En esta segunda crónica de la octava edición del D’A Film Festival nos adentramos en la ópera prima de Meritxell Colell «Con el viento» y la cinta que inauguró el pasado festival de Cannes «Los fantasmas de Ismaël».
Es un sábado caluroso y con regusto a un verano que no tardará en llegar. Las gente empiezan a amontonarse en forma de cola en las diferentes sedes del D’A. Entre los itinerarios que propone el festival, Videodromo decide acercarse a la premiere catalana de «Con el viento«, de Meritxell Colell y visionar la nueva incursión cinematográfica de Arnaud Desplechin «Los fantasmas de Ismaël«. Por cierto, ambas proyectadas en el, bastante incómodo, Teatre del CCCB.
«Con el viento»: Remediar la ausencia, revivir la presencia
Eran las 20:00h y aún estábamos haciendo cola en el exterior del CCCB. Un gran número de amigos, colegas y conocidos de Meritxell Colell se reunían para ser los primeros en contemplar su ópera prima, la cuál ha sido proyectada en la Berlinale y el festival de Málaga recientemente, que no es moco de pavo.
Después de una breve introducción por parte del equipo, la película empezó con un estruendo (esa primera escena en la fábrica, montada al ritmo del sonido de las máquinas y que vertebra una coreografía insólita a cargo de Mònica García) para sumirse después en una profunda calma que pretende demostrar, por encima de todo, la tranquilidad de la vida, lo poco «emocionante», épica y adrenalínica que es en realidad.
«Con el viento» nos introduce en un pequeño pueblo de las afueras dónde parece que sólo viven cuatro ancianas. Una de ellas es Pilar, una señora recién enviudada que pide ayuda a sus dos hijas para seguir adelante. Una vive en Barcelona con su marido y su hija adolescente. La otra es una bailarina que ha pasado los últimos años alejada de su familia, en Buenos Aires. Justamente, la película centra el foco en ella, sus recuerdos y su relación con la familia; un vínculo que se ha visto irremediablemente debilitado por su falta de contacto. Lejos del histerismo de «Solo el fin del mundo» de Xavier Dolan, «Con el viento» explora la desconexión y reconexión entre familia y persona alejada sin gritos, broncas y explosión de emociones. Mónica, la hija bailarina, se va reconciliando poco a poco con la vida de campo y la rutina de su madre y hermana recordando su infancia con cierta melancolía.
No obstante, y como ya pasaba en el filme de Dolan, los recuerdos del hijo retornado se vuelven muy intensos al regresar al lugar de origen y heridas aún abiertas vuelven a supurar. Pese a haber triunfado como bailarina en Buenos Aires y estar ahora con su madre y su hermana, Mónica se arrepiente de no haber dedicado más tiempo a la vida familiar, y siente que ese tiempo que no les dio ya no se puede recuperar. Cuando Pilar decida vender la casa del pueblo y mudarse a la ciudad, la mujer se aferrará aún más a sus pocos recuerdos de niñez, como si haciéndolo sintiera que ese poco tiempo que pasó allí no se lo quitarán nunca. Me gustaría contrastar la calma y el poco apego que siente Pilar por su casa de «toda la vida», con los gritos y dolores de cabeza que sufría Julita y toda su familia en «Muchos hijos, un mono y un castillo» cuando debían abandonar su fortaleza. Aunque tengan tonos completamente distintos, las dos películas españolas tratan el tema de dejar atrás un pasado y vivir un nuevo presente, sin volver la vista y pensando que la compañía de los seres queridos lo hace todo mucho más llevadero.
Con un maravilloso, aunque algo alargado, plano final de Monica bailando con el viento, la ópera prima de Colell necesita de un espectador muy entregado para poder ser disfrutada en su totalidad. El tempo es lento, las frases, pocas y el ambiente que se respira, hostil y áspero. Los sentimientos están enterrados en el fondo de los personajes y sólo Berta (interpretada por Elena Martín), la sobrina de Monica, nos da algún que otro respiro en esa casa oscura y fría como el hielo. «Con el viento» es formalmente apacible, con planos que se exceden hasta más allá de la acción que quieren retratar, pero muy intensa en su mensaje. Una película que nos hace reflexionar sobre los recuerdos, la familia y la importancia de las raíces y que nos reconcilia con esa vida pueblerina, tranquila y callada, que todos hemos conocido en algún momento. Porque todos hemos estado de noche en una Masía jugando a las cartas con la familia.
