Asistimos a la inauguración de la Semana de la Critica con «Les Anarchistes» y la ópera prima de Lászlo Nemes se convierte la favorita de la Palma de Oro.
En la segunda jornada en Cannes acudimos a la inauguración de la Semana de la Critica con la proyección de «Les Anarchistes«. Tras el visionado de esta película de época que no consigue convencer pese desbordante papel de Adèle Exarchopoulos, asistimos al pase de dos largometrajes que podrían alzarse con un premio en sus respectivas secciones: «One Floor Below» en Un Certain Regard, y en Compétition la nueva revisión del Holocausto según el realizador novel de «Son of Saul», László Nemes.
«Les Anarchistes»: Amor sin química
En la primera escena del largometraje de Elie Wajeman, la joven Judith (Adèle Exarchopoulos) es interrogada por una mujer que escapa del ángulo de la cámara. Cuando ésta le pregunta a Judith cuáles fueron las circunstancias que la condujeron hacia la defensa ciega de cierta ideología política ella responde: «el amor me hizo anarquista». El amor, más que la ideología en sí, es el verdadero motivo que mantiene unidos a los personajes rotos que integran la comuna anarquista del segundo trabajo Wajeman. El director de «Aliyah» narra en «Les Anarchistes» el romance imposible entre Judith -la novia de uno de los anarquistas más buscados en el Paris de 1989- y Jean (Tahar Rahim), el hombre que se infiltra en su pequeña comunidad para dar información al servicio secreto francés. No obstante, el triángulo amoroso del filme no acaba funcionando por culpa de la falta de química entre Rahim y Exarchopoulos. La luz que irradia la actriz en cada plano es tan poderosa que eclipsa por completo a Tahar Rahim, cuya nefasta actuación en «Les Anarchistes» sólo puede compararse con la de «The Cut«. Por otro lado cabe señalar que la película está narrada desde el punto de vista del infiltrado, y no el de la amante infiel. Si Wajeman hubiese enfocado la trama desde la perspectiva de la veinteañera (para desarrollar este personaje que representa la desilusión de un siglo) estaríamos ante un magnífico film de época sobre la conexión entre el desencanto vital y el desengañado político.
«One Floor Below»: Alienada Rumanía
La capacidad del cine rumano por crear atmósferas que exteriorizan la alienación de sus personajes a través de prolongados planos secuencia no resulta novedoso a día de hoy. La famosa nueva ola de directores rumanos lleva casi media década vigente, y sin embargo sus miembros siguen exprimiendo sus fórmulas al máximo para aportar resultados cada vez más impactantes. En este sentido, la nueva película de Radu Muntean -que compite en Un Certain Regard- es una perpetuación de los recursos que usaba el autor para expresar la apatía de los protagonista de su penúltima película de ficción «Martes, después de Navidad«. Si el filme ganador en el festival de Gijón de 2010 mostraba la indecisión de un adulto por escoger entre su mujer y su amante, en «One Floor Below» el Señor Patrascu (Teodor Corban) deberá elegir entre testificar en contra de su vecino que acaba de matar a otra propietaria del inmueble u ocultar dicha información a la policía. La estabilidad alienante que le aporta su trabajo gris como aparcacoches se ve en peligro al poseer una información que sólo comparten él y el asesino. El miedo a perder esa seguridad -igual que el deseo de conservar a ambas mujeres en «Martes, después de Navidad»- encierra a ambos antihéroes en un limbo que les aísla e incomunica del resto de humanos, hecho que Muntean explota soberbiamente a través de la figura del perro de Patrascu (mascota con la que el pasa más tiempo que con su propia familia).
«Son of Saul»: El Holocausto según Lászlo Nemes
Antes de que empezara la proyección de «Son of Saul» ya se respiraba cierta intranquilidad y expectación en la sala. Todos recordábamos que en el primer comunicado de prensa de la programación del festival, Pierre Lescure y Thierry Frémaux anunciaron la inclusión de una única ópera prima en Compétition, concretamente la de László Nemes, o como ellos mismos señalaron: ‘el ayudante de cámara de Béla Tarr‘. Pocos minutos después de entrar en el Palais la organización ya anunció el sold out, algo no tan inusual en el primer pase de una película en la sección oficial, pero sí tratándose de una ópera prima. No obstante, las expectativas del público no iban desencaminadas. Los rumores se confirmaron desde el primer minuto: estábamos ante una obra maestra. «Son of Saul» arranca con unos intertítulos que explican quiénes eran los miembros del Sonderkommando en los campos de exterminio alemanes de la Segunda Guerra Mundial. Se trataba de judíos que llevaban a cabo las tareas que los nazis no querían hacer: conducir a los prisioneros judíos hacia la cámara de gas, recoger sus cadáveres, limpiar la sangre o excrementos de las celdas y deshacerse de sus cenizas. El debut cinematográfico del realizador húngaro representa las últimas horas de uno de esos traidores antes de darse a la fuga con sus compañeros. La tentativa se ve volcada al fracaso en el opening del filme, cuando Saul Ausländer (Geza Röhrig) se vuelve loco de repente. El tránsito de la cordura a la locura se exhibe en el segundo plano secuencia de la película. En dicha escena Saul recoge los cadáveres amontonados en la cámara de gas, hallando a un niño que todavía respira. Los nazis pronto acaban con su vida pero Saul consigue robar el cuerpo del pequeño. A partir de ese momento la película de Nemes se convierte en la filmación de una obsesión: procurar un entierro judío a un menor recorriendo de punta a punta ese infierno dantesco en busca de un rabino. La maestría de esta road movie sobre un Judas que proyecta en una acción heroica la enmienda del error que ya no puede ser perdonado se hace presente en la puesta en escena del viaje. Con travellings de infarto -similares a los de su maestro Béla Tarr, y que van de la persecutoria cámara en mano dardenniana al movimiento sin rumbo de «Hard to be a God»– Nemes trata una novedosa temática dentro en el cine sobre el Holocausto: la de los judíos que traicionaron a sus compatriotas ayudando a los nazis, siempre por miedo a ser exterminado como aquéllos.