En el tercer día del D’A 2017 vemos 3 películas que juegan con la palabra y el silencio. Analizamos «La prunelle de mes yeux», «Free Fire» y «O Ornitólogo».
La tercera jornada del festival tiene un principio fácil, simple y bastante manido para acabar de la forma más bizarra posible. Entre la inocencia absoluta y la rareza descomunal, asistimos a un tiroteo sin fin en medio de un edificio abandonado. Estamos hablando de las tres películas que conformaron nuestro día: «La prunelle de mes yeux«, «Free Fire» y «O Ornitólogo«.
Lo que podría unir las tres cintas, que responden a géneros totalmente distintos, es su buen uso del silencio, o mejor dicho, de la «no palabra». Lejos de largometrajes verborreicos, los tres apuestan por que se hable lo justo, pero se oiga lo necesario. Tiroteos en la cinta de Wheatley, pájaros en la portuguesa y músicas griega en la comedia romántica.
«La prunelle de mes yeux»: El amor no es siempre ciego
Axelle Ropert nos presenta una comedia francesa ligera y romántica que aparentemente no tiene ningún secreto para el espectador. Un joven con antepasados griegos, sin trabajo y mujeriego conoce a una chica ciega en el ascensor de su edificio. Para gastarle una broma finge ser también invidente, pero ocurre lo inevitable: se enamoran. Además, parece ser que la carta de la ceguera le ayuda a labrarse un nombre en la industria musical. Todo va sobre ruedas, sin embargo, ¿es noble mentir a su amor verdadero de esa manera tan cruel?
Al principio «La prunelle de mes yeux» tiene ese toque amable y naïve, y a la vez raro y agridulce que caracteriza a las comedias francesas traídas por Surtsey Films en los últimos tiempos («Pastel de pera con lavanda» (Eric Besnard, 2015) y «Rosalie Blum«(Julien Rappeneau, 2016)). En vez de tratar la soledad o el asperger, la cinta de Ropert se focaliza en la ceguera. Situada en un mundo «de fantasía y felicidad», los personajes que habitan la película desprenden cierta ternura e inocencia, cosa que teóricamente ayuda a que normalicemos esa minusvalía.
No obstante y pese a que en ningún caso la directora quiere reírse de ella, ésta acaba convirtiéndose en el gran recurso cómico de la película, lo que pone al espectador en una posición un tanto incómoda. Algunos «chistes» sobre las confusiones de los ciegos pueden ser graciosos, pero demasiados pueden resultar ofensivos. La cinta; que pretende ser inofensiva y naïve, también peca de simplona y plana y el carácter de los personajes es, en algunos casos, irritante y exasperante.
Ropert comenta que con su película pretende denunciar las condiciones de vida de los jóvenes inmigrantes, y bien es cierto que lo «medio – refleja» con la trama «profesional» del personaje de Bastien Bouillon; un chico con inclinaciones musicales que no encuentra su hueco en el mundo del espectáculo, lleno de «fósiles». Pero no esperen encontrar grandes reflexiones en «La prunelle de mes yeux«, antes que nada es una comedia con demasiado azúcar (absténgase los diabéticos) y que podría haberse arriesgado un poco más en todo momento. No riéndose de la minusvalía visual, pero dotando a los personajes de un carácter más complejo, menos vengativo; en fin, más acorde con la época que vivimos.
«Free Fire»: Todos a cubierto
Sin duda alguna, la cinta de Ben Wheatley ha sido la más vitoreada del festival hasta el momento. La proyección se sucedió entre gritos, aplausos y palomitas masticadas a toda prisa. «Free Fire» es entretenimiento en mayúsculas: adrenalítico, desternillante y repleto de tiros y réplicas brillantes.
El director de «High-Rise» cuenta con un reparto de lujo para su nueva incursión cinematográfica: desde Cillian Murphy, que todo lo que interpreta lo convierte en oro, y Sam Riley (que ya demostró su valía en «Control«), hasta Armie Hammer (impagable como americano guapo más chulo que un ocho), Sharlto Copley (el gran payaso de la función) y la oscarizada Brie Larson. Un grupo de integrantes de la IRA se reúnen en un almacén para comprar armas a unos americanos. Sin embargo, algo se tuerce y el tiroteo no tarda en empezar. En vez de largarse del lugar, cada uno de los asistentes prefiere realizar una escabechina con el fin de quedarse con el dinero del pago.
