En la octava jornada del D’A 2017 vemos dos películas autorales que exploran los límites de la moralidad: «Fixeur» de Sitaru y «Malgré la nuit» de Grandieux.
En el segundo viernes del D’A Film Festival 2017 nos enfrentamos a dos películas europeas que exploran los límites morales: «Fixeur» y «Malgré la nuit«. Mientras que la primera cinta habla sobre la ética periodística y como, a veces, esta se pone en duda delante de ciertas noticias, la película operística de Grandieux expone impulsos sexuales de lo más depravados y muestra la cara más enfermiza y delirante del amor. No es una tarde diáfana en el D’A, pero sin duda alguna, es una de las más intensas y sugestivas.
«Fixeur»: Cuestionar la ética periodística
El cineasta Adrian Sitaru presenta tímidamente su película «Fixeur» antes de la proyección. Ni el mismo sabe que su anterior obra, «Best Intentions» se proyectó en el marco del D’A 2013 y que por lo tanto no es un nombre desconocido para los espectadores. Carlos R. Ríos, director del certamen, se lo descubre, a lo que Sitaru responde de lo más eufórico: «¡Entonces «Fixeur» es mi segunda obra que se proyecta en rumano con subtítulos en español!».
«Fixeur» es posiblemente una de las mejores piezas que ha pasado estos días por el festival: precisa, certera y elegante. La película, basada vagamente en un caso real, sigue un equipo de periodistas de investigación obsesionado con hacer un reportaje sobre el tráfico (sexual) de menores en Europa. Con la vista fijada en una víctima rumana, el equipo intentará hacer todo lo posible para conseguir su testimonio. Pero una vez que lo tienen empiezan a preguntarse cosas como: ¿Es correcto emitir esas declaraciones en televisión? ¿Es lícito hacer un «buen trabajo» a costa de la miseria de los demás?
«Fixeur» es un fiel retrato de la figura del periodista de investigación (o de cualquier miembro del equipo) a la vez que pone en relieve la ética periodística y como muchos profesionales se la «pasan por el forro» con el fin de conseguir su preciado reportaje. Que Sitaru elija como protagonista al productor del programa y no al «periodista estrella», es un punto a favor, ya que, alejado de la fama, éste puede contemplar con más distancia lo que su equipo está intentando hacer. Situar la película en Rumanía no es casual. Si bien el director es del país, también es cierto que los jóvenes de Europa del este son (desgraciadamente) más propensos a caer en las terroríficas fauces del tráfico de menores de la Europa central.
Poseedor de un magnífico pulso cinematográfico, Sitaru empieza relatando la búsqueda de la testigo como un viaje distendido en equipo que tanto tiene sus momentos tensos (esa reunión incómoda en el convento) con otros más dicharacheros (el concierto improvisado en el restaurante rumano). Exponiendo el simple día a día del productor, el cineasta deja de lado la ética y los remordimientos que sólo toman forma cuando el protagonista ve en el rostro de la muchacha, una desorientación tal que la convertirá en blanco fácil para las preguntas del periodista. Es en ese pequeño mar de dudas, en esa explosión contenida que «Fixeur» se hace grande. Y su comedido clímax final la corona como una pieza magistral. Impecable en realización y montaje, la impactante conversación con la prostituta en el coche es una de las secuencias más logradas de este D’A 2017.
El final de la cinta tampoco es moco de pavo. Inteligentemente, Sitaru se va guardando ases en la manga durante todo el metraje y decide mostrarlos de forma sublime en la última secuencia: El productor, de vuelta a su casa, abraza a su hijastro en la piscina municipal después que éste haya perdido el campeonato de natación. Esa unión de cuerpos, que pretende aplacar la furia interior del niño abatido por la derrota, se contrarresta con la frialdad que emana durante todo el encuentro con la prostituta. Ella más que nadie está falta de compresión y cariño, pero el protagonista no sabe ni cómo afrontar la situación. El abrazo con su hijastro se antoja pues, como una especie de redención.
