él encantado. Porque al fin y al cabo el cine es provocar sentimientos. Y la estupefacción, el hastío y la indignación también lo son.
El cine de Reygadas muestra al ser humano fuera de lugar, afincado en sociedades aisladas a las que no pertenece y utiliza actores no profesionales con la intención de resultar verosímil. En esta ocasión el medio rural mexicano le sirve para configurar el metraje en dos planos diferenciados. El onírico; oscuro e instintivo; solitario y tenebroso; en el que emparenta al hombre con el animal. Ávido de sexo, balanceándose entre el hedonismo y el existencialismo, sensorial y cruel. Del otro lado, el plano de lo real; cargado de remordimientos, discursivo, cerebral y necesariamente social y responsable.
Al final la llave que completa el rompecabezas nos la entrega el cuadro con el iceberg que muestra el subconsciente freudiano, la canción de Neil Young que susurra que todo es un sueño que se desvanece y la balsa que cruza el Aqueronte camino del mundo de los muertos. Es decir, todo es una ensoñación surrealista, un ensayo sobre la memoria que se mueve entre las apariciones del diablo y el estertor final del moribundo que murmura que ayer soñó “que lo amaba todo”.
Los invisibles: La liberación sexual tardía
De amor trata Los invisibles de Sebastien Lifshitz. De amor prohibido y condenado. O lo que es lo mismo, de homosexualidad en la Francia de los años 60. El documental se centra en una serie de entrevistas con hombres y mujeres de avanzada edad que tuvieron que luchar por sus derechos en un país que no permitía la liberación sexual de una generación que habitó durante décadas encadenada a la mentira.
Si algo hay en común en los diferentes testimonios son las miradas taciturnas que declaran haber perdido su juventud, los rostros de impotencia que aseguran haber empezado su verdadera vida con más de cuarenta años. Es muy efectiva la imagen metafórica que abre la película, la de dos ancianos homosexuales ayudando a un pollo recién nacido a abandonar la cáscara. El nacimiento que en su caso es renacimiento. Y todo lo anterior con el mayo del 68 como epicentro de un movimiento radical que se basaba en la búsqueda de la identidad sexual y el fin de la represión.
Lifshitz realiza una labor de documentación exhaustiva que se traduce en un crisol amplísimo de personajes muy variopintos que llega a su máxima expresión en la figura del granjero bisexual de mirada desviada. Y es que la marginalidad aparece de forma sistemática, como la necesidad de vivir apartados en el medio rural pero también como consigna, como joie de vivre del que se sabe diferente pero no busca ser de otra manera.
Stealing summers: Predecible cinta de atracos
Volviendo a la sección oficial nos encontramos con el debut en la dirección del español David Martín Porras que ha rodado su ópera prima Stealing summers en Estados Unidos. La película cuenta la historia de una pareja de amigos que viven en Argentina y conocen a una chica junto a la que se proponen dar un palo al dealer de la zona. Los actores son la hija de Paul Auster y el hijo de Mick Jagger, quizá lo único por lo que quede para el recuerdo este prescindible film.
Stealing Summers aguanta el ritmo en su mayor parte, si bien, su problema principal es que no cuenta nada novedoso más allá de sus pueriles intentos de llevar la lucha entre ricos y pobres de los dos principales equipos argentinos a la relación fraternal de los dos amigos de diferentes estratos sociales que acaban traicionándose. Entre medias el manido “vive rápido y deja un bonito cadáver”, guiños al Holden Caufield de El guardian entre el centeno y alguna que otra referencia a la extraordinaria El secreto de sus ojos que solo sirve para que la comparación destape un poco más la mediocridad de la cinta.