«Free Fire» parece sacada de una mente tan maquiavélica como la de Tarantino, pues su semejanza con «Reservoir Dogs» (Quentin Tarantino, 1992) y «Los odiosos ocho» (Quentin Tarantino, 2016) es más que remarcable: Un grupo de personas armadas se encuentran encerradas en un espacio del que sólo pueden salir, aparentemente, en un ataúd. A su vez, el gusto por la sangre a borbotones, las pistolas y las palabrotas acercan la cinta a otro grande del cine de género, Martin Scorsese, quien, por cierto, ejerce como productor ejecutivo. Wheatley aporta a la mezcla un humor atípico, que se mueve entre el que caracteriza el dirty realism británico y la parodia de las pelis de polis americanas.
Ben Wheatley ya tiene experiencia en encerrar a sus personajes en un sólo espacio y hacer que se devoren unos a otros. Si en «High-Rise«, la revolución dentro del edificio representaba una lucha de clases exacerbada, en «Free Fire» no hay razón más simple que la codicia. (Y en el caso de ciertos personajes, como el de Murphy, el compañerismo). Cierto es que esas razones no son suficientes para sostener una hora y media de tiros; más cuando lo que los propicia es una simple anécdota sin mucho trasfondo. Sin embargo, el ambiente de tensión, locura (y diversión, sí) que se crea es tal, que se lo perdonamos. Inteligente como pocos, Wheatley no nos da tiempo a empatizar con los personajes, ya que desde el primer minuto sabemos que muchos acabarán muertos. Sin embargo, sí juega con las amistades, alianzas y odios entre ellos para que cada muerte o «tiro acertado» arranque un aplauso, susto o lágrima al espectador. Hay poca palabra y mucho tiro, sí, pero en la suficiente medida para crear un gran espectáculo.
Con una fotografía excelente, un montaje que demuestra el hábil control de Wheatley con los tempos y el ritmo, y una banda sonora destacable, «Free Fire» se convierte en la cinta más espectacular (en el sentido de show) del D’A. Wheatley se va configurando poco a poco como un director todoterreno, que cogiendo referencias de todos lados y aportando su macabro sentido del humor, consigue labrarse un nombre propio.
«O Ornitólogo»: Penitencia en los bosques de Portugal
Joao Pedro Rodrigues hace que acabemos la jornada preguntándonos qué acabamos de ver. «O Ornitólogo«, vista en Locarno y Sitges, debe ser una de las películas más radicales y difíciles de esta edición.
Un ornitólogo que busca cigüeñas en los ríos de Portugal se pierde en medio de un bosque. En su camino para encontrar de nuevo su pueblo aparecen todo tipo de extraños personajes que podrán a prueba su resistencia y amabilidad. A medida que pasen los días, el hombre perderá su identidad hasta querer cambiar de nombre y pasado.
«O Ornitólogo» es una cinta bastante críptica en su seno. Sin embargo, la multitud de motivos religiosos que aparecen a lo largo de la cinta (la paloma, el pastor llamado Jesús, las grandes estatuas de mármol) hacen que nos replanteemos el significado de la película. ¿Es que acaso, «O Ornitólogo» es una revisión de los 40 días que Jesús pasó vagando por el desierto? Como él, Fernando, se enfrenta al pecado, a sus miedos e incluso pierde la noción de su identidad. Si así fuera, estaríamos ante una cinta subversiva y tremendamente hermética, en la que sólo respiramos cuando Rodrigues filma a los pájaros en su hábitat natural.
En el sentido más técnico, «O Ornitólogo» tiene grandes momentos, como el montaje de fotografías de las chicas chinas que hacen el camino de Santiago o esa visión de las aves en su hábitat a través de los prismáticos de Fernando. A su vez, la tecnicidad le permite a Rodrigues incidir en lo religioso, demostrando que cuando la paloma blanca mira a Fernando, lo hace de manera única, especial.
Como ya comprobamos el año pasado con «John From«(Joao Nicolau, 2015), el cine portugués tiene un cierto gusto por el post-humor y lo absurdo, que no se corresponde con el que gastamos en estas tierras. Es por eso que escenas como la de las turistas asiáticas o la secta que mata el jabalí nos pillan bastante desprevenidos. Sin embargo, al ver el conjunto, se agradecen pues parecen ser más accesibles que todos los momentos de introspección por los que pasa el protagonista.
«O Ornitólogo» es una película arriesgada; que tiene alguna idea interesante y un set maravilloso (ese bosque frondoso y verde que a más de uno le gustaría visitar). Sin embargo, es una de las apuestas más difíciles de este año.