Wrong, de Quentin Dupiex, es una comedia absurda en el peor sentido de la palabra que se ve deslumbrada por la magnética Sonidos de Barrio.
En Punch-Drunk Love, Paul Thomas Anderson, un director tan versátil como innovador en su caligrafía cinematográfica, realizaba su hasta el momento única incursión en la comedia. De la mano de un Adam Sandler muy alejado del cliché sandleriano al uso y de la expresiva Emily Watson, narraba una historia tan negra (el diálogo en el que el protagonista asevera que le encantaría arrancar la piel de su pareja a bocados) como absurda (Sandler corriendo con un teléfono de cable infinito en busca de no se sabe muy bien qué). La crítica fue tan entusiasta como devastadora, si bien es cierto que el ejercicio de estilo tenía una cualidad indiscutible: era genuino. Además, tenía consistencia, llevaba el sello personal del que ya se puede considerar como quizá el mejor director de cine en activo y, en definitiva, se decantaba del lado de la excelencia habiendo burlado con maestría el tropezón hacia lo pretencioso o la estrepitosa caída al ridículo.
De Wrong, de Quentin Dupieux, más conocido por ser el tarado-creador-del-neumático-asesino, no puede decirse nada parecido. La primera escena nos acerca al mundo de Dolph, que acaba de perder su perro. El primer encuentro con su vecino, un adicto al jogging que no lo reconoce, sirve como pauta a seguir en tanto que ambos divagan durante más de cinco minutos acerca del logotipo de una pizzeria. A partir de ahí, el humor, o post-humor, el absurdo, o un paso más allá. De la mano de una serie de personajes cuyas motivaciones son más que cuestionables, léase, el detective busca-perros, los compañeros de trabajo del protagonista que trabajan en una oficina donde siempre llueve, o la pizzera ninfómana que no distingue entre el bueno de Dolph o su jardinero, Dupieux nos abre una pequeña ventana hacia su incomprensible submundo que acaba resultando desesperante. No está claro si por su carácter críptico o porque no se trata más que una recolección de bromas privadas del autor.
En su descargo hay que reconocer que de cuando en cuando hay algún gag gracioso, pero puede que sea porque resulta tan ridícula que en ocasiones muy puntuales te hace estallar en una carcajada de incredulidad. Aunque en la construcción de los personajes puede recordar en cierto modo a Wes Anderson, parece casi ofensivo comparar a un tipo cuya mejor ocurrencia es hacer que su protagonista hable telepáticamente con su perro con el adalid del posmodernismo, naif y pedante en algunas ocasiones, pero también formidable y verdaderamente ingenioso.
La sucesión de sketches, no existe desde luego un conjunto compacto, comienza con una primera media hora tibia que da paso a un segundo tercio en el que uno se pregunta cuando va a aparecer el puto perro, para terminar con la certeza de que no se trata más que un capricho moderno, repetitivo y muy personal. Y dirán que absurdo, porque a veces lo mediocre encuentra su refugio en esta etiqueta. No obstante, para absurdo es preferible visionar Los caballeros de la mesa cuadrada, algún sketch de Faemino y Cansado o el chiste de la A de Eugenio. Ofrece mayores recompensas, más que nada porque las pretensiones pseudoartísticas quedan a un lado en pos de lo que tiene que tener una comedia: humor.
Sonidos de barrio: Incómoda tensión
Hay una serie de películas en las que no sucede realmente nada apasionante pero mantienen en vilo al espectador porque existe una suerte de tensión que da la sensación de que desembocará en algo dramático. En algunas de ellas, se comete el terrible error de utilizar todo tipo de artificios para alargar innecesariamente un metraje que va encaminado irremisiblemente hacia un final efectista que hace preguntarse si no sería más adecuado utilizar la capacidad de síntesis. O lo que ha sido definido en innumerables ocasiones como el primer recurso cinematográfico: la elipsis.
Sonidos de barrio, debut del brasileño Kleber Mendonça Filho, sortea con habilidad el defecto comentado previamente. La película se adentra en una barriada pudiente del barrio de Recife que contrata, más por insistencia que por convicción, una especie de seguridad privada de andar por casa. Se divide en tres partes diferenciadas, así como en varias historias que no tienen aparentemente relación entre las mismas, y, aunque en ciertos pasajes puede parecer que no aguanta la tensión narrativa, acaba por escenificar de manera excepcional los violentos contrastes de la sociedad brasileña.
Separa de un lado a la clase alta, definida por el magnate que le pide a la criada que “abra la puerta a los muchachos” y ampliada por el agente inmobiliario insatisfecho que muestra la infelicidad de los adinerados. Al otro lado de la verja, queda el proletariado, representado fidedignamente en la escena en la que uno de los guardas de seguridad se sincera y cuenta que su hermana «fue atropellada tantas veces que se quedo pegada al asfalto». Y de ahí surge la incomodidad que se padece durante el visionado. De la imposibilidad de que las fuerzas se mantengan en equilibrio. De que en la aparente tranquilidad subyace una crítica feroz a la clase alta que fantasea con la lucha de clases contemporánea.
The Sinkholes: El tedio absoluto
The Sinkholes, de Antoine Barraud, solo dura una hora. En sesenta minutos se pueden dar verdaderas lecciones de cine como en Una partida de campo de Jean Renoir. No es el caso. La historia de una cantante de ópera que se queda sola en un hotel porque su marido tiene que descender a una serie de sumideros que esconden un secreto se hace larga. Y eso, cuando hablamos de un mediometraje es quizá la peor crítica que se puede realizar.
Disfrazada como la nueva maravilla de la ciencia ficción independiente, no se puede clasificar dentro del género de terror, tampoco es un thriller porque el máximo suspense es el de querer saber cuándo va a terminar y, desde luego, si contiene algún elemento dramático mi cortedad de miras quizá no lo haya apreciado. Lo que sí es cierto es que cuando aparecen los créditos la única sensación que queda es la del tedio más absoluto y, por otra parte, un sentimiento de tristeza importante al ver a la actriz Nathalie Boutefeu desperdiciando su talento en semejante boutade.
Top 10 D’A 2020 y podcast final
D’A 2020 (Día 10): «Ivana The Terrible», «My Mexican Bretzel» y «A Stormy Night»
D’A Film Festival (9) «Algunas bestias» y «The 20th Century»
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