Primera crónica desde el BFI London Film Festival
Bienvenidos a un nuevo BFI London Film Festival. Este año vuelvo a las andadas en el festival de la capital británica, donde tratando de olvidarnos del caos político bajo el que se encuentra el país desde hace mucho tiempo, el cuál sólo va a aumentar en los próximos días, nos enfrenamos a una mezcla de películas de renombre que se estrenarán en los próximos meses en salas comerciales (y Netflix) y películas independientes que esperan encontrar una audiencia más que merecida en muchos casos.
La primera película de la que hablamos en esta edición es «Blackbird».
La cinta, que también pudimos ver en el recientemente acabado Festival de cine de San Sebastián, es un remake de «Grito silencioso» , película danesa de 2014, y nos muestra el fin de semana en el que una familia se reúne en la preciosa residencia familiar. Lily (Susan Saradon), matriarca de la familia, ya ha hecho saber a todos que al final del fin de semana planea acabar con su vida para así detener el futuro tormento al que se verá sometida debido a una enfermedad terminal degenerativa que la dejará paralizada pronto, incapaz de siquiera tragar saliva por sí misma. Su marido (Sam Neill) intenta colaborar lo máximo posible con la decisión, mientras que sus hijas (Kate Winslet y Mia Wasikowska) no están tan convencidas al respecto.
Si bien la película no nos presenta con un situación increíblemente original ni mucho menos (esta no será la primera ni última película que usa la excusa de un acontecimiento concreto para encerrar a sus personajes en un espacio delimitado y enfrentar todos sus dramas unos contra otros), «Blackbird» es una película robusta que toca todas las teclas que se propone desde el inicio. Una película que genera risas cuando lo desea, emociones cuando quiere y lágrimas en los momentos adecuados. Esto se debe a que el director, Roger Michell, no es nuevo en esto de hacer cine. A sus espaldas tiene muchos años de experiencia tanto en cine como en televisión habiendo dirigido conocidas películas como «Morning Glory», «My Cousin Rachel» o la clásica «Notting Hill». Por ello, la película es solvente, sabiendo constantemente lo que tiene que aportar al espectador en cada momento. Esto se encuentra soportado por un muy sólido guion de manos de Christian Torpe quien adapta su propio libreto escrito en 2014 para la versión noruega. Sin duda, que Torpe se enfrente al mismo material por segunda vez ayuda a una película que conoce muy bien a sus personajes, sus arcos durante la película y cómo posicionar a todos los miembros de la familia en el sitio correcto para asegurarse que todo funcione hacía delante como es debido.

Blackbird – BFI LFF 2019
Hay un par de aspectos del guion, sin embargo, que quizá son algo más innecesarios, teniendo la sensación de ser más un intento de inyección de conflicto que algo orgánico de la historia que se está tratando. El motivo por el que se hace es claro: dar un poco más de dinamismo y drama a una historia que a nivel formal y moral tiene una opinión muy clara desde el inicio. Pero la realidad es que dichos giros argumentales hacen que a momentos la historia se acerque casi más al melodrama, algo que en sí mismo no favorece a la película. «Blackbird» es una cinta que funciona cuando tiende a la sutileza y aunque no lo hace en muchas ocasiones por miedo a que a la audiencia no le queden claras algunas cosas (pista: nos queda claro, no os preocupéis), cuando lo hace funciona a las mil maravillas. Debido a ello, los últimos momentos de la película, aunque emotivos, se ven un poco debilitados por este intento de inyección dramática en su tercer acto, algo posiblemente innecesario y que daña un poco la sensación que deja la historia en ciertos momentos.
La realidad es que el filme es solvente en todo lo que hace. Una dirección muy calculada con multiples largos planos generales en los que los actores interactúan entre ellos, una fotografía con tonos blanco y azules que claramente trata de sugerir la falta de comunicación que los personajes tienen a momentos. La cámara se mueve delicadamente (cuando lo hace, la película cuenta con muchos planos estáticos) con una magnifica sensación de planificación y control. Y las actuaciones, todas perfectas. Nada sorprendente contando con un elenco de la categoría, claro está. Aparte de los mencionados anteriormente, el largometraje cuenta con (la siempre magnífica) Lindsay Duncan, Rainn Wilson, Bex Taylor-Klaus y Anson Boon. Todos ellos hacen un excelente trabajo, dando excelentes actuaciones en sus momentos emocionales, pero, la verdad sea dicha, los personajes no tienen una compleja profundidad en sí mismos. Todos parten de modelos a los que estamos acostumbrados, lo que les hace funcionar muy bien como elenco. Como un reloj suizo que marca la hora a la perfección cuando las piezas están todas bien colocaditas en su sitio, pero cuyas partes independientes carecen de sentido aisladas por sí mismas.
En resumen, todo esto suena bastante bien. Y esta es la cuestión de «Blackbird», aún con su emotivo final, la primera cosa que me viene a la mente al pensar en la película es la palabra «solvencia». Es solvente. «Blackbird» es solvente. Da pena tratar de criticar una película que hace bien todo lo que tiene que hacer, una película a la que no puedes objetar ninguna de sus partes individuales. Y es sin embargo, cuando miras a todas las partes juntas, una vez formado el rompecabezas, que se ve un poco de vacío en ella. Es agradable sentirte en manos de alguien que sabe lo que está haciendo, que tiene un claro dominio de la historia y de cómo contarla. Es una sensación de alivio que no siempre sucede durante el visionado de una película, sin embargo, no puedo dejar de echar en falta un poco de riesgo en la propuesta. Muchos de los momentos son fácilmente predecibles por el espectador y si bien esto no significa que no funcionen a nivel emocional, sí que hace que la película no se sienta como una aventura, como una historia desarrollándose delante de tus ojos, si no como un libro de colorear en el que todos sabemos cuál será el resultado final.
Sí, pintar todo en su lugar es una tarea complicada y sienta muy bien ver un dibujo que se ha hecho siguiendo las líneas establecidas, pero al final del día, no da nada que no estuvieses esperando ya.
Y esto ocurre con «Blackbird», te da exactamente lo que podrías esperar de ella. Nada más y nada menos. Vas a encontrar los secretos revelados, los personajes que se descubren a sí mismos, las risas suficientes para que la película no te parezca una tragedia, pero tampoco una comedia; las lágrimas en los momentos adecuados para que puedas dejar toda tu moquera en los pocos pañuelos que te has llevado a la sala.
Hay cierto confort en tener una película de este tipo en el mundo actual en el que todo cambia en cuestión de segundos. Un buen bastión de seguridad sobre el que asentarte, pero para algunos quizá esto no es suficiente.
«Blackbird» está bien, pero no esperes ver en ella nada que no te puedas imaginar según entres por la puerta del cine de turno.
Es muy solvente.