El cine tailandés sigue presente en el festival, a la vez que aparecen el coreano y el japonés, éste último con un título muy esperado.
«The Blue Hour» grisácea y escalofriante metáfora continua
Desde Tailandia nos ha llegado a la sección panorama el filme dirigido por Anucha Boonyawatana y que estuvo presente en última edición del Atlántida Film Fest «The Blue Hour». Con un tono azulado apagado y en ocasiones grisáceo, con espacios que incluso admiten resonancias con El mar de hielo del pintor Caspar David Friedrich y cielos con un colorido afín al Estudio de las nubes de John Constable, el filme se confiesa desde sus inicios como una propuesta cargada del poder que adquiere por la creación de su malsana atmósfera. Dos adolescente se reunen en un hotel abandonado par rienda suelta a una homosexualidad semiescondida. El lugar en el que se entregan a la pasión amorosa es frío y descuidado, como lo son sus propias vidas. En una escena, vemos como ambos amantes deben superar infinidad de obstáculos urbanos para encontrar la intimidad encima de los tejados alejados de las miradas de la gente. Hallamos pues una metáfora visual que evidencia los problemas a los que están sometidos.
Y una vez consolidado el proyecto, como viene siendo habitual en ciertos aspectos del cine tailandés, la cámara emprende viajes interminables acompañados de música escalofriante, jugando con la inquietud que despierta el desconcierto. La represión familiar es constante, pero el amor maternofilial también. Será entonces cuando avistemos una mutación genérica pesadillesca que cobrará dimensiones violentas y será capaz de transmitir emociones en el espectador mediante su misterioso talento por sincronizar de manera amenazante imágenes y sonidos. El resultado de todo esto es una metáfora en continua transformación que desde la superchería y la superstición, ahondará desde la poética más gélido los turbios recovecos de la incomprensión humana.
«The Move» Reposando la mirada
En la sección oficial hemos podido visionar una película dirigida por Marat Surulu y procedente de Kirguistán, «The Move». Con más de dos horas y media de duración, nos hallamos ante un filme concebido desde planos tan fijos como largos, describiendo la vida intergeneracional de un abuelo, una hija y una nieta desde el ambiente rural al urbano. Asombrándonos con el poder auditivo que coloca extradiegéticamente el director en las evocadores imágenes naturales, en ocasiones con paseos en barca por el río que nos recuerda a la recomendable «El cartero de las noches blancas» (Konchalovsky, Rusia, 2014), nos sumergimos en la paz que irradia el espacio. El abuelo y la pequeña transcurren su existencia en la inmensidad de unos parajes por lo que sienten amor y respeto. Algo que se trunca con la irrupción de la hija, quien casi les obliga a abandonar su zona de confort por la inevitable existencia del paro y el alcoholismo generalizado como alternativa. La migración hacia lo urbano, metaforizada con un plano dentro de un tren sintiéndose encerrados y no bajo la inmensidad del cielo, acaba por recrearse en la fealdad estética de la ciudad. A su vez, en las miserias laborales y en la presión de los bancos, para incidir en la desmembración familiar, el odio y la falta de respeto continuada, la presión bancaria y el fracaso absoluto de sobrevivir en un ambiente hostil tan frío como desolador.
«Miss Hokusai» La gran ola del sentimiento
Interesante la buena entrada que ha tenido la película de animación de Keiichi Hara «Miss Hokusai», flamante ganadora del premio a la mejor película de animación en Sitges. Este filme que es sin duda uno de los más esperados del festival, se inmiscuye en la vida de una mujer poco conocida por la sombra artística tan poderosa que arrastra la figura de su padre, el artista reconocido por pinturas como La gran ola de Kanagawa Hokusai. De un carácter para nada dócil y siguiendo la estela de su padre en el terreno de ayudante, nos inmiscuimos en los quehaceres de esta mujer del año 1814 que dista del rol femenino atribuido a su género en tal periodo. Funcionando y con soltura en el apartado humorístico, nos encontramos ante un retrato muy simpático de la cotidianidad japonesa del momento, tanto en el trabajo que obsesiona a los artistas relatados como el modo de vida de todos sus conciudadanos.
Moviéndose entre el funcionamiento diario de una ciudad o los aspectos fantasiosos que se suceden dentro de un tono realista pero sin carecer de carácter poético, «Miss Hokusai» trata sobre todo del papel que juega una artista relegada por su frustración a la hora de hallar un estilo propio. Será por ello que tratará de vivir ciertas experiencias emocionales que le ayuden a incidir en los elementos subjetivos y personales de su obra más allá del correctismo del trazo técnico. Y en ese aspecto, este producto tan bien acabado en su excelencia formal, sabrá articular bajo un guion endeble que busca concienzudamente sustentarse en el devenir natural de los acontecimientos (un poco al estilo de «Our Little Sister« del también nipón Hirokazu Koreeda), unos sentimientos bien materializados en pantalla. Las relaciones paternofiliares y sobre todo entre las dos hermanas, fortalecerán todo el aspecto que implica el aprendizaje y la ilusión que puede provocar el mero divertimento que supone la vida, superando los obstáculos impuestos por el contexto familiar o por los problemas de salud, regalándonos escenas vibrantes y trazadas desde el corazón. Una digna historia que rechaza los excesos y la tensión dramática en pos de afianzarse en la simpatía, la cotidianidad y la veracidad de los sentimientos de su protagonista.
«Madonna» El origen del mal
Si algo ha dominado el cine coreano reciente es el arte de cuidar el aspecto formal y temático del thriller moderno con tal de mantener a toda costa la sensación de suspense en el espectador. A su vez, el de inmiscuir innumerables detalles oscuros que enturbien la psique de sus personajes, rebelando sus secretos y ensombreciendo aun más el resultado de un producto que busca entretener a la vez que provocar cierto poso macabro en la mente de su público. Y de eso mismo parece beber «Madonna», un filme escrito y dirigido por Shin Su-Won y que participó en «Un Cartain Regard» en el último certamen del Festival de Cannes. Situado en un hospital privado, toda el equipo que cuida de un hombre rico vive atemorizado por las órdenes del hijo de éste, quien antepone el poder del capital a la dignidad y a la vida humana. Nace una figura que encarna el mal fruto del dinero que se presenta de manera maniquea, exagerada, en ocasiones ridícula, y que a su vez, convence a la protagonista del filme para llevar a cabo acciones que no le pertocan tan solo por irrisorios regalos creando también cierta inverosimilitud. Sin embargo, en cuanto se inician las pesquisas del caso, tomando como referente la recreación de la vida de alguien mediante el testimonio fraccionado de diferentes personajes a lo «Ciudadano Kane» (Welles, USA, 1941) y el uso del flashback como en algún momento de «Mother» (Bong Joon-ho, Corea del Sur, 2009), esta trama adquiere un nivel narrativo muy estimulante, ahondando con carisma en su personaje principal y explorando el origen del mal y del aprovechamiento sexual de los poderosos sobre los débiles, sin abandonar el papel de la posición laboral por encima de todo. Una lástima que en su resolución se resuelva dentro de un lirismo y un desenlace distantes a la calidad de lo mostrado en su subtrama, arrastrándose por el sentimentalismo y la sorpresa forzada.
Eso sí, durante dos horas, nos hallamos incapaces de despegar los ojos de la pantalla.
Un crítico en apuros
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