Recoletos arriba y abajo es una interesante historia con el franquismo de fondo. La áspera Crawl y el humano debut de P. Baños, Ali,también en la novena jornada
Es difícil olvidar uno de los personajes más míticos que ha creado la literatura española: el Pijoaparte. Se trata de un aguililla de barrio bajo y ladronzuelo ocasional que se cuela en los bailes de los burgueses con la ambición de embaucar a alguna cándida muchacha que le pueda permitir ascender en la escala social. Mucho más repelente resulta la mujer que da título a Últimas tardes con Teresa, una joven barcelonesa que, más por la necesidad de llevar la contraria a sus acaudalados progenitores que por verdadera convicción, comienza a frecuentar los círculos contestatarios, o para ser más precisos, los que pretendían serlo. Algo conocía Juan Marsé de la Barcelona de mediados de los cincuenta en la que empezaba a florecer cierta lucha universitaria contra el régimen. Pero también sabía mucho sobre los burgueses que jugaban a hacer la revolución y décadas después traspasaron la estrecha línea que les separaba de los puestos de administración de las empresas más importantes de nuestro país.
Pablo Llorca cuenta algo similar en Recoletos arriba y abajo. Su protagonista, Jaime, es un organizador de eventos que vive en un edificio de lujo junto a su mujer y sus dos hijos y además se permite el lujo pequeñoburgués de tener un affaire que además le queda tan lejos como en el piso de encima. La llegada de un nuevo portero, que está relacionado con su pasado de forma turbia, crea una interesante tensión que permite al espectador adentrarse en el pasado de Jaime. Y claro, el triunfador esconde tras su costoso automóvil y su elegante vestimenta una juventud militante de la que prácticamente reniega. La vieja historia del rebelde que dejó de serlo.
De la película se puede decir que técnicamente deja mucho que desear. El sonido no es bueno y en ocasiones no se entiende a sus actores que, salvo los que cuentan con papeles de mayor peso, son o dan la impresión de ser amateurs. No obstante, tras sus evidentes limitaciones se esconde una interesantísima obra que se encarga desde su propio título de separar a los de arriba (la mayoría de los inquilinos y los suegros de Jaime) de los de abajo (el portero y la huésped más antigua del edificio).
O, por decirlo de otra manera, que uno puede pasar por Recoletos, incluso habitar en uno de sus inmuebles pero a la hora de separar la paja del grano (en el sentido opulento de la expresión) el adinerado habla de viajes a Estados Unidos con los amigos del Reina Sofía con la intención de ver museos y de compras de cuadros de Barceló y el asalariado trata de sacarse un sobresueldo a costa de los anteriores ya sea ofreciendo plazas de garaje que quedan libres los fines de semana o alquilando una casa vacía a parejas que no tienen otro lugar donde saciar sus necesidades más íntimas. Y entre tanto, los hijos de los antifranquistas jugando a hacer la revolución una vez más, como señala Llorca en ese último plano que apunta hacia el 15-M.
Crawl: El áspero muelle francés
El mar quizá sea la metáfora más antigua de la historia. Utilizada por poetas y cineastas (¿no son a veces lo mismo?) suele referirse a la capacidad liberadora de sus aguas, a la posibilidad de emprender un viaje, a un renacimiento espiritual o a otras muchas ideas que suelen tener un carácter eminentemente positivo. En Crawl, de Hervé Lasgouttes, tiene algunas de las connotaciones anteriores, pero también aparece como muro infranqueable para los personajes que habitan en una pequeña localidad costera de Francia cuyo principal medio de supervivencia es el muelle y los negocios que de él se derivan.
La película nos acerca a ese opresor microcosmos de la mano de, esencialmente, cuatro personajes que nos muestran una sociedad prácticamente endogámica. Dos embarazos de diferentes consecuencias articulan un áspero relato, de interpretaciones contenidas, frías en cierto sentido pero también lacerantes como en esa escena en la que la inocente sentencia: “me gusta mucho este sitio”, recibe una réplica tan violenta como desmesurada que señala: “mi madre se ahogó aquí”.
Despunta el actor Swann Arlaud en su papel de joven díscolo, inestable laboralmente, con ciertos problemas relacionados con el alcohol y las drogas que emparenta directamente con el perdedor bukowskiano que no es capaz de mantener un trabajo más de dos meses seguidos y trata de forma infructuosa de resolver los problemas que su inmadurez va creando a lo largo del metraje sin demasiado éxito.
Ali: Una cálida historia
Para terminar la novena jornada del festival, Ali, debut del realizador Paco R. Baños. La película cuenta la historia de una joven de dieciocho años que trabaja en un supermercado de cualquier barrio madrileño a la vez que intenta no enamorarse de uno de sus compañeros de trabajo y cuida de su depresiva madre. Lo cierto es que no cuenta nada novedoso, pero al menos lo hace bien. Cercano a la estética indie de trabajos como Juno, su protagonista es una suerte de Amelie más descarada, aunque los diálogos van muchas veces en la línea de la comedia costumbrista española que representaría en la actualidad una serie como Aída.
La familia disfuncional la forman una sensacional Nadia de Santiago junto a Verónica Forqué que está fantástica en su papel de madre lunática. También aparece Juan Villagrán, que se ha convertido en uno de los actores a tener en cuenta por méritos propios, aunque es una pena que no se le aproveche en exceso. Ali es, en definitiva, una película verdaderamente humana y optimista que entrega un mensaje positivo a pesar de hacerlo de forma un tanto descuidada en algunos momentos.