Ryan Reynolds y Rosario Dawson son las estrellas destacadas del regreso de Atom Egoyam y la favorita del festival, Winter Sleep de Nuri Bilge Ceylan.
De acuerdo, hemos caído en las redes de La Croisette. La selección de ficciones del evento cinematográfico más importante del mundo puede a veces palidecer ante la fauna que pasea por sus calles. Todos ellos tan icónicos, tan cinematográficos que ya no sabemos distinguir si son las películas las que toman de la realidad a estos enormes personajes para hacer vibrar la pantalla o si por el contrario éstos son personajes que mimetizan los roles reflejados en el séptimo arte. Perros diminutos, bling ring ladies, multimillonarios rusos horteras, extravagantes estilistas con labios enaltecidos de colágeno y pómulos rellenos de ácido hialurónico. Todos los tópicos de esta Ibiza del cine, tal como te los imaginabas, están aquí. Hasta parece que los astros confabulan para que el tópico sea aún más evidente cuando, dentro de los miradores privados de las distribuidoras internacionales (desde donde están los verdaderos tejemanejes, el auténtico interés de Cannes) es el balcón de una productora independiente irlandesa el que tiene a sus asistentes más ruidosos, fiesteros y borrachos. Es difícil contemplar a lo lejos, desde el Palais, este espectáculo en tiempo real tan magnífico como indómito, más cuando estamos a 23 grados y con un cerúleo cielo azul tan pagado de sí mismo. Pero aquí hemos venido a trabajar. Seguimos.
«Captives»
El primer desastre del festival lo marca «Captives», y así quienes ya hacían mofa de Grace de Monaco tienen aquí la oportunidad perfecta para recordar que siempre se puede hacer un poquito peor. Este thriller protagonizado por Ryan Johnson y Rosario Dawson sigue la historia inspirada en hechos reales de un secuestro por seis años de duración de una niña de nueve años por una banda organizada con un pionero sistema de administración de infantes a los pederastas. Su director, el canadiense Atom Egoyan, marca un comienzo prometedor, de hábil dosificación de la información y de juego con las líneas temporales en las que nos proyectan la historia para ir progresivamente y cada vez con más descaro en lo innecesariamente lacrimógeno y afectado.
La paranoia por la seguridad y el duelo parental que traspasa la barrera de lo psicológicamente creíble conforman las relaciones entre estos personajes, planos y estereotípicos, y mientras tanto el tratamiento de la disposición audiovisual (nadie estaba preparado para esa banda sonora tan de melodrama de los noventa) y del guión consiguen trasmitir más bien esa cosa tan paternalista como es el enaltecimiento del morbo que siempre ha tenido la captura y la indefensión femenina (más aguda aún cuando se trata de una niña) de las películas de thriller criminal. El enfoque de la obra podría recordar al empleado por su director en «El dulce porvenir», pero se queda lejos de aquella, como mero despropósito de lugares comunes que ya son sólo usados por quienes hacen parodia (ese loco caótico, esa espía rusa con peluca) y como una lectura equivocada de lo que se aprende con el manual del guionista de McKee, eligiendo sólo las claves que ya hace mucho tiempo que el ojo del espectador medio tiene superado.
«Winter Sleep»
Otro juego muy distinto es el que se marca «Winter Sleep», la obra del del turco Nuri Bilge Ceylan que cada vez que ha pisado Cannes se ha llevado sustanciosos premios (incluído el premio de consolación que es el Gran Premio del Jurado por «Érase una vez en Anatolia«). La superioridad moral y el daño psicológico (además de lo chejoviano de su disposición, particularidad tan repetida por la crítica) son las primeras ideas que se le vienen a uno a la cabeza al abordar esta densa e intelectual cinta tan del gusto de lo que por aquí se estila. En una extraña comunidad con aspecto de colmena vive Aydin, el altanero domina como el terrateniente que es desde su atalaya esta hermosísima y aislada zona. También viven su esposa, cual prisionera, y una serie de menesterosos a los que, ni dándose el caso de deudas impagables y decisivas, tendrá a bien el potentado de perdonarles. Su personalidad altiva juega el rol fundamental de la cinta, en torno a la que las revelaciones a través de sus actos y, sobre todo, de sus apostillas punzantes y sibilinas hacia todo el que le rodea le van descubriendo como el más ruin y peligroso de los delincuentes en materia de corrupción emocional (la escena casi del final con su mujer desenmascarándole, tan fenomenalmente dirigida y guionizada como actuada).
Sin duda una firme candidata a ganarse la Palma de Oro (no sólo ha sido la más calurosamente aplaudida por el momento por la platea, sino que además es la favorita en las apuestas de los casinos) que brilla especialmente al revelarse como una obra de cuadros psicológicos totales y de continua verborrea a la Bergman (recuerda un poco a «La Hora del Lobo»), donde a través del intercambio podremos revelar la verdad de todas las grandes cuestiones de la vida: religión, amor, expectativas vitales y otros que van alternando su estado del sólido al vaporoso. Muchas más cosas habría que decir de este título que se presta al análisis con tantas ganas como las pretensiones que alienta para lo que, muy a mi pesar, me parece que no consigue aprehender el fuego de lo sobresaliente en los espectadores.