En esta quinta jornada de nuestro D’A 2018 particular nos enfrentamos al desgarrador retrato de una anciana solitaria en «Hannah» y a una fiesta loca, moderna y muy pop en «Puta y Amada».
Los días de festival van pasando y el peso de las pocas horas dormidas se va notando en el cuerpo. No obstante, tal es el entusiasmo por descubrir las joyas que esconde el D’A Film Festival que un día más nos acercamos al Aribau Club y al dichoso Teatre del CCCB para contemplar dos notables filmes. El primero, «Hannah«, un drama desgarrador y desprovisto de emociones con una Charlotte Rampling soberbia. El segundo «Puta y amada«, la nueva y loca película de Marc Ferrer (y ya van tres). Una cinta anárquica, despojada de cualquier argumento lineal y con sentido y que quiere celebrar, por encima de todo, el cine amateur y realizado con los amigos y conocidos. Seguidamente, las analizamos.
«Hannah»: Tour de force de Rampling
«Hannah» empieza a media tarde en el Aribau Club y el logo de Surtsey Films aparece en la gran pantalla. Soltamos un suspiro de alivio. Surtsey Films nunca compra a la ligera y todas sus películas tienen fuerza y potencial, por muy anodinas que parezcan en un primer vistazo. Dentro de la programación del festival «Hannah» se nos antojaba como una película más, pero, ¡ay!, en realidad se trata de una de esas joyas ocultas que el espectador debe identificar con mucha destreza.
«Hannah«, de Andrea Pallaoro, nos muestra el día a día de una mujer anciana que ve como meten a su marido en la cárcel. No sabemos qué ha hecho y no conocemos su pasado ni presente, pero a raíz de este hecho (o de otros más antiguos que también desconocemos), la mujer se irá marginando socialmente, siendo rechaza por su familia, gimnasio e incluso su perro. «Hannah» es un viaje hacia el aislamiento, un descenso al lugar más vulnerable del ser humano: la soledad.
El italiano Andrea Pallaoro cuenta esta desbordante trama con mano de hierro y enclaustra toda la emoción que una historia así pudiera contener en un único y agobiante plano de lloros y sofocos. El resto es un metraje frío, calculado, desprovisto de sentimientos. Una travesía silenciosa protagonizada por una espectacular Charlotte Rampling.
Rampling ya ha demostrado en múltiples ocasiones su habilidad para deslumbrarnos, siendo la más reciente, su tour de force en «45 years» de Andrew Haigh. Como aquel, su personaje en «Hannah» es una mujer llena de secretos, que guarda sus sentimientos bajo llave y esboza una sonrisa cordial delante de cualquier injusta situación. No obstante, el dolor que siente es inmenso. Y todo eso lo trasmite Rampling con una naturalidad y versatilidad de quitarse el sombrero, como si ella misma también notara ese aislamiento en sus carnes. Su premio en el Festival de Venecia está más que justificado.
No obstante, lo más destacable del cineasta Andrea Pallaoro es su gran trabajo con la puesta en escena. Cada plano de la película es como una obra de arte y Pallaoro coloca a Rampling de manera precisa en cada uno de ellos para trasmitir esa sensación de ser aislado social. A su vez, confiere dignidad y elegancia a esa hermosa anciana y en definitiva, consigue captar la atención estética de nuestro ojo. El esteticismo de «Hannah«, su planificación y tempo consiguen ensalzar aún más esta historia dónde importa más lo poco que se dice que lo que no se dice.
Jamás entenderemos porque su marido acabó en la cárcel a una edad tan tardía o porque su hijo la ha eliminado, sin concesiones, de su vida. pero sí conocemos el dolor interno que sufre día tras dia. Esa herida que se va abriendo poco a poco y que va apagando la mirada de «Hannah«. Una situación un tanto extrema, tal vez, pero que seguramente es vivida por parte de un sector de la tercera edad. «Hannah» también es un retrato de esos olvidados que pese a «no importarles a nadie» siguen luchando, con la cabeza bien alta.
«Puta y amada»: El pop hará que tu vida sea mucho más divertida
Un año más, el Teatre del CCCB se llena de freaks, personajes pintorescos, jóvenes que rechazan cualquier tipo de etiqueta social y cultural, modernos y gafapastas de poca monta… una fauna que sólo aparece en ocasiones tan especiales como esta: la presentación oficial de la tercera película de Marc Ferrer, «Puta y Amada«. Ferrer, con tres películas en su haber, es ya un habitual del festival. Y no es para menos. El cineasta, un chico joven, salido de la UPF y que guarda en su interior «un adolescente que se niega a madurar» adora Barcelona y el D’A. Y el D’A, que a veces resulta un poco institucional, ama relajarse un poco y montar una buena fiesta con las películas del joven catalán.