«Los fantasmas de Ismaël»: Desplechin se pierde en un guión laberíntico
Depués de una breve pausa, volvemos a sentarnos en el Teatre del CCCB para contemplar lo más nuevo de Arnaud Desplechin (el cuál nos regaló la maravillosa «Trois souvenirs de ma jeunesse» hace unos años). La primera señal de alerta es la poca gente que ocupa el patio de butacas. Siendo la película inaugural de Cannes 2017, y con Marion Cotillard, Louis Garrel, Mathieu Amalric y Charlotte Gainsbourg en el reparto, creíamos que la película habría generado bastante más expectación. Sin embargo, a los 10 minutos de metraje, se ve el porqué de semejante panorama. No exagero si afirmo que durante la película asistimos a un desfile de diferentes personas que iban abandonando la sala, desesperadas y vencidas por la película, y que incluso una servidora pensó en hacerlo. Lo peor fue comprobar que, si bien en el programa de mano del D’A constaba que la cinta duraba 114 minutos, cierto es, que el metraje se excedió hasta los 135. En definitiva, contemplar «Los fantasmas de Ismaël» se convirtió en una auténtica odisea que se alargó hasta más allá de la una de la madrugada.
Ismaël es un director de cine neurótico, agresivo y que, siendo sinceros, no abrazaría de buenas a primeras el movimiento #MeToo. Viudo desde hace años, comparte su vida con una astrofísica con la que viaja a una casa en la playa con el fin de descansar unos días y acabar su guión basado en su hermano viajero. No obstante y de manera bastante aleatoria, su mujer (la cual creía que estaba muerta) se presenta de nuevo en su vida con ganas de volver a estar juntos. La atención de las dos mujeres y su posterior des-atención llevaran a Ismaël a un estado de locura y enclaustramiento conviertiendole en un ser aún más penoso de lo que es.
Mathieu Amalric, uno de los talentos del cine francés actual y que busca desesperadamente su reconocimiento como director se deja la piel para interpretar a este patético Ismaël con el que es imposible empatizar: grita a todo su equipo en los rodajes, se acuesta con sus actrices, es agresivo sin motivo y lo que es peor, no entiende que «NO ES NO». Ante un tipo así, cualquier desgracia que le precie, es «bienvenida» según el espectador. No obstante, Desplechin coloca a dos actrices de alto nivel, Charlotte Gainsbourg y Marion Cotillard para que actúen como simples satélites en el mundo de Amalric y le lleven a la locura con sus idas y venidas: que si la esposa desaparecida regresa para estar con él, que si la nueva amante está celosa de la esposa… Pese a que las dos son grandes y bellísimas actrices y que sus personajes no parecen contener ese carácter tan tóxico que sí tiene el protagonista, las mujeres de «Los fantasmas de Ismaël» parecen no tener más aspiraciones que ser amadas por él o vagabundear por la vida hasta que lo consigan.
No obstante, esa no es la única razón que hace insufrible «Los fantasmas de Ismaël«. Desplechin quiere contar demasiadas cosas en su película, hacer cine dentro del cine (como vimos ayer en «El león duerme esta noche«) y mezclar los elementos de ficción de la película que está rodando el personaje con la vida que está llevando. El filme se antoja como un laberinto con diferentes caminos sin salida. Solo el tema de la esposa «muerta» que estaba viva ya daba para toda la trama central, per se, pero Desplechin no se contenta con ello y quiere añadir más y más detalles a la mezcla. Después de 135 minutos de expresiones de pavor, locura y pavoneo de Amalric la conclusión que nos queda es que el cineasta quería hacer un retrato del costado más narcisista de un director de cine, alguien que necesita atención constante y que es perseguido por fantasmas y recuerdos que fácilmente lo pueden llevar a la locura.
Ciertamente, que «Los fantasmas de Ismaël» inaugurara el festival de Cannes no nos sorprende, pero sí que lo hace el hecho que tanto talento francés (al que sumamos el guapo Louis Garrel como el hermano espía) se subiera al carro de un Desplechin que ha visto tiempos mucho mejores. Sin ir más lejos, «Trois souvenirs de ma jeunesse» fue una de nuestras favoritas de la sexta edición del certamen. Esta, claramente, no lo es.