Última entrada en la que abordamos la sección dedicada a las políticas europeas actuales del festival online de Filmin.
Concluimos nuestro repaso a la sección Política del Atlántida Film Fest con dos películas fundamentalmente dialécticas, más de palabras que de acción, que se introducen sin efectismos, con mayor o menor acierto, en el engranaje de funcionamiento tanto del Parlamento Europeo como del Ministerio de Interior francés. Hablamos de “Democracy”, de David Bernet, y de “El gran juego”, de Nicolas Pariser.
«Democracy»: entre bambalinas
Jan Philipp Albrecht, ponente del partido Alianza 90/Los verdes en el Parlamento Europeo, propuso una nueva ley de protección de datos adaptada a la era digital que intentó que fuera aprobada durante 2 años y medio. Los peligros de la sobreinformación, fundamentalmente la falta de libertad para los ciudadanos que conlleva, ya habían sido mostrados en otros documentales como el multipremiado “Citizenfour” (2014), sobre la figura del informante y consultor de la CIA Edward Snowden, o en “A good american” (2015). Sin embargo “Democracy”, primera película en solitario del documentalista de origen suizo David Bernet, nominada al Premio LOLA del Cine Alemán, se aleja del thriller y la recreación para mostrar el día a día de la evolución del proceso legislativo, posicionándose por Albrecht como protagonista, pero dando voz a diferentes posturas. No solo vamos a escuchar por tanto los planteamientos de aquellos que defienden la ley, sino también los de aquellos que se oponen a la misma manifestando que la circulación de datos es necesaria para el funcionamiento de la economía. La manera de mostrarlo es novedosa: a través de conversaciones privadas, reuniones y relaciones personales, Bernet ofrece una visión casi doméstica de la institución parlamentaria, como nunca se había hecho antes.
Presentada en un elegante blanco y negro, “Democracy” no ofrece formalmente grandes novedades dentro del género, aunque sí se ahorra cualquier tipo de cartela explicativa, dejándole al espectador la voluntad de seguir investigando (o no) sobre el tema, si así lo desea. Nos encontramos sin duda ante un filme denso, que puede saturar en sus pretensiones casi pedagógicas, pero que traspasa su carácter puramente cinematográfico para convertirse en un documento informativo fundamental.
«El gran juego»: palabras huecas
La estructura “El gran juego” va a quedar clara durante los primeros minutos de metraje: se trata de una obra narrada a través de una serie de encuentros y desencuentros teatrales, con pocos cortes de montaje, en los que el protagonista, Pierre, un escritor desencantado por la desaparición de sus ideales revolucionarios dentro del Estado moderno, mantiene conversaciones trascendentales en torno a la existencia y a la política con personas más o menos conocidas. Uno de esos individuos es un hombre anónimo que le encarga un libro que anime a la insurrección contra al Ministro de Interior, causante de numerosas guerras civiles que define como “invisibles”. Pierre, movido por sus antiguos sentimientos, accede a ello, dando como resultado un complot alrededor de todos los implicados en el plan, incluido él mismo, que le llevará a refugiarse en una comunidad de extrema izquierda aislada del sistema capitalista.
En su ópera prima, Nicolas Pariser opta por mantener la distancia con los personajes, y poner solo en contadas ocasiones el foco directo en las intrigas políticas, a la manera de trabajos como la serie «House of cards». Éstas quedan en un segundo plano, como circunstancias que enmarcan las desavenencias de ese nuevo burgués venido a menos y en plena crisis de los 40 que es Pierre; algo que también ocurre con los personajes interpretados por nombres conocidos como Andre Dussollier o Clémence Poésy, que en lugar de funcionar independientemente, simplemente orbitan alrededor del protagonista. Al final “El gran juego” es una antipática cinta a la que le falta fluidez para ser creíble, más interesada en su propio discurso que en mostrárselo de manera empática al espectador.