Esta vez, la fiesta sobrepasa cualquier expectativa. Si el año pasado «disfrutamos» de un concierto de Papá Topo antes de la proyección, este años nos desmelenamos con un numerito en directo de la «artista» Yurena. (Que, para los que no miramos Sálvame y los realitys de Telecinco es la famosa Tamara del «No Cambié, no cambié, no cambié«). Un espectáculo que arranca los aplausos de un patio de butacas a rebosar y que hace que entremos con muy buen rollo a la nueva cinta de Marc Ferrer. (Y después de lo poco que nos gustó «La maldita primavera«; lo necesitábamos).
Y qué sorpresa la nuestra: «Puta y amada» nos gustó mucho más de lo que esperábamos en un principio. La película no es redonda, ni mucho menos, pero esta vez nos pilló de improvisto y sus pequeños chistecillos y referencias al cine y a la vida cultural de BCN nos enamoraron ciegamente. Con su nueva película, Marc Ferrer vuelve a elaborar un cuadro de Barcelona y del mundo hipster, moderno y falso que la rodea añadiendo sus ya típicas toneladas de pop y glitter. Sin embargo, aquí el cineasta se lanza al vacío haciendo homenajes a grandes películas del cine moderno europeo (Godard, Rossellini, Truffaut) y también, a cintas míticas de nuestra patria, como son esos momentos musicales en el bar Believe (ay, el Believe, sede actual de «Tu peluca me suena» y otros espectáculos drags), que fácilmente indentificamos como almodóvarianos. En el dúo Ferrer – Stanley Sunday se refleja ese Almodóvar – McNamara de «Laberinto de pasiones» y la pieza de Yurena, en nuestra mente, se complementa con la de Miguel Bosé de «Tacones Lejanos«. Un festín de referencias del que el cineasta sale bastante ileso.
Sobre todo, porque se nota que Ferrer se toma toda esa parafernalia «cultureta e intelectual» a broma, y todas sus referencias claras a «Pierrot le fou«, «Domicilio Conyugal» y «Te Querré siempre» denotan un cierto aire a « voy a poner elementos de esas cintas que me obligaron a ver en clase y que todo el mundo opina que son imprescindibles para la vida en mi peliculita de adultos con problemas de adolescentes, a ver si los enterados los pillan». Hacer esto y salir bien parado es de maestro. Y además, se regodea en escenas tan absurdas como las sucedidas en la sala Zumzeig. Si hay que hacerse el moderno, hay que hacerlo bien.
Pero hablemos del argumento, de ese argumento errático y que parece no llevar a ninguna parte. Como ya pasaba en la anterior película de Ferrer, para él, el mensaje es más importante que la forma de hacerlo llegar, y como entonces, quiere hablar de la juventud actual barcelonesa, un grupo de personas que se escudan en las fiestas, la vida pop, sus aficiones y los pequeños líos para no sentirse solos. Eternos adolescentes ya cercanos a la treintena que no encuentran trabajo y que viven precariamente, pero que hallan su alegría a través de los pequeños momentos de conexión entre ellos y a través de unos preludios musicales que despiertan una magia interior cuando aparecen. Como le dice un personaje de la película a Marc, «El pop hará que tu vida sea mucho más divertida«.
Sí, Marc Ferrer no será un gran actor, sí, el sonido de la película es de las peores cosas que se han realizado en el mundo del cine (y del cine amateur si me apuras) y destroza todo el dispositivo de la voz en off (¡un mecanismo que ya vimos ayer en «L’amant d’un jour » y que no puede ser más cargante!) pero tenemos que decir que entre «La maldita primavera» y «Puta y Amada» ha habido un salto cualitativo. La fotografía, planificación y montaje están mil veces mejor que su anterior obra (que parecía hecha a toda prisa) y alejar el foco de Papá Topo para ponerlo en actores «un poco más actores» es también un gran acierto. Ese cambio no le resta ni pizca de veracidad a sus personajes e incluso, llegas a creer que la esperpética de Yurena es así en la pantalla y en la vida real.
Puede que el cine de Marc Ferrer nunca llegue a los festivales de clase A, ni siquiera a Málaga y puede que nunca veamos su nombre en los Premios Gaudí, pero el suyo es un cine necesario en nuestro ecosistema autoral catalán, un cine hecho desde la diversión y para la diversión. Como bien decía Ferrer en la presentación de su película, el cine debería ser algo divertido, más que una losa de sufrimiento. Una aventura para pasarlo bien con los amigos (¡y entre Ion de Sosa y Stanley Sunday, vaya amigos que tiene!), como Léaud también comenta a los chavales de «El león duerme esta noche«.