Y he aquí, en esta escena, otra puya que Sitaru lanza a la ética periodística: cuando le interesa tener la exclusiva de algo, el periodista se sumerge en el tema a fondo y parece más implicado que nadie por la causa; pero, una vez vuelve a casa, todo aquel horror que ha visto se vuelve un detalle minúsculo al lado de las nimiedades de la vida burguesa. Seguramente esta es la razón por la que el director decide terminar la película antes que se emita o monte el reportaje del tráfico de jóvenes; para demostrar que una vez conseguido el material, los investigadores vuelven a la rutina y la vida sigue, como si nada. Demoledor, pero cierto.
«Malgré la nuit»: El gran Grandieux
Con «Un Lac» en la lista de las grandes películas pendientes a descubrir, acudimos a ver la última película de Philippe Grandieux, «Malgré la nuit«. Precedidos por un ambiente de abucheos, abandonos de sala y consejos profesionales que nos instan a que huyamos, nos sentamos en nuestra butaca algo asustados, esperando encontrar uno de los grandes fails del festival. Sin embargo, ocurre el milagro: «Malgré la nuit» nos tiene embobados durante casi todo el metraje, y pese a nuestros prejuicios, se nos hace imposible odiarla.
Con una estética hipnótica y electrizante, «Malgré la nuit» cuenta una historia sencilla de la forma más retorcida posible: un hombre atrapado entre dos («tres») mujeres y dos mujeres atrapadas en sus deseos más primarios. Lo que claramente es carne de culebrón se convierte, en manos de Grandieux, en una obra grandilocuente y operística que contiene, sobretodo estéticamente, el regusto de cintas tan magníficas y bellas como «Holy Motors» (Leos Carax, 2012), «La gran belleza» (Paolo Sorrentino, 2013) y «Nocturama» (Bertrand Bonello, 2016).
Como todos los directores mencionados; Grandieux se desvive por encontrar la imagen atrayente, la que nos arrastra hacia el interior del plano y nos deja completamente a la merced del cineasta. Si Bonello lo consigue con sus escenas musicales, Carax con sus largos planos secuencia y Sorrentino con sus travellings a través de los paisajes, Grandieux apuesta por los primerísimos planos detalle: unas manos que se entrelazan, unos labios que se besan, unos dedos que puntean las cuerdas de una guitarra…
Con ganas de experimentar, Grandieux no duda en usar el transfocus de manera evidente y casi obsesiva y fundir a negro en medio de una escena continua. Coloca su cámara alrededor de los rostros de los personajes y los persigue con la cámara al hombro para captar el más mínimo cambio en su expresión facial.Sin embargo, dónde Grandieux muestra su dominio audiovisual, también señala su narrativa más errática y claramente perversa. Con un tempo pausado, que nos ayuda a entrar en un estado de trance y captar el mood de cada escena, el cineasta apuesta por las imágenes incómodas; las conversaciones inconexas y un cierto gusto por el morbo macabro y el sexo salvaje. El delirio que es la tercera parte de la cinta es uno de los momentos más desagradables del D’A 2017 y hace que al salir de la sala queramos limpiarnos los ojos con jabón.
Aún y así; imágenes hipnóticas, una Ariane Labed al servicio absoluto de su majestad (y es mucho decir, considerando que es la esposa de Yorgos Lanthimos) y unas canciones envolventes no son suficientes razones para justificar 150 minutos de metraje. Y más cuando la historia es tan simple como un triángulo amoroso con recoveros oscuros.
Sin duda Grandieux tiene grandes ideas en el terreno de la realización, pero no en el narrativo. Y así como es realmente bueno en crear imágenes absorbentes, resulta pobre en idear historias que tengan un trasfondo más allá de la forma. Si ocultas una trama absurda y facilona con violencia, desnudos y un tempo grandilocuente (pero terriblemente lento) rápidamente se te ve el plumero. Y aquí, Grandieux, yo veo demasiadas plumas.